Ya en Pandillas de Nueva York –una cinta que es ficción pero que también pretende ser un ensayo histórico– Scorsese trazó una idea central: la historia de América –y la de Nueva York, por supuesto– es al mismo tiempo la de sus criminales. La épica criminal de esta cinta (un eastern, la llamó el cineasta al referirse en ella en su más reciente entrevista con la revista GQ; el sueño de hacer un western en su filmografía llevado al fin a cabo). La idea, por supuesto, no es nueva y no la inauguró Scorsese: allí está The Godfather II para desmentirlo.
La cinta de Coppola también transcurría en Nueva York y, como la de Scorsese, pone las bases de unos Estados Unidos llenos de inmigrantes y de criminales. Y de inmigrantes criminales, claro; lejos de depurar cuidadosamente a esta Nueva York –que es una metáfora de América, ambos dejan bien en claro que está igual de sucia que cualquier otra ciudad. La historia oficial de los Estados Unidos no recuerda con cariño a sus criminales; ha sido el cine quien dedica tiempo y esfuerzo a su amada memoria. Así, Pandillas de Nueva York nos cuenta una primera historia del sitio conocido como Five Points en la geografía neoyorquina –hoy desaparecido– y que era algo así como un cinturón de miseria en la ciudad. Allí había inmigrantes de todas partes, que llegaban en enormes barcos de Europa a probar fortuna al nuevo continente; Pandillas de Nueva York centra su argumento en las luchas entre inmigrantes irlandeses y los nativos. (Que, curiosamente, son descendientes de irlandeses de segunda generación: el Carnicero, representado por Daniel Day-Lewis, principal enemigo de los recién llegados, lleva, según sus propias palabras, sangre irlandesa.) El final de la cinta es un hecho histórico concreto: la revuelta de los Dead Rabbits, inmigrantes, que pelearon contra los Bowery Boys en un enfrentamiento de dos días. Por supuesto, el hecho se encuentra ficcionalizado (Ámsterdam, encarnado por DiCaprio, y El Carnicero, no tienen correspondencia en los hechos originales), pero funciona como marco del discurso histórico de Scorsese.
Los Five Points estaban cerca de Chinatown y entre las calles aledañas se encontraba Mulberry Street. Las conexiones con el crimen se agudizan aquí: Mulberry Street no es otra sino la ubicación de Little Italy, el sitio donde los inmigrantes italianos recién llegados construyeron su hogar y donde, tradicionalmente, celebran la Fiesta de San Genaro, Santo patrón de Nápoles, Italia. El lector avezado sabrá rápidamente a donde nos dirigimos: ¿no es la fiesta de San Genaro, en la pequeña Italia, exactamente el mismo sitio en el que Vito Corleone se convierte en asesino y comienza su escalada hacia la cima del crimen? El asesinato de Don Fanucci, una de las grandes glorias de la segunda parte de El Padrino, es el balazo que define el destino de los Corleone:
http://youtu.be/cTCDTksSiOE
(El destino de los Corleone queda sellado también, de manera retroactiva, en este mismo momento: Don Vito toma entre sus brazos a Michael, su hijo menor: ‘Michael, to' patri ti voli bene assai. Bene assai. Mi caruso’. Lo que Don Vito y Michael no saben, y nosotros sí, es que será ese pequeño hijo, y no Santino, el mayor –al que en el guión original estaba dedicada esa escena: ‘Santino, your papa loves you’– quien herede el control del imperio criminal forjado por Don Vito.)
Los Corleone no son la única pandilla criminal que salió de Five Points. La Five Points Gang se originó allí. Al Capone, quien posteriormente se movió a Chicago, donde se convirtió en el principal criminal de la ciudad (parte de este proceso puede verse en la poco valorada Boardwalk Empire, la serie creada por Terence Winter, guionista de Los Sopranos, y cuyo primer episodio dirigió, claro, Martin Scorsese), formó parte en sus orígenes de esta brillante agrupación. Lucky Luciano, en algún momento el mayor criminal de los Estados Unidos, también estuvo en las filas de la pandilla: posteriormente, Luciano se incorporó a las Cinco Familias de Nueva York, acaso la organización criminal más poderosa de esa nación. Las Cinco Familias, ficcionalizadas, con nombres cambiados, pero siempre igual de relevantes, han aparecido en la misma saga de El Padrino y, por supuesto, en Los Sopranos.
Quizá Nueva York sea la ciudad en la que más se han narrado estas historias. (Allí está, monumental testimonio de la historia del crimen, Once upon a time in America.) Al final, sin embargo, no es sólo de Nueva York de quien se habla: es Estados Unidos completo, una nación cuyo árbol de la democracia debe ser regado de vez en cuando con la sangre de patriotas. Y criminales, por supuesto: la tumba de Ámsterdam y El Carnicero están allí, a un pie de la ciudad, como mudos testigos del paso de la historia.
Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.