Simon Leys era tรญmido y pudoroso. Era de aquellas personas que quieren ocupar el menor espacio posible, hablar tambiรฉn lo menos posible, sobre todo si no tienen algo interesante que decir. โPorque nadie estรก exento de decir sandecesโ, hubiera advertido. Es formidable observar todos los esfuerzos que hacรญa por hundirse en su asiento โcomo si quisiera encogerse hasta desaparecerโ en las contadas apariciones que hizo en televisiรณn, y la conmovedora manera que tenรญa de mirar hacia abajo al final de cada frase. Esa timidez no era falsa modestia: Simon Leys no soportaba exhibirse, sacar a pasear su ego, exhibir su pequeรฑa vida. Desconfiaba profundamente de lo confesional y lo sincero, de lo que emanaba directamente de รฉl.
Comprendiรณ pronto que la exploraciรณn y el conocimiento del yo solamente puede hacerse a la luz del otro. En 1955, cuando todavรญa no tenรญa veinte aรฑos, realizรณ un viaje a China que le cambiarรญa la vida. El eminente sinรณlogo en ciernes descubriรณ, maravillado, la lengua, la literatura, el arte y la civilizaciรณn china. Para Simon Leys, China era la โalteridad absolutaโ, aquello que estaba โen el otro polo de la experiencia humanaโ y que podรญa, por tanto, hacerle entender mejor nuestra civilizaciรณn. Asimismo, practicรณ con fervor la traducciรณn, esa actividad que consiste en salir al encuentro de los otros y dejarse habitar por voces ajenas. Los grandes autores que tradujo fueron su mejor universidad y representaron siempre un desvรญo necesario hacia sรญ mismo. En otro orden de cosas, Leys era un gran navegante que no desperdiciaba una ocasiรณn de largar amarras y abandonar tierra firme. Amaba surcar los ocรฉanos en velero โel suyo se llamaba Fousheng (โLa vida flotanteโ)โ para โponerse a prueba y conocer su condiciรณnโ (Hilaire Belloc citado por Leys). En cuanto a su lugar de residencia, no es casualidad que se instalara definitivamente โen las antรญpodasโ, como le gustaba llamar a Australia, a miles de kilรณmetros de su Bรฉlgica natal. Era un buen lugar desde donde observar el mundo.
La vida de Simon Leys puede leerse como una bรบsqueda incesante de exterioridad. En uno de sus ensayos, encontramos una elocuente cita del escritor norteamericano Randall Jarrell: โUn buen poeta es alguien que, pasando una vida entera en el exterior expuesto a todas las tormentas, consigue hacerse fulminar cuatro o cinco veces por el rayoโ. Simon Leys viviรณ una vida entera a la intemperie, pues tenรญa la convicciรณn de que lo verdadero siempre nos viene prestado de fuera.
Tenรญa especial apego por George Orwell. Lo descubriรณ de joven y se convirtiรณ a lo largo de los aรฑos, a base de relecturas, en uno de sus mรกs grandes expertos. Sin embargo, Leys no era un crรญtico al uso que hace alarde de sus conocimientos en largos libros para especialistas. Todo lo contrario. Escribรญa muy poco, pero increรญblemente bien. En palabras de Milan Kundera: โEl libro de Simon Leys, George Orwell o el horror de la polรญtica, es magnรญfico porque es muy corto, tiene apenas cincuenta pรกginas, extremadamente densas, y Orwell es explicado ahรญ con una brevedad, una condensaciรณn, con unas fรณrmulas cuya precisiรณn es realmente hermosaโ. La precisiรณn es la virtud de aquellos que han sabido desbrozar hasta quedarse con lo estrictamente necesario. Simon Leys conseguรญa alcanzar tal grado de precisiรณn por la sencilla razรณn de que escribรญa, solo y รบnicamente, sobre aquello que significaba mucho para รฉl, aquello que provenรญa de una necesidad personal. Lo demรกs no merecรญa ser escrito.
De Orwell admiraba sobre todo lo que acuรฑรณ como su โhonestidad masivaโ, es decir, el hecho de que no hubiera brecha entre el hombre y el escritor: โhay una unidad entre lo que Orwell escribe y lo que esโ. Admiraba tambiรฉn su carรกcter reservado y su โterrible simplicidadโ, su valentรญa para decir alto y fuerte lo que pensaba, su alergia instintiva a las ideologรญas y dogmatismos, su desconfianza hacia los intelectuales moralizadores, su humanismo despojado de toda idea abstracta. ยฟY quรฉ es lo mรกs llamativo de todo esto? Pues que si uno conoce mรญnimamente la obra y vida de Simon Leys, se darรก cuenta rรกpidamente de que los rasgos que destaca de George Orwell son aplicables a su propia persona.
