Históricamente diversos grupos indígenas, campesinos, obreros y otras comunidades no han sido integrados a la sociedad mexicana, pese a que cíclicamente los políticos los revivan en forma de promesa dentro de sus discursos. Parte de esta displicencia se concentra en buena parte en el sector cultural, quien ha mantenido una distancia que no permite integrar a estos grupos marginados a un plano artístico común por considerarlos fuera de ciertos estándares asumidos como verdaderos. En ese sentido el Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena resulta un caso de excepción, ya que María Alicia Martínez Medrano, su directora y creadora, logró dignificar a este sector de la sociedad bajo una metodología de integración artística y social sin parangón. Por ello, resulta imprescindible celebrar el gran esfuerzo y la tenacidad de la fotógrafa Lourdes Grobet y la crítica e investigadora Luz Emilia Aguilar Zinser por consolidar el volumen Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena. Medio siglo de historia como un homenaje póstumo a la figura de la destacada directora y dramaturga, así como al trabajo de actores, actrices y maestros que participaron en dicho proyecto.
El periplo de una figura de la cultura mexicana como Martínez Medrano es tan insólito como vasto y es gracias al vívido recuento que realiza Luz Emilia Aguilar Zinser que a los lectores nos es posible vislumbrar el entramado que condujo a la creación de un programa de semejante naturaleza. La figura de María Alicia Martínez Medrano se va forjando por una suma de competencias que van desde la gestión pública y cultural –en donde destaca la coordinación del programa de teatro del Instituto Indigenista–, el activismo político en el comité de teatro del movimiento estudiantil de 1968, el simultáneo ascenso de su carrera teatral bajo la batuta de maestros como Seki Sano y Virgilio Mariel, así como el reconocimiento temprano a su obra creativa como fue el Premio Nacional de Teatro por Los alaridos en 1968.
A esta trayectoria se une su honesta vocación por las infancias, las culturas y personas marginadas, así como la convicción de que el arte popular y las llamadas bellas artes deben olvidar ese desdén jerárquico heredado de la conquista. De igual modo, proyectos realizados entre las décadas de los setenta y los ochenta como el Laboratorio de Teatro Purépecha en Michoacán, así como su importante labor en el centro cultural para los trabajadores de Cordemex –una agroindustria henequenera en Yucatán–, son importantes antecedentes en donde Martínez Medrano se plantea una misión formativa que no solo proveerá artistas, sino docentes capacitados que puedan sustentar la permanencia de la iniciativa.
El pináculo de su carrera es sin duda el que se ciñe a los eventos sucedidos en Tabasco hacia 1983, en donde gracias a la invitación del entonces gobernador del estado Enrique González Pedrero y su esposa, la escritora Julieta Campos, logra consolidar el Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena. Dedicada a trabajar en siete comunidades deprimidas del estado –particularmente en Oxolotán, Tacotalpa–, la creadora emplea una metodología teórica y práctica sin precedentes para la época, que provee a los participantes de una visión integral sobre lo que implica una representación escénica.
Aunado al programa de estudio, logra acoplar de manera natural una conciencia sobre este oficio como una organización que, por medio de la disciplina y el juego, persigue un resultado (la puesta en escena). A la vez, entreteje una acción colaborativa única para sus participantes, quienes se sentían respetados porque el proceso incluía un cabal reconocimiento de los usos y costumbres de la región, su historia y leyendas. Es en esta época que sobreviene el mítico éxito que la directora y dramaturga consigue con la puesta en escena de Bodas de sangre de Federico García Lorca en versión oxoloteca, en donde demostraba su enorme conocimiento y capacidad creativa al conjugar un espectáculo de enorme ímpetu que involucraba a más de cien personas, caballos y el uso del paisaje local como escenario natural.
La puesta en escena trascendió a nivel internacional gracias a la invitación del director norteamericano Joseph Papp para presentarse dentro del Festival Latino de Teatro de Nueva York, así como en el Festival Iberoamericano de Cádiz en el año de 1985 con un gran éxito de público. No exenta a la polémica de imponer un aparente paradigma ajeno a la cultura de los participantes, la crítica teatral de la época reconoce los aciertos del montaje. Menciona que la puesta en escena fue un evento alucinante y evita las comparaciones con “teatros profesionales” al reconocer una pauta de creación única e irrepetible que sintetiza “la vida del teatro y el teatro de la vida”, como expresó el creador Eugenio Barba.
Tras su éxito en el estado de Tabasco en la década de los ochenta y la estrepitosa caída y persecución política que experimentó su creadora, el LTCI logró mantenerse bajo la afinidad veleidosa de diversas coyunturas políticas que lo llevaron a Sinaloa, Morelos y a la Ciudad de México en donde revivió el éxito de Bodas de sangre en 2005. Tras el deceso de María Alicia Martínez Medrano en 2018, el programa reside en la última morada de su creadora –la comunidad de Xocén, Yucatán– bajo la dirección de Delia Rendón Novelo, en donde logró el título de Patrimonio Cultural Intangible del estado en 2021. Pese a su importancia y el aparente reconocimiento institucional que se le ha dado, la presencia que tuvo hace cuatro décadas es ya casi un dato histórico. Se aduce a ello la inconstante falta de apoyos, un punto vulnerable y habitual del arte en México que pervive dentro de un sistema que ha incapacitado otras vías de desarrollo y financiación desde su origen.
La espléndida memoria fotográfica que provee Lourdes Grobet dentro de este magnífico volumen permite revivir los mejores años de aquella fiesta. Sus imágenes conceden un asomo a este cautivante fenómeno sin precedentes en donde renacen escenas de vivaz elocuencia que dan a los actores y la naturaleza que los circunda un protagonismo particular y nos recuerda que el teatro como la vida dura apenas un instante. Pero también es un objeto conmemorativo que hace patente una pauta histórica en la que el medio teatral se muestra como un vehículo que dignifica a las comunidades desposeídas al reivindicar su potencial por la búsqueda de un bien común. ~
es dramaturga, docente y crítica de teatro. Actualmente pertenece al Sistema Nacional de Creadores-Fonca.