Aparece un instante en una televisión que dos personajes están viendo. Seguramente no es más de un minuto, pero su voz, su rostro, la sombra de su presencia, domina el resto de la miniserie. Me refiero a Donald Trump, que es visto en una entrevista televisiva después de haber pagado 85 mil dólares en varios diarios de Nueva York para publicar, en página entera, la petición de aplicarle la pena de muerte a cinco adolescentes que fueron detenidos en abril de 1989, acusados de la violación de una mujer blanca en Central Park.
Uno de los personajes, señalando hacia la pantalla chica, dice que no hay que preocuparse. Que ese multimillonario bocón se está ganando sus 15 minutos de fama. Nadie le está haciendo caso y nadie lo hará. La ironía es elemental, por supuesto, pero da justo en el blanco. Los espectadores tenemos la ventaja de saber que las dos mujeres que están platicando sobre Trump están equivocadas, que pecan de ingenuidad o, en el mejor de los casos, de optimismo. Nueva York no se libró de Donald Trump en 1989 y, 30 años después, seguimos en lo mismo. O más bien, mucho peor: esa egocéntrica celebridad empresarial que decía que ojalá fuera negro para tener tantas ventajas, despacha ahora la Oficina Oval de la Casa Blanca.
Hay varios momentos como este en Así nos ven (When they see us, E.U., 2019), miniserie de cuatro episodios dirigida por la cineasta afroamericana Ava DuVernay, estrenada en Netflix hace unas semanas. La californiana DuVernay se ha especializado en realizar producciones audiovisuales que no solo retratan las injusticias sociales y raciales del pasado y del presente de los Estados Unidos, sino que, al mismo tiempo y a través de esas mismas narrativas, busca llamar al compromiso y a la acción del espectador. Se trata de un cine y de una televisión que no ocultan su activismo. De hecho, lo presumen.
Ya lo hizo antes en Selma, el poder de un sueño (2014), la cinta nominada al Oscar 2015, centrada en la lucha de los derechos civiles en 1965 encabezada por Martin Luther King, y continuó con el documental, también nominado al Oscar 2017, XIII enmienda (2016), producido por Netflix, que trata sobre las brutales inequidades raciales que enfrenta la población afroamericana cuando se topa con la “justicia” estadounidense –así, con comillas– y con un sistema carcelario que los ve y los trata como piezas intercambiables de un boyante negocio.
Hay mucho de didactismo en la obra de DuVernay. Incluso, de una especie de catecismo cívico. En su cine y en su televisión abundan los profetas y los mártires, pero también aparecen la redención y la esperanza. No falta, por supuesto, el emotivo llamado a la lucha, a permanecer con los ojos alertas y el corazón abierto. Al final, nos dice DuVernay en Selma, en XIII enmienda y ahora en Así nos ven, el sacrificio y el sufrimiento servirán para construir una mejor sociedad para los que vienen después. Pero no hay que bajar la guardia ni darse por vencidos. Nunca. Y mucho menos, ahora.
Esto queda más claro hacia el final de Así nos ven. En los tres primeros episodios de la miniserie somos testigos de cómo cinco chamacos de entre 14 y 16 años, todos ellos vecinos de Harlem, fueron detenidos por la policía después de que una mujer blanca fuera brutalmente asaltada, golpeada y violada la noche del 19 de abril de 1989 en Central Park. No había nada que señalara su posible culpabilidad, a no ser que todos ellos habían sido vistos en el mismo parque “salvajeando” –es decir, echando relajo, molestando transeúntes– junto con otros muchachos de la misma edad. La fiscal Linda Fairstein (una perfectamente detestable Felicity Huffman), encargada de investigar los crímenes de violencia sexual en Nueva York, supo del ataque a la mujer al mismo tiempo que se enteró que un grupo de muchachos había sido detenido por mal comportamiento. La abogada no necesito más: frente a una “epidemia” de violaciones que estaba sufriendo la ciudad, no pudo resistirse a la oportunidad de tener cuatro culpables perfectos: cuatro negros, un hispano, de familias pobres o de clase media, algunas de ellas con una madre o un padre como único sostén.
