Osama, “the movie”

La película Zero Dark Thirty, de Katherine Bigelow, es un gran thriller, filmado con un sentido excepcional del suspenso. Pero, como documento histórico, comete dos errores extraños e imperdonables.
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Estados Unidos es el país de las contradicciones: a veces increíblemente estricto, haciendo eco de sus orígenes puritanos; en tantas otras, laxo hasta el absurdo. Aquí, un muchacho de 18 años puede tener un rifle e ir a la guerra sin el permiso de los padres, pero no puede comprar una cerveza. Como bien sabemos —y sufrimos— ese mismo apego al sinsentido ha prevalecido muchas veces en la conducta política estadunidense.

En mayo de 2011, el asesinato de Osama Bin Laden, la divulgación de sus detalles y la posterior disposición del cuerpo del terrorista de Al Qaeda dieron pie a una polémica dentro del gobierno de Estados Unidos. Hubo quien sugería dejar a un lado la mesura y difundir los pormenores de la operación en Abbottabad, incluyendo las grotescas fotografías del rostro de Bin Laden y hasta el video en el que los marinos arrojaron el cuerpo al mar de Arabia. Afortunadamente, en Washington prevalecieron voces más sensatas y la información difundida sobre el famoso operativo fue mínima. El experto antiterrorismo de la Casa Blanca, John Brennan, lo explicaba con este elegante eufemismo burocrático: “lo que no queremos hacer es mostrar algo que pueda provocar emociones innecesarias”. Fue un acierto.

Pero no duró mucho. No han pasado siquiera dos años de la muerte de Bin Laden y Hollywood ya le ha regalado al mundo una película que hace exactamente lo contrario a lo que aquella mesura gubernamental pretendía. La película Zero Dark Thirty, de Katherine Bigelow, es un gran thriller, filmado con un sentido excepcional del suspenso. Pero, como documento histórico, comete dos errores extraños e imperdonables. Primero, valida la tortura como método para obtener información, hecho cuestionable en sí mismo y absolutamente falso cuando se trata del fin de Bin Laden. Después, en las escenas que recrean Abbottadad y las horas posteriores, Bigelow hace de la muerte del terrorista un espectáculo, con todo y gritos de júbilo de los soldados involucrados. El colmo del desatino es que la película contó con el apoyo y consejo de varias autoridades especializadas, entre ellas (contradicción de contradicciones)… ¡el propio John Brennan!

Así, el gobierno estadunidense, que quiso evitar los serios riesgos que implicaba rebajar, mediante la cultura del show, la muerte de Bin Laden se encargó de trivializarla a la enésima potencia mediante el megáfono hollywoodense.

Lo dicho: el país de las contradicciones.

 

http://www.youtube.com/watch?v=cAtWcvCxPhc

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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