Para quienes tengan la intención de plagiar algún texto, hay un antiguo libro que da consejos acertados. Se titula Le masque des orateurs, c’est-à-dire la manière de déguiser facilement toute sorte de discours. No conozco el libro, escrito por un señor Jean Oudart de Richesource, pero tengo sus pormenores en un artículo de Curiosities of Literature, de Isaac D’Israeli.
D’Israeli llama a Richesource un “miserable declamador” y comenta que este hombre enseñaba a una persona carente de talento literario el modo de convertirse en una eminencia a la hora de componer cartas, sermones, panegíricos, oraciones fúnebres, dedicatorias, informes y todo tipo de discursos. D’Israeli se lamenta: “Dignifica su procedimiento con el nombre de plagianismo.” Richesource explica así su método:
Plagianismo es el arte ingenioso y sencillo que alguien puede emplear para modificar o disfrazar todo tipo de discursos de otros autores de modo tal que sea imposible incluso para los verdaderos autores reconocer sus propias palabras, su propia genialidad y su propio estilo. Así de hábilmente habrá de disfrazarse el texto.
De ahí pasa a recomendar el empleo de sinónimos y cambios sintácticos. Los sinónimos no habrán de ser obvios. Por ejemplo, “probidad” no se debería cambiar por “honradez”, sino por “religión” o “sinceridad” o “virtud”. El texto ha de complicarse y oscurecerse para que la falta de claridad se haga pasar por inteligencia. De ahí pasa a mostrar ejemplos clásicos modificados con la técnica del plagianismo. D’Israeli sentencia: “Sin embargo, su belleza nunca mejora con el nuevo vestido”.
Podemos ver las técnicas de Richesource en editoriales poco serias que, en vez de traducir un clásico, encargan un refrito de otra traducción.
Algo semejante se hacía con cierta dignidad en el Siglo de Oro. Los letrados cuentan que algún autor con una obra de teatro que ya estuviera bastante exhibida, podía vender el argumento, para que otro con mejor pluma lo reescribiese. “Así Calderón refundió o rehízo varias comedias de otros; pues a él, como a tan gran maestro, acudirían los comediantes con preferencia; y Moreto se ocupó en esta clase de tareas en mil ocasiones. Los tribunales habían declarado que aquello era lícito”.
Al pie de página, se explica: “Véase aquí la causa probable de tantos aparentes plagios como se notan en el teatro español antiguo.” Hoy se resuelve esto de otro modo. Un novelista vende los derechos a un cineasta para permitirle que haga otra versión de su trabajo. Si no hay pago, hay plagio.
Como plagio de personajes podemos ver el Don Quijote del escritor fingido y tordesillesco Fernández de Avellaneda, que tanto escozor e ira le causó a Cervantes. Lo cierto es que tal Quijote apócrifo no está tan mal, y en su última línea termina invitando a Cervantes para que escriba la segunda parte: “…y él, sin escudero, pasó por Salamanca, Ávila y Valladolid, llamándose el Caballero de los Trabajos, los cuales no faltará mejor pluma que los celebre”.
En el caso de las tesis, cuando aparecen extremas coincidencias siempre queda la duda de si alguien plagió a otro o, lo más probable, si ambos recurrieron al mismo escribidor de tesis que indecorosamente vende dos o tres veces el mismo trabajo. Mejor es confiar en los profesionales que garantizan sus trabajos “libres de plagios”. En internet se encuentran muchos de estos servicios.
A la pregunta “¿Cómo me garantizan que mi trabajo está libre de plagio?”, el mercader de tesis responde: “Por el plagio no te preocupes, contamos con diversas medidas de seguridad que te garantizan un trabajo 100% original. Nuestra herramienta estrella es Turnitin, una plataforma que elabora un informe con el fin de detectar el plagio. Este software es utilizado por las mejores universidades del mundo. En cada entrega te enviaremos un informe que nos permitirá asegurarte que el trabajo es completamente único y exclusivo”.
Curioso que haya quien pague una fortuna por una tesis cuando sale más barato, cómodo y rápido comprar el título universitario. Estos también se publicitan sin comezones: “¡No deje que la ausencia de título universitario le bloquee el acceso a los mejores empleos! ¡Decídase a comprar un título universitario y dé un paso más hacia su exitosa carrera!”. Luego se agrega: “Póngase en contacto con nuestros agentes de atención al cliente, cuénteles sus necesidades y le informarán qué datos se necesitan para falsificar el título y cuánto cuesta su diploma falso”.
El tono se acerca tanto a lo bufo que me inclino a pensar que consulté una página falsa. Eppur, las hay verdaderas, y es muy real que los títulos se venden, se compran y se exhiben enmarcados sin vergüenza y con orgullo. Sabemos que de vez en cuando pillan a algún funcionario público con estos títulos de fantasía.
Hace unos años El País documentó en una extensa nota la compra-venta de títulos por internet. “Pagando desde ocho dólares hasta más de seiscientos se pueden lograr falsas licenciaturas, máster y doctorado. Son decenas las universidades fantasma que venden títulos falsos por la red”. Jefes de instituciones profesionales y educativas hablan de que hallan con frecuencia “falsos arquitectos o ingenieros, y hasta falsos médicos que intentaban ejercer de forma fraudulenta”.
La RAE se pone impertinente con la palabra “plagio”, pues además de “copiar obras ajenas” aclara que en Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Paraguay, Perú y Venezuela también significa “secuestrar a alguien”, como si la suma de todos esos países no diera para quitarle el nivel de regionalismo a la segunda acepción.
Legalmente, el asunto del plagio camina siempre por una cuerda floja que tiembla o se rompe según criterios, excepciones, definiciones, conveniencias, argucias, partidos, ideologías y posiciones de poder. En cambio, éticamente el asunto es claro.
Quien plagió, lo sabe.
(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.