Imagen: Hamlet Lavastida, de la serie Cultura profiláctiva (2021).

¿Puede una bienal respetar la diferencia en un país que reprime la disidencia?

La 15ª Bienal de la Habana, que tendrá lugar en noviembre próximo, está siendo diseñada para desviar la atención internacional de los persistentes abusos del Estado cubano y de su esfuerzo sostenido por erradicar las voces críticas en el ámbito cultural.
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Cuba acogerá en noviembre su 15ª bienal internacional de arte con el lema “Horizontes compartidos”. Según un comunicado emitido por los organizadores en junio de 2024, el evento se concibe como “una red efectiva que apuesta por una convivencia basada en el respeto a las diferencias y el valor de otros saberes y formas de existencia y resistencia alejadas del modelo dominante”. Concebida originalmente en la década de los 80 como una respuesta desde la “periferia” a los eventos artísticos internacionales que excluían al denominado Sur global, la Bienal de La Habana ha servido durante mucho tiempo como trampolín para impulsar a los artistas cubanos a la escena internacional. Sin embargo, en los cuarenta años transcurridos desde su creación, la mayoría de los eventos artísticos internacionales de Europa y Norteamérica se han vuelto más inclusivos del arte de contextos no europeos, y la situación de Cuba ha cambiado drásticamente desde los tiempos en que se beneficiaba de la subvención soviética. A la luz de este panorama alterado, tiene sentido preguntarse qué propósito puede tener la Bienal de La Habana en la actualidad.

En una publicación de 2020 sobre las bienales de arte contemporáneo, el sociólogo austriaco Oliver Marchant elogiaba el encuentro cubano como una “bienal de resistencia” paradigmática surgida en el seno de un régimen autoritario. Sin embargo, la lectura redentora de Marchant se centró exclusivamente en las primeras iteraciones de la bienal, no en su evolución en la era poscomunista. En los primeros años, los organizadores de la Bienal de La Habana aprovecharon sus asociaciones con artistas y críticos abiertamente izquierdistas como Achille Bonito Oliva y Luis Camnitzer para conseguir credibilidad. Los invitados extranjeros acudían en masa a celebrar lo que se les presentaba como una vanguardia socialista tropical liberada de las presiones del mercado del arte capitalista. En la actualidad, los organizadores de la bienal capitalizan los vínculos con coleccionistas y estrellas del arte. La alianza con el artista mexicano Gabriel Orozco, por ejemplo, ha allanado el camino para las relaciones con destacadas galerías mexicanas y la Feria de Arte Zona Maco, que ahora cuenta con la antigua comisaria del Havana Art Weekend, Direlia Lazo, como directora artística. Mientras tanto, el gobierno mexicano acaba de regalar una mansión en Ciudad de México al gobierno cubano para un nuevo centro cultural dirigido por el antiguo presidente de la Unión de Artistas y Escritores de Cuba, Miguel Barnet.

Entre los principales patrocinadores internacionales de la Bienal de La Habana se encuentran también varios coleccionistas con importantes agrupaciones de arte cubano, que tienen un claro interés en defender acontecimientos culturales que aumenten el valor de lo que poseen. Este interés por fomentar la financiación extranjera del arte cubano comenzó en la década de 1990, cuando disminuyó el apoyo de las fundaciones europeas y se desplomaron las asignaciones presupuestarias del Estado. Aunque los vínculos con el mercado internacional del arte han permitido al Ministerio de Cultura mantener su control hegemónico sobre las artes, el ímpetu por capitalizar el arte cubano ha producido algunos sucesos escandalosos, como el robo de 71 obras de arte del Museo Nacional de Bellas Artes en 2014 y su posterior aparición a la venta en Miami, que provocó la destitución del entonces ministro de Cultura, Rafael Bernal Alemany.

