Los hombres locos de 1960

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Don Draper: Let me ask you something, what do women want?

Roger Sterling: Who cares?

Nadie puede negar que Mad Men es una serie desprovista de la red de seguridad de la corrección política. Los hombres no comen yogur de soja ni se depilan, sino que pasean su hipermasculinidad por las oficinas de la agencia de publicidad Sterling Cooper mientras deciden a qué secretaria van a hacer sonrojar, o peor. Joan Holloway, interpretada por la actriz Christina Hendricks, se ha convertido en un icono de la mujer exuberante, alejada de cualquier androginia. Son hombres masculinos y mujeres femeninas, no las diluidas versiones contemporáneas que son la norma hoy en día.

Por eso vemos la serie con el mismo morbo con el que se consume el violento cine de Tarantino –con la excitación de quitar esa red de seguridad. Y al igual que con las películas de Tarantino, ese placer de ver el tabú viene empaquetado con una estética brillante. En Mad Men se fuma y se bebe estilosamente, sans cáncer. No existe aún el SIDA, por lo que las numerosas aventuras extramaritales que acontecen en la serie se disfrutan sin castigo. Faltan unos diez años para que se invente el acoso sexual, y las palmaditas en el trasero se solucionan con meneo reprobatorio del dedo índice. Sus protagonistas hacen todo lo que nosotros no podemos, como cuando, en el film Jackie Brown, Robert DeNiro dispara a Bridget Fonda porque ésta no se calla.

En comparación con el mundo europeo de hoy, el Nueva York de Mad Men responde a una imagen bastante extendida de la jungla del capitalismo salvaje, donde existen el éxito y el fracaso sin ambages. Cooper, el jefe de Don Draper (protagonista de la serie), es un entusiasta de la biblia capitalista, La Rebelión de Atlas de Ayn Rand, publicada tres años antes del comienzo narrativo de la serie. Nadie pide disculpas ni busca excusas (muy al estilo del Doctor House), ni tampoco se ponen límites: “This is America. Pick a job and then become the person that does it.” Por eso cuando Roger Sterling responde con su who cares, sabemos que es sincero. ¿A quién le importa nada?

Esta falta de consecuencias que tienen los actos morales de los personajes de Mad Men recuerda a las primeras temporadas de Los Soprano, cuando Tony escapa indemne a todos los peligros que se le presentan. La ansiedad del espectador aumenta hasta que a partir de la cuarta temporada, las cosas empiezan a torcerse gravemente (culminando en el enigmático final de la serie). La relación de los espectadores con Don Draper va a ser parecida a la que teníamos con Tony Soprano –cuando la admiración se torne en envidia, vamos a acabar pidiendo su cabeza. Los guionistas nos la entregarán, seguro. Simplemente quedará ver cómo lo hacen.

– Alex García-Ingrisano

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