De acuerdo con el guion escrito por la propia DuVernay en colaboración con otros cuatro colaboradores, el impulso básico de Fairstein fue, desde el inicio, el prejuicio racial. Sin poder probar que ellos habían estado en el sitio de la violación –en el otro extremo de Central Park de donde fueron vistos “salvajeando”– y sin importar que los únicos rastros de ADN encontrados en el cuerpo de la víctima no encajaban con ninguno de los muchachos, Fairsten logró sendas confesiones –vía manipulación psicológica o tortura directa– de parte de cada uno de los jovencitos y, a partir de ese momento, la fiscal no se movió nunca de su posición: los “cinco de Central Park” eran unos “animales” y el castigo para ellos tenía que ser ejemplar. No la pena de muerte que pedía el magnate neoyorkino Trump, por supuesto, pero sí un juicio en el que no quedara el menor atisbo de duda sobre la culpabilidad de los muchachos.
El cuarto y último episodio de Así nos ven, el más extenso de todos, funciona orgánicamente, casi como una película independiente. En él vemos el destino de Korey Wise (Jharrel Jerome, todo un descubrimiento), el mayor de los cinco muchachos, que fue acusado de la violación de la mujer solo porque decidió acompañar a su mejor amigo, uno de los detenidos, a la comisaría. A lo largo de los 88 minutos de duración del capítulo, vemos a Korey caer en el infierno del sistema carcelario estadounidense, pasando de una prisión a otra, sufriendo los abusos de carceleros y reclusos, aliviado esporádicamente por la benevolencia de algún celador comprensivo.
Este episodio muestra a la mejor DuVarney: la indignación por la interminable cadena de injusticias va creciendo en el espectador en la medida que vemos a Korey como víctima de una paradoja irresoluble. Para poder acceder a la libertad condicional, el muchacho estaba obligado a aceptar su culpabilidad y mostrar arrepentimiento. Pero, ¿cómo estar arrepentido de algo que nunca se hizo? La liberación de Wise –y la posterior limpia de los antecedentes delictivos de los otros cuatro muchachos, que ya habían salido de prisión– ocurre solo cuando el verdadero culpable confiesa voluntariamente su crimen y su ADN coincide con el encontrado en la víctima.
DuVarney muestra el triunfo de la verdad, pero, fiel a su vocación militante, no deja de señalar que esto no significa que la lucha haya terminado. Ninguno de los responsables de este horror –ni uno de los policías, ya retirado, que aparece con la bandera de Estados Unidos al fondo del encuadre; ni la propia fiscal Linda Fairstein, transformada en escritora de bestsellers policiales– acepta que torturaron a los muchachos o que el prejuicio racial dominó las “investigaciones”.
Es obvio que, para la cineasta/activista DuVarney, el sacrificio de esos cinco mártires de la injusticia racial no servirá de nada si el espectador, el ciudadano, el votante estadounidense, olvida quiénes fueron los culpables y no se moviliza, de alguna u otra manera, para hacerlos pagar. Fairstein ya sufrió alguna consecuencia después del estreno de la miniserie –su casa editorial, que había publicado todas sus novelas, anunció hace unos días que rompió todas sus relaciones con ella– pero quien no ha enfrentado ningún tipo de problemas –de hecho, al contrario– ha sido Donald Trump: hace poco declaró que no se arrepiente de sus antiguos dichos sobre el caso y que “los cinco de Central Park” son culpables (“Ellos confesaron, ¿no?”). Ante el actual inquilino de la Casa Blanca, es claro que DuVarney nos propone que Así nos ven no es una historia del pasado, sino del más doloroso y oportuno presente.
(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.