Marca personal a Mad Men: The Forecast

El futuro –o mejor dicho, la idea de futuro- es la esencia de “The Forecast”.  
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A diferencia de los primeros dos capítulos de “El fin de una era”, caracterizados por un persistente ensimismamiento fantasmagórico, “The Forecast” exhibe una bienvenida autoconciencia metanarrativa sobre cómo será el final de la serie. El resultado es un capítulo denso e incómodo que reafirma que el cierre de esta séptima y última temporada es un epílogo largo que, si bien no estará exento de catarsis, carecerá de conclusiones convencionales.

Episodio 10, “The Forecast”  

1.

Tras ser vaciado literalmente a causa del rompimiento definitivo con Megan en “New Business”, Don Draper prepara la mudanza. Sea desde su ahora desértico penthouse, sea instalado en una cada vez más ajena oficina o incluso en espacios de tránsito, Don opera a la defensiva durante todo el episodio. Melanie, su agente de bienes raíces, le echa en cara que el departamento, ahora sin muebles, luce descuidado, como si fuera propiedad de un hombre triste y en ruinas. “Aquí han sucedido también varias cosas maravillosas”, revira Don. Con la probable excepción de Megan cantando "Zou Bisou Bisou" en el primer capítulo de quinta temporada, no podemos pensar en ninguna. Al contrario: ese edificio siempre ha sido escenario de actos ominosos y potencialmente trágicos -el desmayo de Jonesy en “The Doorway” (S0601), el  robo en “The Crash” (S0608), el tapiz sónico de sirenas de patrullas y ambulancias a lo largo de la sexta temporada, los épicos berrinches de Megan, el infierno sexual  entre Don y Sylvia y el desencuentro con Sally, por mencionar algunos). Melanie, por cierto, luce como una versión más frondosa de Betty Draper. Hasta la voz es similar. A juzgar por la saña y el tono de reclamo, cualquiera podría pensar que Melanie es la exesposa de Don. Matthew Weiner, showrunner de Mad Men, gusta de insertar esta clase de detalles para jugar con la mente del espectador. Aquí observamos a Melanie como quizá la ve Draper. Una vez rebasada cierta edad, todas las personas que cruzan nuestra vida se pueden clasificar en categorías específicas. Las personas varían, pero el patrón es el mismo.  

Draper podrá habitar el “departamento más triste de la historia”, pero eventualmente saldrá de ahí. El rumbo es ambiguo. En “Waterloo” y “The Strategy”, los dos episodios que cierran la primera mitad de la séptima temporada, Weiner parecía asumir una filosofía cercana a la de su exjefe David Chase. Los Soprano, apunta Chase, creador de la saga mafiosa, proyectan un optimismo moderado: las nuevas generaciones son libres de construir existencias independientes al talante criminal de sus padres. Quizá no sean vidas gloriosas, pero sí menos turbulentas y vergonzantes. En “The Forecast”, sin embargo, Weiner no se muestra del todo convencido de que los hijos sean capaces de escapar de la sombra de sus padres.

En apariencia, el enojo de Sally frente a la facilidad con la que sus padres tienden a comportarse como pavorreales está justificado plenamente: el coqueteo de Betty hacia Glen -quien en el transcurso de la serie ha pasado de ser un niño de precocidad inquietante a un mancebo con posibilidades escasas de sobrevivir en Vietnam- es a todas luces reprobable; y Don debería saber a estas alturas que pocas cosas incomodan más a una adolescente que dejarse adular por sus impresionables amigas. Frase devastadora: “Anyone pays attention to either of you, and they always do, you just ooze everywhere”. No obstante, vista con más detalle, la molestia de Sally se revela como algo más oscuro que la simple exasperación ante la vanidad de sus padres. Recordemos. En “At the Codfish Ball” (S05E07), Sally describe como “sucia” a la ciudad de Nueva York tras descubrir a la mamá de Megan en una apresurada sesión de sexo oral con Roger, pero su furia no proviene de la infidelidad de su abuela postiza, sino de los celos (la hija adolescente de Don realmente creía que era la pareja de Roger para la celebración en el Codfish Ball).

