El 29 de noviembre de 2010, es decir, hace hoy doce años, el director de cine italiano Mario Monicelli, a la asombrosa edad de 95 años, se tiró por una ventana del hospital donde estaba ingresado. Como recuerdo y con el criterio dirigido por la fiebre, me pongo a ver una película muy rara que encargó para la televisión el Ministerio de Turismo y Espectáculos de Italia en el año 1989, como parte de las actividades culturales que celebraban el Mundial de Fútbol que se iba a celebrar en 1990 en Italia, y he aquí otra efeméride.
12 registi per 12 città es una película de episodios centrados en cada una de las sedes donde se iban a disputar los partidos del campeonato, una especie de tour frenético en el que cada director compone un retrato más o menos promocional de la ciudad y en el que me embarco como una turista aturdida que a la vuelta de su viaje de una semana tiene que recordar dónde vio qué. No en vano estas películas de muchos directores se llaman ómnibus.
Roma: dirigida por Antonioni, la primera de las películas es una colección de cromos que comienza con una vista fija de la Piazza del Popolo. Lo cierto es que la película es bastante aburrida y hasta perezosa, pero como ha comenzado con la vista de las dos iglesias gemelas, que funcionan como la doble imagen de los visores antiguos en 3D, uno se acostumbra al paso de una postal a otra. Es Roma pero no aparecen humanos ni turistas.
La película de Bari es más animada. Un niño se asoma con cara de pícaro y luego aparecen tres señoras vestidas de negro y seguramente más jóvenes de lo que aparentan. Los morenísimos pescadores sacan del mar peces del tamaño y el aspecto de monstruos homéricos. Las vistas áreas de la ciudad y las tomas de las calles revelan primero una ciudad abacial, más tarde norteafricana. Me hace recordar que uno de los motivos para querer hacer películas es visitar ciudades. La dirige Lina Wertmüller.
Qué bonita Bolonia filmada por Bernardo y Giuseppe Bertolucci, en la que unos niños juegan al escondite en una ciudad que es toda para ellos, y corretean por los soportales donde rebota el eco, y se cuelan en iglesias y teatros, y cae la noche y amanece en un segundo y el niño que se ha quedado solo en la plaza ve cómo la atraviesa una fantasmagórica banda que toca La Internacional.
Carlo Lizzani se encarga de Cagliari. La locución es como de documental para colegios, un poco desasosegante. Explica que estamos viendo ruinas fenicias o romanas sobre la imagen de ruinas fenicias y romanas. Encuentro un valor en el registro de las fachadas con toda la pintura levantada, comidas por el salitre; quizá ahora, treinta años después, las hayan pintado.
Franco Zeffirelli enseña Florencia a través de grupos de chicos que juegan a juegos de pelota, como unos jóvenes monjes que juegan al voleibol en un claustro o un espectáculo de calcio in costume. Despista un poco que este episodio se base tanto en el fútbol, aunque es lo que celebra la película. Creo que resulta tan cursi como de costumbre. Al final se resuelve con un plano desconcertante: un balón de fútbol cae en el Arno, con el Ponte Vecchio al fondo, se alinea con el alargado reflejo del sol en el agua, y ahí se detiene.
Alberto Lattuada era milanés, pero en el reparto le ha tocado Génova, cuyo centro tiene un trazado similar al de otras ciudades mediterráneas como Barcelona o Palma. Es bonito ver el gigantesco puerto y los enormes sillares que quedan de la casa de Colón, pero la locución turística lo hace todo un poco espeso.
Ermanno Olmi rueda Milán como una sonata con sus movimientos, donde todo parece bailar o más bien patinar con alegría: lo que está dentro del plano, como unos barqueros o unos novios que recorren la ciudad en coche o unos patos que se dejan llevar por el agua, pero también la cámara se mueve queriendo registrarlo todo. Acaba con una extraña secuencia de época (la de Verdi) en las galerías Vittorio Emanuele: ¿aprovecharía el vestuario de otra película que se estaba rodando?
Francesco Rossi ofrece en su película sobre Nápoles, que empieza con el clásico encuadre del pino marítimo y el Vesubio, una cierta idea de la ciudad, como anuncia en el título, y a través de estatuas, frescos, grabados e himnos cuenta su historia. ¡Empieza muy típica y acaba muy didáctica!
El Palermo de Mauro Bolognini, aunque sigue también el esquema de vistas de la ciudad, consigue que la locución sea solidaria con la imagen y no un pegote. Las tomas callejeras se alternan con las de pinturas. Se comprende de inmediato lo difícil que es rodar una ciudad italiana, rodar una ciudad como Palermo, con esa riqueza patrimonial y social, y el talento que es saber elegir y contarlo todo a través solo de un detalle.
Maravilloso Mario Soldati al hablar, en el capítulo que dirige sobre Turín, de la tradición ocultista de su ciudad con la excusa de una pareja que se besa en una calle llena de tráfico. Y nos lleva a un bar que “está igual que hace cien años”, al que iban los jóvenes ricos de entonces, “pensando que nunca envejecerían”.
Udine está rodeada de ríos y arroyuelos que nos enseña Gillo Pontecorvo de forma sencilla y eficaz, acompañado por cantos campesinos. Aquí pasaron alguna temporada Dante y Giotto, pero ya no se sabe en qué casas lo hicieron. A estas alturas de la película ha sido un descanso ver el agua que discurre y salta, y recordar que el país no es todo mármoles y frescos.
Y por fin Mario Monicelli, que rodó Verona con un guión de Suso Cecchi D’Amico. La película o el recorrido se cierra con un capítulo muy bonito, con una locución de aires de cuento, que comienza con unos pájaros y unos peces, que nos explica la rareza de las dos estatuas sonrientes de las que se enorgullece la ciudad (la de san Zeno, cuyo atributo es una caña con peces, y la de Cangrande II de la Scala, de quien “no nos es dado saber por qué era tan alegre”) y que acaba con un hombre volador que tiene la textura milagrosa de muchas películas de décadas anteriores.
No sé exactamente qué es lo que he visto ni quién vería esta película cuando se estrenó y con qué grado de interés. ¿Italianos o extranjeros? El conjunto es muy irregular, como suelen ser las películas de episodios. Quizá hace treinta años, cuando no había tantas pantallas, era una suerte poder asomarse al interior de todos esos sitios, pero no lo recuerdo bien. ¿Y promovería ahora un gobierno una serie de cortos con los mejores directores de su cinematografía para celebrar un mundial de fútbol? Se intuyen detrás de este encargo modelos antiguos que han desaparecido, por cómo ha cambiado el mundo. Lo curioso es que cualquiera de las otras películas de estos directores da una imagen de Italia mucho más fascinante, y que da más ganas de viajar, que esta. Y por supuesto no han envejecido así.
Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).