Lo woke. El poder de los soviets sin saber electrificar el país

Algunas “reescrituras” radicales del pasado de Chile, México o Estados Unidos destruyen el orden simbólico establecido pero dejen el orden económico indemne.
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“Todo documento de civilización es también un documento de barbarie”, escribió Walter Benjamin. Se trata, creo, de una afirmación de hecho y no de una interpretación, aunque podría haber añadido que es raro que las sociedades mantengan ambos aspectos de la idea de Benjamin en su conciencia colectiva al mismo tiempo. Más bien, las sociedades tienden a oscilar entre centrarse en la civilización y centrarse en la barbarie. Eso es ciertamente lo que ha sucedido en la Anglosfera y en partes de América Latina (no puedo hablar con seguridad de otras regiones), y sucedió aparentemente en un abrir y cerrar de ojos. Pero entonces, como dijo Lenin, “Hay décadas en las que no pasa nada; y hay semanas en las que pasan décadas”. La agitación popular que sacudió a Estados Unidos en el verano siguiente al asesinato de George Floyd –el término insurrección me sigue pareciendo excesivo, pero ciertamente hubo elementos de insurrección en lo que ocurrió– fue un caso de esas raras semanas que Lenin evocaba. Ideas que hasta entonces habían parecido comparativamente débiles, de repente parecían poderosas, por no decir irresistibles, mientras que el orden establecido, al menos el orden simbólico representado por el lenguaje, por los monumentos, por los festivales (el Día de Acción de Gracias y el Día de Colón en EEUU, por ejemplo), y el resto parecían haber pasado su fecha de caducidad moral e ideológica.

Parece sencillamente inimaginable, por citar dos ejemplos latinoamericanos, que las estatuas de los conquistadores españoles que conquistaron Chile y que fueron derribadas durante el llamado “estallido social” que sacudió al país entre octubre de 2019 y marzo de 2020 vuelvan a ser colocadas en su sitio, al igual que la sustitución de la estatua de Colón en el corazón de Ciudad de México por una estatua de una mujer indígena. El hecho de que estas “reescrituras” radicales del pasado de Chile, México o Estados Unidos destruyan el orden simbólico establecido pero dejen el orden económico indemne, y en algunos casos incluso reforzado, como yo diría que ha sido la adopción por parte de las empresas estadounidenses de una corriente woke, es una cuestión distinta, aunque crucial en el contexto más amplio de hacia dónde se dirige el capitalismo.

Pero si bien no nos encontramos en el umbral de una era en la que los últimos serán realmente los primeros y los primeros los últimos (al contrario, los primeros nunca lo han tenido tan bien), los artefactos del pasado occidental que durante mucho tiempo se presentaron como ejemplo de la civilización en su máxima expresión se ven ahora cada vez más como una glorificación de la barbarie en su mínima expresión. Eso, presumiblemente, era lo que Arthur Miller tenía en mente cuando escribió que “una era puede considerarse terminada cuando sus ilusiones básicas se han agotado”, y ese parece ser el punto al que hemos llegado. Al igual que un avión durante el despegue, hay un momento en el que se alcanza una velocidad a la que es imposible detenerse. El problema es que las “ilusiones de éxito” parecen increíblemente delgadas. Por alguna razón, esta noche me siento atraído por las citas de Lenin, así que aquí hay otra: “El comunismo es el poder de los soviets más la electrificación de todo el país”. El problema de lo woke y del “antirracismo” es que, aunque tiene muchas ideas sobre el poder, no tiene ni idea de la electrificación. Y su locura utópica es creer de alguna manera que esto no importa.

Traducción del inglés de Daniel Gascón.

Publicado originalmente en Desire and Fate.

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David Rieff es escritor. En 2022 Debate reeditó su libro 'Un mar de muerte: recuerdos de un hijo'.


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