“¿Las 10:36? ¡Voy a llegar tarde!”, gritó Caleb, un niño de 10 años, por Skype. (Todos los nombres en este artículo son seudónimos.) Un sábado por la mañana del mes de abril de este año, en medio de la ola inicial de la pandemia, me preguntaba por qué Caleb tenía tanta prisa. Audrey, su mamá, apareció en la pantalla de la computadora portátil a través de la cual yo realizaba la entrevista y me explicó que tenía “una cita” a las 11 de la mañana.
“Voy a hablar con mis amigos y jugar Roblox“, dijo Caleb. Era una actividad social en la que nunca había participado antes del brote de covid-19 y el subsecuente cambio a las clases en línea.
Desde 2013, he documentado el papel de los medios y la tecnología en la vida cotidiana de niños de razas, etnias y niveles socioeconómicos diversos, que se encuentran dentro del espectro autista. Sin embargo, desde mediados de marzo, lo “cotidiano” se ha vuelto extraordinario, especialmente para chicos como Caleb, un niño autista negro con TDAH, a quien entrevisté por primera vez en persona en junio de 2019.
Su caso es particularmente ilustrativo de este momento transformador y turbulento en la educación en Estados Unidos, especialmente para estudiantes no blancos, de bajos ingresos y con discapacidad. Muchos niños autistas negros como Caleb enfrentan barreras significativas para obtener incluso un diagnóstico de autismo. Pero las cosas que le están complicando la vida a Caleb y a otros jóvenes como él en 2020 van más allá de su transtorno, y las formas en que la tecnología está afectando sus vidas, tanto para bien como para mal, no son del todo predecibles.
“Lo mejor [de la pandemia] es que no tengo que ir a la escuela”, me dijo Caleb, “y lo peor es que la gente se está muriendo y no quiero contagiarme del coronavirus. Tuve una pesadilla sobre el coronavirus. Que lo veíamos en la casa y pensé que lo teníamos”. Por desgracia, los temores de Caleb eran del todo fundados, ya que vive en una zona de Boston que se gentrifica con rapidez y colinda con un vecindario predominantemente negro y latino que está siendo muy afectado por la pandemia.
Como en muchas ciudades de Estados Unidos, en Boston la educación se ha vuelto completamente remota desde el último salto en la tasa de positividad de covid-19 en la ciudad. En todo el país, la educación virtual para niños con discapacidad se ha enfrentado a grandes obstáculos durante este año tan agitado, ya que las familias, en particular las que tienen niños en escuelas públicas, luchan por mantener a salvo a sus hijos sin perder los logros obtenidos con tanto esfuerzo para alcanzar una educación accesible. La falta de estructura diaria y las barreras para recibir servicios terapéuticos es un gran desestabilizador para muchos estudiantes autistas. Incluso para niños resilientes como Caleb, que fue incorporado a un aula inclusiva, ha implicado dimensiones nuevas para problemáticas existentes.
“Lo encontré llorando dos veces porque tenía demasiada tarea que hacer”, me dijo Audrey; era algo que Caleb nunca había hecho antes de la pandemia. Las tareas de redacción en las que tenía que compartir su estado emocional representaban el mayor desafío. “No puede expresar sus sentimientos, así que siempre me preocupa lo que está pasando dentro de su cabeza”, comentó. “No sé si un día va a explotar conmigo, así que le tengo paciencia, pero al mismo tiempo lo trato como a un niño normal”. Acepta a su hijo exactamente como es, pero reconoce que a menudo la forma en que procesa el mundo no encaja con las expectativas sociales. Audrey explicó: “Es ruidoso. Tiene su propia personalidad, que puede crear fricciones con alguien que no tiene la comprensión para decir ‘está bien, sé que tengo que echarle la mano’. Pero después de todo, es la persona que es”.
Caleb y Erica, su hermana menor, tampoco fueron los únicos en su casa que tomaron clases en línea durante la primavera. Audrey llegó a Estados Unidos en 2001, proveniente de Haití, y ha tenido grandes dificultades para encontrar trabajo desde entonces, ya que el título universitario que recibió en su país no le sirvió de mucho; como tampoco la maestría de medio tiempo que obtuvo en 2018 de una universidad local, enfocada en atender a estudiantes adultos. Cuando hablamos por primera vez en 2019, ella manejaba un Uber para cubrir sus gastos, pero dejó de hacerlo a causa de la pandemia. Sin esos ingresos, le preocupaban las amenazas de su arrendador de aumentar la renta. Para abril de 2020, estaba tomando clases en línea para obtener un título técnico con la esperanza de convertirse en óptica. “Yo estoy en clase, Caleb está en clase, Erica está en clase. Todo el mundo está hablando al mismo tiempo y no tenemos un lugar grande, así que a veces es un completo caos”, dijo Audrey.