La evidencia de tales actos de corrupción por parte de funcionarios del Ministerio de Cultura ha contribuido a la pérdida de fe en las instituciones estatales. También lo han hecho las personas designadas para ocupar cargos en el Ministerio de Cultura en los últimos diez años, ya que fueron ampliamente percibidos como gestores ideológicamente cumplidores pero inadecuados y carentes de visión artística. Pocos artistas cubanos pueden olvidar la forma en que el ministro de Cultura Alpidio Alonso agredió físicamente a los artistas frente a la sede del ministerio en enero de 2021, ni se les escapa que rara vez se le permite hablar en público. La comisaria cubana Solveig Font, que pasó varios años trabajando para la Unión de Escritores y Artistas de Cuba antes de abrir un espacio de arte independiente en su apartamento en 2014, señala que, para cuando dejó su trabajo en el gobierno, era un secreto a voces que los artistas cubanos habían perdido interés en trabajar con instituciones estatales y que, en cambio, estaban en la búsqueda de posibilidades más allá del circuito oficial de galerías y museos. En la actualidad, los profesionales cubanos del arte, tanto dentro como fuera del país, defienden posturas muy diversas sobre si una bienal de La Habana en 2024 es beneficiosa y, en caso afirmativo, para quién. Hay quienes sostienen que la bienal es una forma de “lavado de arte” (es decir, el uso del arte para lavar la imagen del Estado) que oculta las operaciones represivas del Estado cubano. Hay otros que sostienen que la bienal es el medio más eficaz para canalizar oportunidades e ingresos a los artistas cubanos necesitados y que un boicot contra ella perjudica más a los profesionales que a las instituciones estatales. Y todavía hay algunos creyentes en la autonomía artística absoluta que insisten en que participar en la bienal no debería tener ninguna implicación política.

Como profesionales del arte cubanos y cubanoamericanos con una larga trayectoria de relación con instituciones estatales cubanas, consideramos que la actual crisis política y económica de Cuba constituye motivo suficiente para cuestionar las implicaciones de organizar una bienal en la isla. ¿Qué significa para una entidad estatal proponer un evento artístico que defienda la diferencia y la resistencia en un país con más de mil presos políticos, donde los movimientos de oposición y el arte que critica al Estado están prohibidos, donde hay artistas censurados y donde las publicaciones en las redes sociales contra el gobierno pueden llevarte a la cárcel? Reconocemos que Cuba no es el único país con presos políticos que pretende acoger una bienal: Turquía y China también entran en esta categoría. Pero Cuba es el único de estos países que sigue presentándose como un experimento político radical destinado a erradicar la desigualdad, a pesar de que es un Estado unipartidista con el porcentaje más bajo de miembros del Partido Comunista de todos los países nominalmente comunistas y no permite otros partidos políticos, lo que en la práctica crea un apartheid ideológico que criminaliza a cualquier opositor político. Las bienales de arte se conciben en general como foros de experimentación y pensamiento crítico, ¿hasta qué punto puede lograrse esto bajo el patrocinio de un gobierno autoritario al borde del colapso? Si la Bienal de La Habana es un pueblo de Potemkin, ¿qué significa para los artistas cubanos participar en ella? ¿Cuál es el papel que se ofrece al invitado extranjero?

En las últimas seis décadas, los cubanos han experimentado muchas dificultades, pero las privaciones de los últimos cinco años son las peores a las que se han enfrentado. La escasez de alimentos y combustible, los cortes diarios de electricidad, la inflación disparada, el colapso de los sistemas públicos de salud y educación y el deterioro de las infraestructuras conforman una situación mucho más calamitosa que la del Periodo Especial de los años 90, cuando Cuba perdió las subvenciones de la Unión Soviética. Según un estudio de 2023 del Observatorio Cubano de Derechos Humanos, el 88% de la población vive en la pobreza extrema. La población se ha reducido casi un 20% desde 2022, debido en gran parte a la mayor oleada migratoria de la historia del país: más de un millón de personas se han marchado en los últimos tres años. Ya sea que la escasez de alimentos, combustible y medicinas se achaque a la mala gestión burocrática, a la caída de la industria turística durante la pandemia de covid-19 o al embargo estadounidense, lo cierto es que convierte la vida cotidiana en un calvario insoportable para una población que se ha cansado de las excusas ofrecidas por el Estado. Esas explicaciones son difíciles de digerir cuando cada día surgen pruebas de los fastuosos estilos de vida que disfruta una pequeña élite de cubanos vinculados al ejército y sus empresas. Imaginar autobuses turísticos con aire acondicionado llenos de visitantes bien alimentados que recorren barrios que carecen de electricidad y agua corriente, donde muchos se las arreglan con una comida al día, da, como mínimo, que pensar.

