En el Hollywood del siglo XXI filmar un guión original parece estar prohibido. ¿Dónde quedaron historias originales como Seven, The Usual Suspects y Memento? Archivadas. Hoy en día, las pantallas norteamericanas están repletas, entre otras cosas, de remakes. Remakes de todo lo que nos podamos imaginar. Si esta tendencia continúa, dentro de muy poco veremos Back to the Future y la saga de Star Wars filmadas de nuevo. Y pronto llegará el momento en que no reconozcamos entre la original y la nueva. Esperen un remake de Avatar. Un reboot de Iron Man. El remake que se prepara de la cinta que todavía no ha salido. Hollywood como fotocopiadora.
No cabe duda de que el remake llegó para quedarse. En un principio, este recurso cinematográfico se enfocó en las películas de horror, partiendo del alegato de que, cuando se filmaron las primeras versiones, carecían del presupuesto necesario para brindarle credibilidad a ciertos efectos especiales. Por efectos especiales se entendía (no estamos hablando de cintas de James Cameron) muertes más elaboradas y un color sanguíneo más cercano a la realidad. Friday the 13th y The Texas Chainsaw Massacre fueron sólo dos de las películas que recibieron este tratamiento: la primera se alejó de aquella estética de video-home de la original y adaptó la historia de Jason Voorhees para la generación post MTV; la segunda mantuvo la paleta polvorienta del clásico de Tobe Hooper, pero sacrificó la atmósfera febril e incestuosa por una visión estéril, vista a través del lente fácil de una estética propia de una producción de Michael Bay. Estos remakes, como muchos otros, transportaron los monstruos de los ochenta y los setenta al siglo XXI por la vía de la edición frenética de Jason Bourne. La historia y los personajes se aferraron al cartón.
El roquero-director de cine Rob Zombie quiso romper este molde. En 2007 se atrevió a reinterpretar uno de los clásicos más intocables del género de horror: Halloween. Su aportación fue sencilla pero valiente. La primera parte de su remake intenta explicar al monstruo de Michael Myers, esa bestia que tiene los “ojos del diablo”, como explica el clásico de John Carpenter. La cinta de Zombie intenta comprender al hombre detrás de la máscara. Como experimento, el reboot de Halloween es bastante loable. Desgraciadamente, ningún otro remake ha seguido su ejemplo.
El brinco desde el horror hacia otros géneros no se ha hecho esperar. Muy pronto veremos remakes de The Karate Kid y de Me enamoré de un maniquí, por decir un par. Hay un peligro inminente en esta nueva moda. Durante la década de los setenta, podría decirse, se privilegió el llamado “cine de autor”: historias de gran profundidad y un claro discurso crítico de la sociedad y del gobierno norteamericano. En los ochenta se hizo todo lo contrario. El cine dejó de lado muchas de sus pretensiones discursivas y anuló, en gran medida, las críticas abiertas o soterradas a la fibra social de Estados Unidos. Las historias y los conflictos se resolvían en diálogos breves. Los héroes de acción eran indestructibles.
El cine de ambas décadas es producto directo de la circunstancia por la que atravesaba Estados Unidos. ¿Qué es The Exorcist sino una diatriba alarmista de aquellos padres que estaban seguros de que perderían a sus retoños en la maraña de la Norteamérica post-hippie y post-Vietnam?, ¿qué es Taxi Driver sino una radiografía impecable de aquel Nueva York caótico de los setenta: el Nueva York del Hijo de Sam y el apagón?, ¿qué es Top Gun si no una masturbación norteamericana, un high five colectivo, una reafirmación de los valores frívolos de la era de Reagan y el final de la guerra fría? El cine es hijo de su tiempo y, por lo tanto, volverlo a filmar sin reinterpretarlo –que es lo que a fin de cuentas hacen estos remakes– es arrojar a las salas historias anacrónicas, sin ancla en un momento histórico.
Actualmente las películas que han sido realmente exitosas contienen una premisa oscura; una narrativa que avizora un mundo decadente. The Dark Knight es un claro barómetro de las sensibilidades del cine actual. El tomar una historia, de por sí sencilla, de algún clásico de los ochenta y llevarlo a la época actual es una receta para la catástrofe. Uno de los primeros remakes de películas ochenteras que se van a filmar es el de An American Werewolf in London(1981), una mezcla prodigiosa de horror y comedia. Hoy en día, con la predilección de Hollywood por guiones flojos, es difícil no esperar lo peor: la transformación computarizada, el final alterado y la balanza inclinándose completamente hacia la comedia burda de, digamos, Judd Apatow.
Cuando de remakes se trata, ninguno cumple con todos los requisitos como The Fly. Basado en la cinta homónima de 1958, este remake, dirigido por David Cronenberg en 1986, retoma el concepto de la original y lo transporta a la década de los ochenta, creando una parábola mordaz sobre la descomposición del personaje de Jeff Goldblum a manos del insecto que se ha mezclado con su DNA y la era del SIDA: el asesino silencioso que parecía atacar de adentro hacia afuera. The Fly es el mejor remake de la historia, y es así porque Cronenberg conoce las limitaciones y el potencial de la original. Su cinta no sólo pule los efectos especiales de la década de los cincuenta, sino que toma la premisa y crea un animal completamente distinto al de Vincent Price. Una de las mejores películas de los ochenta y un clásico de horror. Dudo que se pueda decir lo mismo de la próxima versión de Nightmare on Elm Street.
-José Rubén Escalante
José Rubén Escalante nació en la Ciudad de México en 1978. Ha sido cineasta, crítico de cine y publicista.