Una escritora joven y en ascenso, afrobritánica de origen ghanés, vive en Londres. El mundo parece empezar a rendirse ante su talento. Es reconocida en la calle como la voz de la generación millennial, perfectos desconocidos le piden tomarse una foto con ella, tiene un compacto grupo de amigos que están ahí siempre para apoyarla y una importante editorial le ha ofrecido un contrato para formar parte de su selecto grupo de escritores, siempre y cuando cumpla con la fecha límite de entrega de su primer borrador. Todos los astros están alineados para que esta irrefrenable mujer que roza los 30 años de edad suba hasta la cúspide.
Pero cierta noche –horas antes de cumplirse la fecha para entregar el manuscrito de su segundo libro– decide ir a tomarse un trago con varios de sus amigos. Total, unos cuantos entre pecho y espalda no le hacen daño a nadie. Horas después, la mujer está frente a la computadora, escribiendo frenéticamente el borrador prometido. Pero algo no está bien: ¿qué no estaba la noche anterior en algún bar cercano, tomando con sus amigos? ¿Cuándo dejó ese sitio y en qué condiciones? ¿Quién la trajo a su departamento? ¿Y por qué aparece en su recuerdo la figura de un hombre que está sobre ella? ¿O todo es producto de su imaginación literaria? ¿Una pesadilla, acaso?
Este es el inicio de I may destroy you (Reino Unido, 2020), miniserie de doce episodios producida por la BBC y disponible en nuestro país a través de HBO Go. Creada, escrita y codirigida –nueve de los 12 capítulos– por Michaela Coel, escritora, guionista y actriz de 32 años, británica y de origen ghanés, I may destroy you nació como una extensión de su propia experiencia traumática. Como su protagonista, la ingobernable Arabella, Michaela fue drogada y abusada sexualmente, lo que provocó, primero, que bloqueara todo recuerdo de esa noche y que, después, basada en ese nebuloso cúmulo de experiencias, decidiera escribir a lo largo de dos años y después de un viaje por Italia, el guion de esta serie televisiva, cual acto de sanación y de catarsis.
El resultado es una vibrante y muy divertida exploración femenina y feminista de la generación millennial en estos complejos tiempos del Me Too. En el guion de Coel lo mismo podemos encontrar una apasionada filípica sobre los abusos cometidos por los hombres en nuestra relación con las mujeres –Arabella no sufre abuso una vez, sino dos, y la segunda en una relación consensuada-– que, al mismo tiempo, un capcioso análisis de cómo las relaciones de poder entre los hombres y las mujeres se entrecruzan inevitablemente con los resentimientos de clase a flor de piel, y estos con las diferencias raciales en una Gran Bretaña que, con todo y Brexit, sigue siendo un país multicultural.
En el mejor capítulo de la miniserie, el sexto, llamado “The alliance”, Arabella asiste a contar su experiencia a un grupo de sobrevivientes de abusos y violaciones sexuales, en donde se encuentra con una vieja amiga de la preparatoria, Theo (Harriet Webb), que fue víctima ella misma, en la escuela, de un abuso sexual que inició como una relación consensuada. Cuando el perpetrador resulta ser un jovencito afrobritánico, perteneciente a la clica de la adolescente Arabella (Danielle Vitalis) y de su inseparable amiga Terry (Lauren-joy Williams de jovencita, Weruche Opia de adulta), entonces la solidaridad racial –el abusador es de nuestro mismo color, de nuestra propia pandilla– se impone sobre la idealizada sororidad. Si, además, la adolescente abusada es vista como una promiscua muchachita que acepta cualquier remedo de coito por unas cuantas libras, no hay más de qué hablar. La víctima –que además es el equivalente británico de una white-trash– cargará para siempre con la culpa, señalada por las mismas compañeras de su escuela.
En sus mejores momentos –en este episodio sexto y en el número once, “Would you like to know the sex”–, Coel va más allá de la justa y necesaria condena de las evidentes diferencias de poder sexuales, raciales y de clase con la que se enfrentan sus personajes. I may destroy you trasciende con mucho el discurso militante al dibujar personajes complejos, sean víctimas o victimarios. Más aún: plantea que en algunas ocasiones la víctima puede haber actuado como victimario –o como el cómplice de uno– sin haberse dado cuenta de ello, y en esta categoría cabe la misma Arabella.
Hacia el desenlace, en el ya mencionado capítulo once, Arabella se encuentra de nuevo con su segundo abusador (Karan Gill), pero ya no para denunciarlo públicamente, urbi et orbi, sino en circunstancias muy distintas e inesperadas. Coel va más allá de humanizar al monstruo de modales impecables –eso sería muy fácil y muy obvio. Lo que plantea es la posibilidad de reencontrarse con el abusador no necesariamente para aceptar su versión y ni siquiera para perdonarlo, sino para replantear esa antigua relación de poder desde otra perspectiva. Cuando Arabella y Zain se encuentran, la posición en la que se encuentran los dos ha cambiado mucho y, sin embargo, en algún sentido clave, no ha cambiado nada. Zain sigue siendo, se puede ver, un escritor de talento cuya obra, paradoja de paradojas, puede iluminar la propia escritura de Arabella. Más aún: pareciera que no hay mejor lector de la obra de Zain que Arabella, y viceversa.
Al complejizar estas relaciones de poder, sexuales, raciales y de clase, Michaela Coel plantea preguntas que no busca resolver, aunque deja, eso sí, una sola y muy clara respuesta sobre la mesa. Por más que vivamos en un matizado mundo lleno de grises, a lo que no se debe renunciar es a la voz propia. La Arabella de Michaela Coel lo sabe. Ya lo entendió. Y a ver quién la para.
(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.