El Festival Internacional de Cine Documental de la Ciudad de México (o DocsMx para ahorrar caracteres) ha cumplido sus primeras dos décadas con una rica programación repartida en una docena de sedes, más una selección de filmes disponibles en la página del festival. Como se trata del último festival fílmico nacional del año, DocsMx tiene la oportunidad de programar algo de lo mejor que se ha presentado en meses anteriores, aunque también uno puede encontrarse con novedades y estrenos en sus cinco secciones competitivas, tanto mexicanas como internacionales.
Este es el caso de la sección México ópera prima, en la que se presenta ¡Zócalo, Zócalo! (México, 2025), notable documental de Ezequiel Reyes Retana, creado y recreado a partir de fragmentos cinematográficos, televisivos y videográficos centrados en el zócalo del título, la oficial y oficiosa Plaza de la Constitución, testigo de manifestaciones políticas de todo tipo, con el presidente de la república en turno como factótum indiscutible, desde un joven Lázaro Cárdenas en la apoteosis de la expropiación petrolera en 1938 hasta el más reciente Andrés Manuel López Obrador recibiendo el bastón de mando indígena en su toma de posesión en 2018.
En el medio de estas dos fechas, el propio cineasta debutante Reyes Retana y su coeditor Sabino Alva Pulido han cortado, pegado, ordenado, enlazado y contrastado innumerables fragmentos de manifestaciones –desde las de 1968 hasta las de la CNTE–, todo tipo de discursos presidenciales –entre ellos, un fragmento especialmente extenso de uno de Gustavo Díaz Ordaz después de una gira internacional—, actos de campaña de toda índole –los de Zedillo en 1994 y los del PAN con un Carlos Castillo Peraza en plano general alejado–, desfiles del 16 de septiembre vistos a ras de suelo o desde el exclusivo balcón del palacio –hay una imagen ahora insólita en el que vemos al presidente Fox saludando desde el balcón y en el mismo lugar, pero lo más alejado posible, el entonces jefe de gobierno López Obrador–, el besamanos antes y después de la ceremonia del grito –Peña Nieto dignándose saludar a los asistentes, Calderón en el balcón presidencial siendo apuntado con luces láser– e imágenes que no solo parecen provenir de otra época sino de otro país, como esa multitud desbordada que va cargando una enorme bandera amarilla de un partido político que, si mal no recuerdo, se llamaba PRD.
La impresionante investigación de material de archivo que es el cimiento de ¡Zócalo, Zócalo! fue realizada por el propio Reyes Retana con Itzia Fernández Escareño a partir de una veintena de toma de videos in situ a lo largo de varias décadas, tres filmes documentales militantes clásicos –El grito (López Arretche, 1968), La experiencia viva (Infante, 1977) y 1968: Homenaje a Revueltas (Menéndez, 1978)–, además de varios noticieros producidos por CEPROPIE y otras imágenes rescatadas y restauradas del Archivo Fílmico Reyes. El resultado es un fascinante palimpsesto de imágenes y sonidos que a veces se superponen aviesamente –la multitudinaria recepción a López Mateos con los sonidos de las protestas en contra de Díaz Ordaz–, y en otras aparecen inevitables vasos comunicantes entre los ceremoniales políticos de antaño con los de ahora, con el Zócalo como escenario de la evolución política de nuestro país, de generación en generación.
Tres generaciones son las protagonistas de Los tres Polos (México, 2025), documental dirigido por Lalo Hernández y presentado también en la misma sección de óperas primas. Los tres Polos del título son el sentencioso abuelo don Polo Rodríguez, todavía entero y en pie, limpiando de hierbas malas sus tierras; su hijo, el siempre sonriente con un bote de cerveza en la mano Polín Rodríguez; y su nieto, el adolescente crecido Polito Rodríguez, entusiasta corredor de caballos. Los tres Polos viven en Tamuín, en la huasteca potosina, y forman parte de una familia que se ha dedicado quién sabe desde cuando a criar, pastorear y correr cuacos.