A Leys tambiรฉn le fascinaba el hecho de que fuera โel horror de la polรญticaโ โla indignaciรณn que le produjo su participaciรณn en la guerra civil espaรฑolaโ lo que llevรณ a Orwell a escribir novelas polรญticas y denunciar el totalitarismo. Recordemos que Leys, a su vez, se vio obligado a publicar libros de carรกcter polรญtico movido por la indignaciรณn: no soportรณ ver con sus propios ojos las atrocidades del maoรญsmo โโcadรกveres de fusilados, con las manos atadas a la espalda, aparecรญan cada dรญa en las playas de Hong Kongโโ mientras que la prensa oficial francesa y la casi totalidad de los intelectuales de occidente negaban la evidencia y glorificaban el rรฉgimen de Mao.
Por otra parte, Orwell era un lector entusiasta del famoso cuento de Andersen El traje nuevo del Emperador โdel que pensรณ hacer โuna transposiciรณn modernaโโ en el que un niรฑo, en medio de una multitud de cortesanos, exclama que el Emperador estรก desnudo. Para Leys, Orwell era ese niรฑo: โA diferencia de los especialistas cualificados y las eminencias tituladas, รฉl veรญa lo evidenteโ. Y ese niรฑo es exactamente lo que encarnรณ Simon Leys cuando tuvo la valentรญa de ser uno de los primeros occidentales en denunciar la โRevoluciรณn culturalโ, en un libro titulado El traje nuevo del presidente Mao. Leys escribiรณ la transposiciรณn moderna del cuento de Andersen que Orwell proyectรณ hacer.
Ya lo habrรกn entendido: cuando Simon Leys habla de George Orwell, estรก hablando indirectamente de sรญ mismo. Se interesรณ por el carรกcter belga de Henri Michaux, el destierro de Victor Hugo, la profunda frivolidad de G.K. Chesterton, la experiencia china de Andrรฉ Malraux, la Australia de D.H. Lawrence o la cobardรญa de los intelectuales parisinos frente a Czesลaw Miลosz. Simon Leys retrataba a estos grandes artistas โsiempre desde perspectivas inesperadasโ para mejor conocerse a sรญ mismo. De alguna manera, su obra crรญtica funciona como una especie de subterfugio, una estratagema perfecta para un hombre pudoroso que desea manifestar algo de su verdad. Leys solรญa repetir la frase de Oscar Wilde: โUn hombre es menos autรฉntico cuando habla por cuenta propia. Dadle una mรกscara y os dirรก la verdadโ.
Esta convicciรณn de que lo verdadero viene prestado de fuera no solo tuvo influencia sobre cรณmo abordaba a los grandes escritores. Se tradujo tambiรฉn en una manera muy especรญfica de escribir: en todos sus ensayos, prรณlogos, cartas, diarios, entrevistas, discursos, Leys hace un uso masivo de citas. Como si no pudiera armar una reflexiรณn sin el pensamiento de los otros. O mejor dicho, como si fuera demasiado humilde para pretender tener ideas propias, ideas que no hubieran sido formuladas por otros antes que รฉl.
Lo cierto es que la cita, el gesto de incorporar palabras ajenas en un texto propio, es una de las mรกs bellas muestras de gratitud. ยฟPara quรฉ reinventar la rueda cuando otros han dicho tan bien lo que uno piensa? Ya decรญa Georges Perec que nos encaminamos hacia un โarte citacionalโ que consiste en โtomar como punto de partida lo que fue una culminaciรณn para los predecesoresโ. Simon Leys no hubiera podido estar mรกs de acuerdo. De hecho, bromeaba a menudo diciendo que รฉl era solo โun enano a hombros de gigantesโ, haciendo suya la famosa expresiรณn de Isaac Newton, quien, humildemente, justificaba todos sus descubrimientos al trabajo realizado por sus predecesores Copรฉrnico, Galileo y Kepler.
Leys nos previene contra las citas gratuitas, aquellas que se formulan por vanidad, para hacerse el interesante. Una cita puede ser, en cambio, completamente visceral cuando uno siente que en ella se formula una verdad. Su compatriota el escritor y crรญtico belga Bernard Quirily observรณ, muy acertadamente, que en los textos de Simon Leys leemos las citas, cosa que no ocurre siempre con otros escritores. Muy a menudo nos saltamos las citas, porque queremos seguir con la demostraciรณn y no queremos perder el tiempo en confirmaciones superfluas. No es el caso de Simon Leys. La cita se acopla tan รญntimamente con su prosa, nos dice Quirily, que nunca parece un parche, un injerto. Y tiene toda la razรณn, Simon Leys es un maestro cirujano: la cita cicatriza al instante, el injerto es asimilado y el รณrgano vuelve a funcionar con mucho mรกs vigor que antes.
Y esto es tan cierto que tenemos la impresiรณn de que las citas dejan de ser citas y se funden con su voz. De hecho, si hiciรฉramos el ejercicio de vaciar el texto de citas, ya no entenderรญamos su sentido, pues Simon Leys encierra en las citas las ideas nucleares de su reflexiรณn. Ademรกs, se le da tan bien citar que, por efecto de contagio, sus propias frases adquieren un estilo aforรญstico, listas para ser utilizadas, a su vez, como citas en textos ajenos. Una escritura que se nutre de citas y las hace proliferar.