Aunque el espacio estaba abarrotado, se hubiera vuelto insoportable si Pierre, el padre de Caleb y esposo de Audrey, todavía viviera con ellos. Después de sufrir años de abuso físico y verbal de su parte, Audrey lo echó de su casa un año antes. A ella, quien vive con depresión y ansiedad, no se le escapa la idea de que enfrentar abuso doméstico durante el encierro habría sido una situación horrible. “No es como si hubiera podido decir: ‘Voy a pasar el día con los vecinos’. (…) Estoy feliz de no tener que lidiar con eso”, dijo.
Por su parte, ya antes de la pandemia Caleb prefería quedarse en casa con su mamá y su hermana, salvo por las actividades deportivas extracurriculares, en las que destacaba. Por eso su “cita” del sábado por la mañana era tan urgente. Aunque la educación a distancia no era su mayor fortaleza, había abierto la puerta a una forma de socialización virtual que era más de su agrado.
Caleb se conectó a la Chromebook que su escuela le proporcionó para chatear por video con sus amigos, mientras usaba la vieja computadora portátil de su madre para jugar Roblox con ellos. Esta configuración de juegos sociales fue una solución debido a que el Chromebook tiene bloqueado el Roblox. “Ya que no puedo usar la computadora de la escuela”, dijo Caleb con un toque de orgullo, “puedo usar la computadora de mi [mamá] aunque esté súper rota y se apague constantemente”.
Caleb y sus amigos coordinaron este espacio social, no fue algo que sus profesores les pidieran hacer juntos. Audrey estaba contenta de que Caleb ejerciera su nueva independencia y comodidad con la tecnología para fortalecer lazos sociales con sus compañeros. “Es bueno ver la forma en que juegan”, dijo. “Y también hace la tarea con ellos. Si tienen una pregunta, pueden platicar, así que es bastante increíble”. Aunque Caleb jugaba mucho Roblox antes de la pandemia, era una actividad mayoritariamente solitaria. “Ahora”, dijo Audrey, “en realidad está jugando con una persona y hablando con ella”.
No obstante, le preocupaba que el juego le resultara demasiado abrumador. Hay quienes han expresado una inquietud similar con respecto a que los niños autistas son más propensos a involucrarse demasiado en los videojuegos y a experimentar dificultades para hacer la transición a otras actividades. Caleb admitió “quedarse despierto súper, súper, súper tarde”, y cada noche se estaba convirtiendo en una pelea porque exigía quedarse despierto después de las 11. Audrey también se mantenía muy atenta de lo que estaba sucediendo entre Caleb y sus amigos en línea. Le dijo: “No quiero que pase nada malo porque no hay ningún adulto que realmente te escuche para asegurarse de que no estás haciendo lo que no debes hacer”. También estaba preocupada por la comunicación que Caleb pudiera tener con extraños en Roblox, aunque se tranquilizó un poco cuando el niño le explicó que sabía cómo bloquear a los usuarios problemáticos.
Como muchos padres, Audrey sopesaba constantemente los pros y contras de la interacción en línea de su hijo. Aunque algunos niños con autismo tienen dificultades para autorregular el uso de aparatos electrónicos, los temores de que se enfrenten a una “adicción” y una “obsesión” generalizadas no están respaldados por estudios. Los investigadores han descubierto que videojuegos como Minecraft pueden ofrecer a los niños neurodivergentes un espacio seguro para practicar sus habilidades sociales, aunque no está claro cómo, o si esto se traduce a otros espacios sociales como las aulas.
El modo en que Caleb prefería socializar después de la escuela y los fines de semana con sus compañeros de clase no solo era la forma más aceptable de hacerlo en medio de una pandemia, sino la única manera segura. Pero esto no siempre será el caso. Audrey se preguntaba: “Una vez que todo esto termine, ¿cómo harán [Caleb y sus amigos] la transición de regreso a la vida real? ¿Van a pensar que esto va a durar para siempre? (…) No sé cuál será el impacto”.
En estos momentos, el uso de medios digitales y el aprendizaje en línea por parte de los niños se encuentran entrelazados de manera complicada, y esto puede ser especialmente cierto para los jóvenes con discapacidades. Las familias de estudiantes que se encuentran en el espectro lidian con una incertidumbre significativa; algunas más que otras debido a factores como el desempleo, la inestabilidad de vivienda y el racismo estructural, como en el caso de Caleb y su familia. Pero hay algo por aprender de las complejas formas en que los mundos en línea y fuera de línea de los niños autistas se están moldeando entre sí. Esta “nueva normalidad” ha generado oportunidades sociales para muchos niños que, para empezar, no encajaban en el molde neurotípico.
Este artículo es publicado gracias a la colaboración de Letras Libres con Future Tense, un proyecto de Slate, New America, y Arizona State University.
estudia las implicaciones sociales de la tecnología de la comunicación, con enfoque en temas relacionados con niños, familias y discapacidad. Es profesora adjunta de estudios de la comunicación en la Northeastern University.