Breaking Bad es la crónica de un descenso a los infiernos. En sentido metafórico, eso podría significar el título mismo de la serie. El doceavo capítulo de la quinta temporada, cuarto de esta tanda, es uno de los puntos altos de este descenso.
1. Skyler
Hemos visto la progresión de Skyler: su descenso ha sido un poquito más intrigante que los demás debido a su condición tangencial, de escasa participación directa en las acciones de Walter. En realidad, Skyler bien podría ser el espejo de su esposo. Lo que en ella sucede no es otra cosa que un reflejo retrasado de lo que en algún momento fue Walter; en ella hay cierto engolosinamiento por el poder y sus posibilidades, con lo que ella sabe que puede hacer su marido. El momento en el que firma la sentencia de muerte para Jesse –o eso cree ella— es el punto más bajo de su caída y el más alto de su transformación en Lady Macbeth: “Hemos llegado hasta acá”, le dice a Walter mientras exige eufemísticamente la muerte de Pinkman, “¿qué significa uno más?”.
Quizá hizo falta mayor fuerza en esa escena –pero esto sólo puedo decirlo desde mi subjetividad. El momento del noveno episodio en el que Skyler confronta a Lydia me parece más representativo de la mujer sin escrúpulos que es ahora.
2. Jesse
De todos, el de Pinkman quizá sea el descenso más patético –o quizá sea un descenso a lo patético. La vorágine de Jesse lo ha llevado a tirar sus paquetes de miles de dólares por la calle, a vagar por todo Albuquerque sin motivo aparente, a perder el tiempo con yonquis en su casa y, quizá lo peor, a unirse a Hank Schrader, cuñado de su pareja creadora de metanfetamina –y detective dispuesto a atraparlos a ambos. Movido por la ira que provocó en él descubrir, o creer descubrir, que Walter White envenenó al pequeño Brock, hijo de su entonces pareja en turno, Pinkman decide prender fuego a la casa White. Esta parte del capítulo mostró una estructura interesante:
En esta curva – ¿por qué Jesse no quemó la casa?— volvemos al punto en el que lo dejamos el episodio pasado –Jesse está a punto de quemar la casa— y resolvemos la pregunta. La razón fue simple: Hank entró en acción. El detective se llevó al desequilibrado Pinkman a su casa, victorioso; todo pendía de un interrogatorio, de una confesión. Jesse, en ese momento de la serie, era poco más –o quizá poco menos— que un peón en manos de Hank, una pieza en su jugada contra Walter White. El Jesse que vemos es un derruido moralmente; ha descubierto una de las mentiras, quizá la más grave, del único hombre que lo cuidaba y quería y trataba como a una persona. Este aprecio de Walter hacia Jesse no se ha diluido: lo vimos en la conversación con Skyler, pero esto Jesse no lo sabe –aquí se hace notoria la inteligencia del uso de la curva temporal ante el espectador—; no sabe que míster White lo ha defendido y procurado incluso frente a su misma esposa. Decide confiar, entonces, en un agente de la justicia: la misma que está dispuesta a dejarlo morir con tal de atrapar al gran Heisenberg.
3. Hank
El agente Schrader también ha caído. Su moral se ha ido decantando poco a poco con tal de atrapar a Heisenberg. Y el lado hacia el que se ha decantado es el de la mano dura, el de la pérdida de la empatía, el del todo por el todo. Ya lo había mostrado en episodios anteriores, pero este –igual que el de Skyler, igual que el de Jesse— es el momento más intenso de su heisenbergcización.
Breaking Bad, dice Lilián López Camberos en su blog, “trata, en términos generales, de la lucha del bien y el mal”. Aunque la teoría me parece seductora, quizá podríamos afinarla otro poco: más allá de ver en Hank una representación del “bien” y en Walter otra del “mal” –cosa que Lilián hace de forma estupenda a través de stills, no dejen de leerlo—, lo que sucede en Breaking Bad es una transición de una cosa a otra y de vuelta. Por ejemplo: Walter White puede pasar de un espectro extremo de “maldad” –el envenenamiento del pequeño Brock— a uno de algo cercano a la “bondad” –“¡Jesse es una persona, no un perro rabioso!”, le grita a Skyler. Hank puede describir una ruta similar, pero en dirección opuesta: parece mostrar un interés genuino en Pinkman –ese momento en que le pone el cinturón de seguridad— para luego revelarse como totalmente carente de humanidad –“¿El chico? ¿Ah, te refieres al yonqui asesino que está mojando todo el piso de mi baño?”, dice a Gomez, su colega. Lo dicho: Breaking Bad narra un descenso, pero también los pasos hacia adelante y hacia atrás de ese recorrido.
4. Marie
Su decadencia, aunque menos evidente por el tiempo en pantalla, se muestra en unos cuantos minutitos de cita con el terapeuta: es tal la neurosis que Marie sueña con asesinar. Marie, la correcta, la enferma –la que roba y sentimos compasión por ella—, la que está de lado de la justicia: una mujer que quiere acabar con todo y con todos.
5. Walter
Parte de este capítulo parece girar en torno a la humanidad de Walter: su defensa de Jesse, la forma en que lo procura, cómo se niega a tomar alguna acción en contra suya. Por un momento, parece que vemos una generosa porción de humanidad en él: cuando miente a su familia, esperando que su engaño pase desapercibido. Son instantes en los que se asoma el viejo Walter: aquel que nos mira desde cinco años atrás, ingenuo, casi divertido; el profesor con cáncer que acude, desesperado, a la elaboración de metanfetamina para salvar su vida y el futuro de su familia. Ni modo, basta una última llamada telefónica –otro de los irritantes pero enganchadores cliffhangers de la serie— para recordarnos que ese Walter se ha ido: lo único que tenemos es a Heisenberg, un hombre que sí está dispuesto a deshacerse de otras personas como si fueran perros rabiosos.
Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.