Durante años, expertos en salud han debatido cómo definir el agotamiento laboral (burnout) y si este debe considerarse o no una enfermedad. En “Burnout: 35 years of research and practice” cuentan que el término empezó a ser utilizado por el psicólogo Herbert Freudenberger en 1974 para describir un “estado de agotamiento mental y físico causado por la propia vida profesional”. Freudenberger lo tomó prestado “de la escena de las drogas ilícitas, donde burnout se refería coloquialmente al efecto devastador del abuso crónico de drogas”. Pero la metáfora, señala Wilmar B. Schaufeli, uno de los autores del estudio, era inmejorable (el agotamiento de los empleados emulaba la sofocación de un incendio o la extinción de una vela. Alguna vez hubo un fuego (laboral) ardiendo, que ya no puede brillar más) y el concepto se extendió rápidamente para hacer referencia a este fenómeno.
En noviembre de 2018, la Mayo Clinic describía el burnout como un tipo de estrés relacionado al trabajo y como síntoma número uno enlistaba: ¿te has vuelto cínico o crítico en el trabajo? Lo cual parece un síntoma, sí, ¡pero de lo poco crítico que se espera que uno sea en la chamba! Mi mayor sorpresa llegó hace un par de meses cuando la Organización Mundial de la Salud incluyó el burnout, como fenómeno ocupacional, en la onceava revisión de la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11). Mi asombro no vino de que se le reconociera oficialmente como síndrome –sin duda el burnout es un problema de salud pública global; en Japón, de hecho, es ya un problema letal– sino porque entre los síntoma se enlista el cinismo.
¿En serio el cinismo es una señal de que nuestro fuego interno se apaga? No lo creo. Los cínicos originales fueron unos griegos un tanto vagos que hacia la segunda mitad del siglo IV a.C enseñaban a despreciar la civilización y todas las convenciones sociales. Para algunos fueron como “el preludio anarquista”. Y con esto no quiero ensalzarlos intelectualmente porque tampoco me compro el mito del cínico genio. Pero sí creo que echar mano de un cinismo inteligente, como lo ha llamado Julian Baggini, es lo que nos permitirá mejorar las cosas ¿Cómo podríamos mejorarlas si no veamos lo mal que están?
Así si que, si temes tener burnout, pero tu único síntoma es que sientes una fiebrecilla de cinismo, tranquilo: puede que solo estés siendo uno de esos realistas que saben que “el mundo no es la fantasía bañada por el sol”.
Es politóloga, periodista y editora. Todas las opiniones son a título personal.