En “Favors” (S06E11), cuando Sally sorprende a su padre en la cama con Sylvia, el enojo no obedece a que le sea infiel a Megan, sino a la ruptura del tímido complejo de Electra que sostenía con Don (“es el único que apoya mis sueños”, le dice a una amiga al inicio del capítulo). A Megan, quien le enseña cómo fingir y manipular el llanto, la termina por odiar. El despecho opera de nueva cuenta cuando Sally ratifica que Glen, su sombra platónica, le pertenece a su madre, y no a ella. Sally es heredera plena de los vicios de sus padres, así como de su inteligencia, pero también lucha por crearse una narrativa diferente que le permita alejarse de las mentiras del hogar (su conciencia política en torno a Vietnam se siente genuina, por ejemplo). Con frecuencia se menciona que hay un elemento voyeurista en Mad Men (consistente en poder observar los pecados de nuestros padres y abuelos). En efecto, pero el viaje dista de ser nostálgico. Cuando Don le advierte a Sally “que pronto sabrá” lo parecida que es a sus padres, también le habla a la audiencia que ve el programa semana tras semana. La hipocresía de nuestros padres nos conecta con nuestra hipocresía. La pertinencia del diálogo es estremecedora. ¿Qué tan diferentes somos de nuestros padres? ¿Logramos subir al autobús y escapar de ellos?

3.

El futuro –o mejor dicho, la idea de futuro- es la esencia de “The Forecast”.  El encargo de escribir la visión corporativa de la agencia se torna en una labor titánica para Don. Sus colegas no podrían hacer mejor la tarea. Para Ted, el futuro consiste en cerrar más cuentas y más grandes (los setenta y los ochenta, pues); Peggy intuye que ella es el futuro (“quiero ser la primera directora creativa de esta agencia”), pero su carácter aprehensivo le impide pensar en términos organizacionales que vayan más allá del cliché; y Sterling, bueno, es Sterling. Imaginar un futuro posible, así como ejecutar un plan sistemático para materializarlo, implica privarse de cosas. Y como señala el nuevo interés amoroso de Joan, nada envejece más que negarse experiencias. El desafío es pintar un rumbo optimista que resulte inspirador. No es sencillo: así ofrezca un destino terrible, la gente tiende a aceptar una idea de futuro con mayor facilidad sí ésta ofrece certidumbre. Para los padres de Glen es más cómodo lidiar con la idea de su hijo en el matadero de Vietnam que asimilar su pobre desempeño en la escuela. Un departamento amueblado es más fácil de vender que uno vacío, donde hay que imaginar el espacio terminado. La serie no puede evitar el comentario sobre sí misma: a estas alturas sería más cómodo dibujar una línea temporal que permitiera anticipar el final de Mad Men, así consistiera en tragedia y dolor. No va a suceder.

4.

No era imperativo traer de vuelta a Glen para recordarnos las pulsiones sexuales y el narcisismo de Betty (revisitar “Meditations in an Emergency” S02E13). El conflicto no fluye con naturalidad. Peor aún: Marten Weiner, hijo de Matthew, es uno de los actores más limitados de la televisión actual. Una excentricidad que parece obedecer más al nepotismo de Weiner que a la congruencia narrativa.

5.

Otro callejón sin salida: el romance de Joan no parece tener otro sentido que el de ilustrar con trazos gordos los prejuicios y vicisitudes que enfrenta la madre soltera (tanto en 1970 como en 2015), así sea socia de una prestigiada agencia de publicidad y posea una pequeña fortuna.

6.

Si la perdurabilidad de la agencia depende del talento de sus creativos menores, Sterling, Cooper and Partners se dirige a la catástrofe. Les urge encontrar un nuevo Michael Ginsberg. Basta observar cómo Mathis culpa a Don de su fracaso. De inteligencia limitada, Mathis, no alcanza a comprender que la articulación, el porte y la simpatía no son forzosamente productos de la lotería genética, sino activos que cuesta trabajo perfeccionar (asimismo, el asunto exhibe una batalla recurrente en Mad Men: nada más conveniente que culpar a las generaciones anteriores de las derrotas propias). Draper atraviesa por una crisis de confianza en la que también parece haberlo olvidado. La venta de su departamento lo reivindica. Tenía razón: la imaginación puede ser un argumento de venta más poderoso que la apariencia. La imaginación puede llenar el vacío. Punto a resaltar: el talento creativo de Don, hasta ahora, nunca ha estado en tela de juicio.

 7.

Si Pete y Peggy estuvieran casados, como pudo haber sucedido en algún momento, esta sería su realidad doméstica: indignación y encono constante. La química, con todo, sigue ahí. “We have a peanut butter cookie problem!” Pobre Don: es el niño que queda en medio de los gritos de los padres.

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Mauricio González Lara (Ciudad de México, 1974). Escribe de negocios en el diario 24 Horas. Autor de Responsabilidad Social Empresarial (Norma, 2008). Su Twitter: @mauroforever.


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