El panorama político de Cuba es igualmente sombrío. Durante un breve periodo de optimismo provocado por el acercamiento entre la administración Obama y el gobierno cubano en 2015, muchos cubanos creyeron que la ampliación de las libertades y las oportunidades económicas eran inminentes. Pero los partidarios de la línea dura dentro del gobierno cubano dieron un giro a la política en la dirección opuesta, reprimiendo las iniciativas independientes justo cuando Trump asumió la presidencia y revirtió gran parte de la legislación que Obama había puesto en vigor. El ascenso del presidente cubano Miguel Díaz-Canel en 2018 coincidió con el anuncio de nuevas leyes dirigidas a artistas, músicos, cineastas y periodistas independientes, diseñadas para criminalizar la expresión cultural hecha pública sin autorización previa del Estado. Las protestas de los artistas cubanos contra estas leyes que comenzaron en 2018, seguidas del levantamiento masivo de julio de 2021, se saldaron con cientos de detenciones y una oleada de expulsiones forzosas del país.

Entre los más de mil presos políticos de Cuba hay dieciséis artistas. Cientos de artistas, escritores y activistas han huido, y a muchos de ellos no se les permite regresar. Un código penal actualizado incluye sanciones contra cualquier ciudadano cubano que critique al gobierno en las redes sociales: una influencer detenida en 2023 se enfrenta actualmente a una posible condena de diez años por convocar manifestaciones en Facebook. En junio de este año, el gobierno cubano anunció que los ciudadanos podrían ser despojados de su nacionalidad por participar en “actividades antisocialistas” en cualquier parte del mundo. Las últimas regulaciones de la MIPYMES (empresa privada cubana) prohíben negocios culturales independientes como galerías, salas de conciertos, librerías, bibliotecas o teatros. Nadie sabe cómo encajan estas condiciones con el respeto a la diferencia que propone la bienal.

La Bienal de La Habana no es el único acontecimiento cultural internacional que se celebra en un contexto de extrema coacción en la isla. Si antes el objetivo principal de los festivales de arte, música y cine era presentar a Cuba como una superpotencia cultural, ahora prevalece el objetivo de atraer a extranjeros con divisas fuertes. Lis Cuesta, la esposa del presidente Díaz-Canel, ha asumido un papel destacado en la promoción de eventos musicales y culinarios como el Festival Cuba Sabe, celebrado en febrero de 2024 en el Hotel Iberostar, diseñado exclusivamente para invitados internacionales. En 2023, el gobierno cubano organizó el Santa María Music Fest en el Cayo Santa María, un lugar turístico prácticamente inaccesible para los lugareños. Las entradas a los eventos musicales se comercializaron junto con paquetes de viaje que incluían billetes de avión y hoteles propiedad de la agencia turística Gaviota, perteneciente a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba.

La Bienal de La Habana se distingue en cierto modo de estas recientes empresas de turismo cultural por sus prolongados esfuerzos por ofrecer alta cultura al público en general. Sin embargo, los organizadores nunca han evitado utilizar la exposición para cultivar relaciones con coleccionistas y profesionales del arte pertenecientes a élites adineradas. La amable bienvenida a los posibles inversores no implica que estén exentos de la vigilancia del Ministerio del Interior cubano: como demuestran los artistas Yeny Casanueva y Alejandro González en el Work-Catalogue #1(2009), que contiene registros policiales reales de la Bienal de La Habana de 2006, los comisarios extranjeros y los funcionarios diplomáticos están sometidos a una estrecha vigilancia. No obstante, los esfuerzos del Ministerio de Cultura por comercializar el arte cubano mediante el fortalecimiento de las relaciones con galeristas y coleccionistas extranjeros son fundamentales para su supervivencia económica y su función política como único árbitro que determina qué artistas radicados en la isla tendrán acceso a compradores y oportunidades profesionales.