Quien retrataba a otros para conocerse a sรญ mismo, quien pensaba mediante citas, fue un poco mรกs lejos en su bรบsqueda de exterioridad y acabรณ por escribir un libro que no contenรญa ni una lรญnea suya. Hablamos de su original y portรกtil Ideas ajenas, โrecopiladas para el divertimento de los lectores ociososโ. Este librito pertenece a esa categorรญa que los anglosajones denominan Commonplace Book, esto es, un florilegio de citas que un escritor recopila a lo largo de sus aรฑos de lectura.
Ideas ajenas se estructura en torno a temas importantes para su autor. De ahรญ que encontremos unas copiosas secciones dedicadas al mar โla mรกs extensaโ, a la crรญtica literaria y artรญstica, a la lectura, a la ociosidad y el trabajo, a los viajes, a la soledad y la vejez. La mayorรญa de las citas provienen de sus escritores de cabecera: Simone Weil, Samuel Johnson, Joseph Conrad, Lรฉon Bloy, Henry David Thoreau, Jean Paulhan, C.S. Lewis, Ralph Waldo Emerson, G.K. Chesterton, Emil Cioran, etc. En cuanto a la portada de la ediciรณn francesa, Leys escogiรณ a conciencia un retrato de Erasmo: โComo se pasรณ la vida sacando el jugo de las ideas de los otros, parecรญa apropiado poner su admirable retrato por Holbein en la portada de mi libroโ.
A diferencia de la mayorรญa de los Commonplace Book, este no es en absoluto un libro generalista o de โlugares comunesโ, pensado para engrosar la sabidurรญa de los lectores. Por lo contrario, Ideas ajenas se presenta como una obra extremadamente personal que rezuma la personalidad de su autor por todos lados. En la secciรณn โbiografรญaโ, leemos una reveladora cita de Valรฉry Larbaud: โLo esencial de la vida de un escritor consiste en la lista de los libros que ha leรญdoโ. Simon Leys se mostraba escรฉptico con respecto a las biografรญas literarias. Creรญa que la biblioteca de un escritor decรญa mucho mรกs sobre su vida espiritual que un montรณn de detalles de vida sin importancia. Dime quรฉ lees y te dirรฉ quiรฉn eres. En la presentaciรณn del libro, Leys escribe:
โPoned una tras otra las pรกginas que habรฉis copiado durante vuestras lecturas: este conjunto, que no contiene una lรญnea que os pertenezca, en ocasiones compondrรก un mejor retrato de vuestra mente y de vuestra alma. Esos mosaicos de citas se parecen a un collage: todos los elementos son prestados, pero el conjunto forma una imagen originalโ.
Lo cierto es que este pequeรฑo florilegio de citas refleja claramente el carรกcter de Simon Leys, sus singularidades, sus gustos, sus actitudes, sus ideas, incluso podemos distinguir sutilmente algunos episodios muy concretos de su vida. No es casualidad que Leys dedicara el libro a la persona que mรกs le conocรญa, su pareja Hanfang, โa quien todas estas Ideas le resultan familiares desde hace mucho tiempoโฆโ. Queda claro: las ideas ya no eran ajenas, eran familiares, eran ya sus propias ideas. Simon Leys nunca ha sido tanto รฉl como en la voz de los otros y cuanto menos estรก, mรกs parece estar presente. Ideas ajenas se nos impone como su obra mรกs รญntima, una suerte de autobiografรญa espiritual, una autobiografรญa que no contiene โparadรณjicamenteโ ni una lรญnea suya.
Simon Leys falleciรณ el 11 de agosto de 2014, hacia las dos y media de la madrugada, en un pequeรฑo apartamento de Darling Point, Sydney. Su amigo Pierre Boncenne cuenta que Leys pidiรณ a su familia que lo incineraran y esparcieran sus cenizas, en un hermoso dรญa, en la entrada de la bahรญa de Sydney, es decir, en el lugar preciso donde empieza el mar que tanto amaba. Tambiรฉn pidiรณ que se dijera una oraciรณn y que, de vuelta al puerto, se sirviera champรกn. Su รบltima voluntad fue naturalmente respetada por familia y amigos, pero, ademรกs, nos dice Boncenne, โprolongamos estos momentos de emociรณn con unas lecturas y, en particular, con dos de sus citas favoritas catalogadas en la secciรณn โMarโ del libro Ideas ajenasโ. La primera cita era de Baudelaire, la segunda de Conrad. Sin embargo, aquel dรญa, frente al mar inmenso, ambas frases ya no pertenecรญan exclusivamente a aquellos que las concibieron. Balanceadas por las olas, parecรญan haber sido escritas por el propio Simon Leys, ese enano que, con toda su admirable modestia, viviรณ a hombros de gigantes.
Kim Nguyen Baraldi (Bruselas, 1985) es ensayista. Edita el blog Calle del Orco y es autor de Por quรฉ Georges Perec (La uรa RoTa, 2024)