Notas, menciones, memes, hashtags y hasta reporteros en el aeropuerto: todo eso ha ameritado la llegada de Conan O´Brien a México. Solo falta que salgamos a la calle en masa con pelucas naranjas o le organicemos una tabla gimnástica en pleno Zócalo. El culmen de este desmedido entusiasmo es el video producido por Jesús Guzmán, en el que, al son del mariachi, comediantes, actores, directores, conductores, taqueros y zapateros mexicanos le dan la bienvenida a Conan imitando, sin gracia, el formato con el que O’Brien abre su programa: haciendo reverencias, dando piruetas, llevándose las manos a los pezones.
Si tuvo la mala suerte de verlo, el video debe haber confundido a Conan, el más humilde y autodeprecatorio de los maestros de la comedia nocturna en Estados Unidos. Lo que empieza como un gesto de hospitalidad casi simpático se convierte rápidamente en una suerte de gran homenaje a priori, comité de bienvenida más para un salvador providencial que para un comediante que nunca se ha tomado demasiado en serio.
¿Qué nos pasa? ¿Será que estamos obsesionados con estar a la altura de nuestra fama hospitalaria? ¿No seríamos mejores anfitriones si tuviéramos un poquito de pudor? No sugiero recurrir a la grosería como acto de dignidad, solo un dejo de proporción antes de deshacernos en caravanas. Después de todo, Conan O’Brien no viene a salvarnos de Trump ni mucho menos de nosotros mismos. No llega a México como embajador de buena voluntad sino a hacer un programa de televisión, a montar un “show”, similar a lo que hizo en Cuba.
Aquí, como en todo, sirven los contrastes. En Francia, por ejemplo, a las celebridades hollywoodenses no se les recibe con incienso. A veces, incluso, pasa lo contrario:
La colega francesa se pasa de la raya y tampoco es particularmente simpática, pero en México, la tierra del porfavorsito, el mande usted, el si no es molestia, un atrevimiento como el suyo resulta impensable. En privado nos jactamos de ser dignos y hacemos patria decorando nuestro perfil de whatsapp con la bandera, analizando sesudamente los pormenores de boicotear Starbucks y mentándole la madre a Trump por Twitter. Pero en público es otra cosa. Nos cuesta trabajo evitar la zalamería tras sentirnos honrados de que el norte nos preste atención, aunque sea para grabar un programa de tele. En vez de hacer tanta alharaca, los mexicanos contagiados de conanmanía deberían mostrar algo de discreción.
Profesor adjunto de Cinema Studies en la Universidad de Edmonton. Autor de Kinesis o no Kinesis: ¡Cinema Verité!