El giro mercantil en los asuntos del Ministerio de Cultura comenzó con la creación de la Fundación Ludwig en Cuba en 1995, fundada por los mecenas alemanes Peter e Irene Ludwig tras interesarse por el arte cubano y comenzar a amasar una importante colección. Desde 2015, la galería-franquicia italiana Continua gestiona en La Habana un espacio sin ánimo de lucro cuyo objetivo, según su página web, “es animar a la humanidad a viajar, no solo al arte. Queremos que artistas de todo el mundo vengan a Cuba a ‘respirar el aire’”.  Entre los principales inversores en arte cubano contemporáneo con fuertes vínculos con la isla figuran Nivaldo Carbonell, millonario cubano exiliado que encabeza el Fondo de Arte Joven de Cuba y expone su colección en su galería NG Art de Ciudad de Panamá; Eriberto Bettini, que expone a los artistas Kcho y Manuel Mendive,  promovidos oficialmente, en su galería de Vincenza, Italia; José Sacramento, que promociona a los artistas cubanos de su colección privada desde su sede de Ilhavo, Portugal; y Luciano Méndez Sánchez, antiguo director del Banco Sabadell de La Habana, que ha reunido una colección de arte cubano de más de 300 obras, muchas de las cuales ha donado a un museo de Salamanca. Los promotores estadounidenses de la bienal organizan visitas guiadas para atraer a visitantes adinerados, que se espera adquieran obras durante su estancia en la isla: los tours de arte de Cuba VIP Travel prometen en su sitio web ayudar a los visitantes con las adquisiciones, la documentación para la exportación, la obtención de licencias estadounidenses y el envío.

No todos los extranjeros atraídos por la Bienal de La Habana vienen con la intención de comprar arte: muchos buscan participar en el mito de la Revolución cubana a través del compromiso social. Mientras que en el pasado este compromiso significaba unirse a brigadas de voluntarios para cortar caña de azúcar o cosechar café, Cuba ofrece ahora a los artistas extranjeros la oportunidad de participar en el trabajo social orquestado por el Estado y diseñado para abordar los males sociales percibidos. La bienal de 2024 incluye una convocatoria de propuestas para residencias de dos semanas en Punto Naranjo, en San Antonio de los Baños, en las que se invita a artistas extranjeros a desarrollar proyectos que utilicen el arte para objetivos como reducir la hipertensión y el consumo de alcohol, atraer a la tercera edad y a los niños, y promover la eliminación adecuada de la basura. Se trata de una colaboración con el Proyecto Sociocultural Cabildo Quisicuaba, una iniciativa gubernamental destinada a la reinserción de los afrocubanos pobres. Al mismo tiempo, las autoridades cubanas restringen el acceso de extranjeros a disidentes afrocubanos como Manuel Cuesta Morúa, que abordan regularmente los mismos problemas.

Algunos cubanos afrodescendientes experimentaron un aumento de su nivel de vida durante las tres primeras décadas de la Revolución cubana. Sin embargo, desde la década de 1990, la creciente dependencia de las empresas turísticas, donde los trabajadores negros no son bienvenidos, junto con la creciente dependencia de las remesas familiares, que benefician casi exclusivamente a los cubanos blancos, ha contribuido a la depauperización de la población afrocubana, lo que a su vez ha engendrado un descontento masivo. La gran mayoría de los cubanos que salieron a las calles en julio de 2021 para exigir libertad eran jóvenes de color y cientos de ellos siguen en prisión. El llamamiento de la bienal a utilizar el arte como intervención terapéutica se hace eco de las tendencias recientes en Estados Unidos y Europa, pero en este contexto habla de un esfuerzo realizado por el Estado cubano para poner en primer plano su propia visión de la intervención antirracista por encima de los esfuerzos independientes de los ciudadanos cubanos para hacer frente al racismo estructural y otras desigualdades sociales en Cuba,  esfuerzos que han sido prohibidos por el Estado.