A través del montaje del propio cineasta debutante y sin voz en off de ninguna especie, a no ser las mismas reflexiones, recuerdos, testimonios y sueños de los tres Polos, vamos conociendo la vida de estos hombres de tan distintas generaciones que comparten el mismo ethos, que es la misma pasión y el mismo horizonte existencial, por más que uno se encuentre al final de la vida, el otro todavía luchando por ella y el más joven oteando el horizonte sin renunciar a convertirse en una leyenda (la insensatez de morir como héroe en alguna carrera parejera) o, en su defecto, seguir ganando o perdiendo en cada “futurity” que se organice en esos vastos y emocionantes terregales, porque sea como sea, todo en la vida es un juego.
Otra relación intergeneracional se nos presenta en el corazón de Un día 28 de enero (México, 2025), igualmente presentado en la sección México ópera prima y dirigido por el debutante César Uriarte. La voz del también docente cinematográfico es el hilo conductor de esta cinta, que inicia cuando el propio cineasta se dirige a su hijo mientras la cámara sobrevuela Culiacán, la ciudad natal de Uriarte, hasta finalizar en el emblemático barrio bravo de Tierra Blanca, protagonista de infinidad de anécdotas, leyendas y corridos relacionados con el narcotráfico.
Uriarte le habla a su hijo pero, en sentido estricto, se está hablando a sí mismo, tratando de explicarse –y de pasada, explicándole al espectador– lo que significa nacer, crecer y vivir en la cuna del narcotráfico nacional que es Sinaloa. Más aún cuando Uriarte no solo señala haber crecido en la ya mencionada colonia de Tierra Blanca sino que su familia proviene de Badiraguato, el municipio sinaloense de la sierra en la que nacieron los capos más famosos del crimen organizado en nuestro país.
Cualquier culichi –como quien esto escribe– sabe de inmediato, con solo ver el título, cuál va a ser el tema del documental. Y es que “Un día 28 de enero” son las líneas con las que inicia el celebérrimo corrido de Lamberto Quintero escrito por Paulino Vargas, interpretado por Tony Aguilar y convertido incluso en exitosa película ochentera homónima dirigida por el buen artesano Mario Hernández y protagonizada por el mismo Aguilar. En Culiacán, como bien dice Uriarte, todo mundo sabe quién fue Lamberto Quintero, un narco que llegó a ser tan famoso que, incluso, el cineasta/narrador le confiesa a su hijo que en uno de sus cumpleaños infantiles él quiso disfrazarse como el narcotraficante acribillado aquel 28 de enero de 1976, aunque al final haya terminado vestido como Robin, el fiel compañero de Batman, como se puede atestiguar en las fotos de la piñata respectiva.
Uriarte sigue aquí un camino trazado hace dos décadas por la documentalista también con familia de origen sinaloense Natalia Almada, quien en su insuperado debut Al otro lado (2005) se acercaba al complejísimo fenómeno social, político, económico y cultural del narcotráfico a través de la crónica microhistórica de los sueños de cierto joven aspirante a compositor de narcocorridos. Por su parte, con la innegable ventaja de ser testigo y participante de un entorno social que conoce bien, Uriarte se acerca a tres niños matriculados en una escuela primaria culichi: José, Francisco y Fabiola, a quienes conoció impartiendo un taller de cine en 2016. El objetivo era brindarles las herramientas para que estos inquietos chamacos contaran sus propias historias y lo hicieran a su manera. Si, algunas décadas antes, el niño que fue Uriarte soñaba con disfrazarse de Lamberto Quintero, ¿habrá alguna diferencia con lo que ven, escuchan y atestiguan los niños culichis del nuevo siglo?
Un día 28 de enero está construido, pues, a partir de las escenas creadas por los infantiles aprendices de cineasta en 2016, pero también por el posterior reencuentro de Uriarte con ellos, seis años después, cuando Josué, Francisco y Fabiola ya son unos adolescentes que siguen creciendo en un Culiacán que había vivido su primer “culiacanazo” en 2019 y estaba a punto de sufrir el segundo en 2023. Sin explotación de ningún tipo ni jodidismo miserabilista de por medio, Uriarte nos presenta estos tres retazos de vida en formación que, a pesar del entorno en el que se desarrollan –o acaso por eso mismo–, cada uno de ellos busca otros horizontes muy distintos que no tienen nada que ver, necesariamente, con disfrazarse de narco, por más que el corrido de Lamberto Quintero sea, mea culpa, tan pegajoso. ~