Cuando una familia, por las razones que sean (económicas, políticas, laborales, etc.) decide empaquetarlo todo y comenzar una nueva vida en un país extranjero, son muchos los cambios que está a punto de enfrentar. Nuevas costumbres, distintos horarios, diferentes comidas. En muchas ocasiones, tu lengua materna, con la que te habías manejado hasta la fecha, queda recluida a la casa o a algunos centros de socialización con otros inmigrantes como tú. En tu relación con los demás, lo que hasta ayer era de sentido común hoy se tiene que poner en duda. Surgen preguntas que jamás te habrías planteado: ¿cómo me tengo que comportar si el vecino me invita a su casa?, ¿Llevo vino?, ¿Es mejor que llegue cinco minutos tarde?, ¿Me voy nada más terminar la cena?, ¿Me descalzo en la entrada? Los consejos que recibiste de niña ya no sirven y te pasas el día con los ojos bien abiertos, sin olvidar aquello de Allá donde fueres, haz lo que vieres. En el mejor de los casos, un reto; en el peor, un estrés difícil de sobrellevar. En ese contexto, que la población de acogida se interese por tus costumbres, tus comidas, tus horarios o tu lengua de origen es un regalo que puede cambiarlo todo.
Hasta aquí nos hemos puesto en los zapatos de una persona emigrante adulta. Pero ¿qué ocurre con los niños? La experiencia de migración en la infancia implica que tu identidad cultural y lingüística está dividida entre lo que pasa de puertas para adentro y lo que ocurre de puertas hacia afuera. Con estos mimbres, la experiencia puede ser muy diferente dependiendo de la actitud y creencias de la familia, la escuela y la sociedad en su conjunto. Algunos centros educativos interpretan esta realidad como fuente de riqueza, sin obviar por ello el reto que supone. Se las reconoce porque son sensibles y curiosas a las diferencias; otras, lamentablemente, la consideran solo un problema y aconsejan a las familias que renuncien a su lengua de origen y se asimilen, por el “bien” de los pequeños. Algunas familias tienen una actitud sana ante la diversidad lingüística y cultural. Se interesan por la sociedad de acogida, sin perder su identidad y sus referencias; otras evitan mezclarse o, en el otro extremo, se mimetizan y olvidan quiénes eran. La actitud de los centros educativos y la de las familias, en cualquier caso, están mediatizadas por el contexto. Depende de lo prestigiosa que sea (o no) la cultura de origen, del nivel socioeconómico de la familia, de la ideología imperante, de las políticas públicas y de muchos otros factores.
En cualquier caso, la relación que mantienen estos niños y adolescentes con la lengua familiar (la denominada lengua de herencia) no es la misma que mantenían con ella sus padres a su edad. Tampoco es la relación que se mantiene con una segunda lengua, claro. La Lingüística aplicada cada vez se interesa más por este fenómeno, con la certeza de que un vínculo adecuado entre los hablantes y su lengua de herencia es el mejor predictor de una integración sana de la población migrante. De este modo, la Lingüística aplicada puede ayudar en la formación de sociedades multiculturales maduras.
Según este trabajo de Francisco Moreno, que os aconsejo leer, es importante que los niños y adolescentes puedan estudiar en la escuela su lengua de herencia. Sin embargo, no es sencillo encontrar el modo de hacerlo. No parece que el aula de segundas lenguas sea el lugar adecuado, puesto que las necesidades y la competencia de ambos grupos de estudiantes es demasiado dispar; tampoco se recibe bien siempre tener grupos específicos para hablantes de herencia, pues probablemente lo que desean estos jóvenes sea integrarse con sus pares y no sentirse una vez más distintos y señalados. Una posible solución consiste en diseñar experiencias de aprendizaje-servicio como esta, en la que no solo se mejoren las competencias lingüísticas de los estudiantes, sino también la actitud y el sentimiento hacia la lengua de herencia.
El 21 de febrero celebramos el día internacional de la lengua materna. El objetivo es promover el multilingüismo y el multiculturalismo de las sociedades actuales. En este contexto, los hablantes de herencia son uno de los colectivos más vulnerables y, por ende, uno de los que deben beneficiarse de nuestro compromiso. Ojalá desde los centros educativos se organicen distintas actividades de aprendizaje-servicio que vinculen a la sociedad y den una perspectiva distinta, de dignidad y respeto, a sus lenguas.