Los funcionarios del Ministerio de Cultura y la contrainteligencia de la seguridad del Estado cubano que los supervisa son muy conscientes de que la exhibición de “autonomía artística” es clave para atraer a los entendidos internacionales del mundo del arte y han demostrado su habilidad a lo largo de los años para promover su propia versión de exposiciones y sedes “independientes”, al tiempo que han intensificado sus esfuerzos por censurar proyectos considerados políticamente controvertidos. En los últimos años, las bienales de La Habana han incluido sedes fuera de los museos y galerías estatales: entre las más exitosas se encuentra la exposición al aire libre Detrás del Muro, en el Malecón de La Habana, comisariada por el difunto Juanito Delgado. Sin embargo, existe una importante diferencia entre los proyectos estatales realizados fuera de las sedes estatales y las exposiciones y eventos iniciados por artistas y organizados en casas particulares.

En la década de 1990, los artistas cubanos empezaron a desafiar el monopolio estatal sobre los lugares de exposición y las decisiones curatoriales, organizando exposiciones y performances en sus casas y en espacios ocupados temporalmente. Una pionera en este empeño es Sandra Ceballos, que fundó Espacio Aglutinador en 1994 en su pequeño apartamento para eludir a los censores estatales y continuó montando exposiciones con artistas marginados y controvertidos hasta hace poco, cuando la nueva legislación lo hizo demasiado arriesgado. Otros artistas han montado exposiciones en sus casas y estudios de forma puntual. En 2018, en respuesta a que el Ministerio de Cultura había pospuesto la Bienal de La Habana de 2017, miembros del Movimiento San Isidro organizaron su propia bienal de arte independiente, lo que indignó a los funcionarios del Ministerio de Cultura y provocó múltiples intentos de clausurarla y de amenazar a los participantes. INSTAR (Instituto de Artivismo Hannah Arendt), la organización cultural sin ánimo de lucro fundada por Tania Bruguera en 2015, fue objeto de crecientes niveles de amenazas y acoso, lo que condujo finalmente al cierre del espacio físico y a un cambio hacia actividades en línea y exposiciones en el extranjero, incluida su memorable contribución a la Documenta en 2022.

A pesar del supuesto respeto de la Bienal de La Habana por la diferencia, el espectáculo de los artistas cubanos Lázaro y César Saavedra que estaba previsto presentar en el teatro Ciervo Encantado en julio acaba de ser censurado por el Consejo Nacional de Artes Escénicas. Y mientras la mayoría de los artistas cubanos que encabezaron las protestas contra la represión estatal de las iniciativas culturales independientes se han visto obligados a exiliarse, el rapero Maykel Osorbo, ganador de dos premios Grammy, sigue cumpliendo una condena de nueve años en la prisión de máxima seguridad Kilo 8 de Pinar del Río, mientras el artista de performance Luis Manuel Otero Alcántara, ganador del Premio Impact de la fundación Prínce Claus, cumple su condena de cinco años en la prisión de máxima seguridad de Guanajay.

Nos resulta difícil, como profesionales del arte cuyas vidas y carreras se han visto profundamente afectadas por las maquinaciones del Estado cubano en el ámbito de la cultura, y como cubanos cuyas familias han soportado múltiples formas de penuria, desde la privación material, a la represión, el encarcelamiento y el exilio, no percibir las intenciones que se esconden tras la Bienal de La Habana 2024 como un cínico esfuerzo por orquestar una simulación de autonomía creativa y compromiso social. A pesar del talento de los jóvenes artistas que permanecen en la isla, el Ministerio de Cultura persiste en su empeño de seducir al capital extranjero traficando con los mitos de una revolución muerta hace tiempo. Con su exhibición de proyectos de práctica social situados en San Antonio de los Baños, donde comenzó la protesta del 11-J hace apenas tres años, la Bienal de La Habana 2024 está siendo diseñada para desviar la atención internacional de los persistentes abusos de los derechos humanos de nuestro país y de su esfuerzo sostenido por erradicar las voces críticas de la cultura cubana. No pretendemos impedir que el gobierno cubano lo haga, solo que el resto del mundo conozca la verdad que se esconde tras su máscara. ~

Solveig Font
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es artista y escritora y autora de Pasos Peligrosos: Performance y Política en Cuba (Turner Libros 2017). Es profesora en The Cooper Union for the Advancement of Science and Art.

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