El momento, esperado durante años, por fin llegó: The Avengers, la culminación – por el momento, aunque seguramente la secuela ya está en preproducción – del proyecto que durante años planearon en las sombras Paramount y Marvel Comics, se estrenó al fin en pantallas. El filme rápidamente escaló hasta lo más alto de las cifras de recaudaciones (y seguramente será desbancado este mismo año por The Dark Knight Rises, o por el siguiente blockbuster del próximo año, o la enésima cinta de Transformers, o…) y en los números de “la mejor cinta de la historia” de imdb (la biblia del cine, la llamó algún desorientado comentarista en algún momento). El fandom, desbocado, alaba acríticamente su película. El problema con el fandom es que tiene películas por montones. (Habría que recordar que ha cambiado de cintas en las últimas dos décadas sin pudor alguno: lo mismo ha sido The Dark Knight que Watchmen que Batman Begins que Iron Man que Sin City que 300.) La condición de outsider del fan de cómics no es más que cosa del pasado – o de las series y películas que se burlan del cliché – y hoy sus gustos copan las pantallas de cualquier tipo.
Avengersarranca con una presentación de personajes pobrísima e innecesaria: ¿no era la intención de hacer cinco películas anteriores presentar con suficiente claridad a los héroes y villanos de este megaevento? Esto no es, quizá, enteramente culpa de Joss Whedon, director (tipo conocido por exitosos proyectos televisivos del gusto de los nerds como Firefly o Buffy), sino de una producción enajenada con dejarle todo en bandeja al espectador. De esta forma, el primer tercio de The Avengers transcurre casi con lentitud, con ciertos brillos de comedia aquí y allá, cortesía de Robert Downey Jr., quien interpreta al playboy, millonario, científico y superhéroe Tony Stark; de Mark Ruffalo, que hace el tercer Bruce Banner en menos de diez años (y acaso el más simpático, aunque el papel de Norton en la cinta de Leterrier sí dotaba al personaje de interesantes capas de profundidad poco vistas en las anteriores adaptaciones); y otros menos del resto del cast: Thor – un híper nórdico Chris Hemworth – hace un par de pases humorísticos; Black Widow (una Scarlett Johansson luciendo casi toda la cinta un entallado traje de piel: gracias, Whedon) tiene su gag, y el insípido Chris Evans es un también insípido Captain America. El reparto se completa con Samuel L. Jackson como Nick Fury, quien caía mucho mejor en los cameos del resto de la cinta que en esta donde resulta un co-protagónico y Tom Hiddleston, que interpreta a Loki, el villanísimo hermano adoptado de Thor.
El auténtico levantón de la cinta sucede cuando los villanos atacan por primera vez al equipo, tomándolo descuidado y en medio de conflictos internos. Una vez que los golpes, explosiones y corretizas se dejan en libertad, el filme despliega lo que son sus auténticas virtudes: una cámara estable incluso en los enfrentamientos entre Hulk y el resto del mundo (se agradece la tierra que Whedon pone de por medio entre su cine y el cinema del caos que tan incomprensibles hace las batallas en, por ejemplo, The Hunger Games): destacable resulta un plano secuencia digital, el más largo del filme, que es un frenético vaivén entre monstruos voladores que remite al mismo Spielberg; un buen humor que permea en la mayoría de los momentos – se acerca, de alguna forma, al camp sesentero: el traje de Captain America, que incluso le merece mofa de Iron-Man; el atuendo real de Loki; la armadura de batalla de Thor. El honor de The Avengers es que, si bien durante su planteamiento se torna solemne y explicativa, las otras dos terceras partes de la cinta se dedican a dilapidar cualquier clase de seriedad excesiva que pudiera invadir a sus personajes (sus superhéroes se golpean entre ellos, tanto en serio como en gags). La lección que deja The Avengers – al igual que el mejor blockbuster de los últimos años, la brillante Misión: Imposible 4, de la que dista años luz – es que para hacer funcionar un taquillazo se requiere un cineasta dispuesto a tomar menos en serio el material que tiene enfrente. Ojalá que, para la segunda entrega, Whedon pudiera soltarse más: a nadie le disgustaría una cinta donde se burlen sin piedad de Captain America y su ridículo atuendo.
Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.