Diálogo de sordos (2)

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Obama, Krugman, e incluso economistas que me parecen serios como Martin Wolf, intentan convencer y convencerse de que, de aprobarse más estímulos, ahora sí los cientos de miles de millones de gasto público adicional irían a parar a donde tengan un impacto de largo plazo, y de que ese esfuerzo impediría que la recesión se profundice. Dudo ambas cosas.

Sin embargo, los economistas más de corte monetarista, como Rogoff, sólo hablan de la necesidad de imponer austeridad, sin pretender adoptar soluciones estructurales serias. En mi opinión, lo que es deprimente es ver que todo mundo propone medidas de corto plazo, o francamente cosméticas, y nadie está dispuesto a poner el dedo en la llaga. La situación que vivimos se generó por décadas de excesos y, como siempre, ello implicará –en el mejor de los casos- un crecimiento por debajo de lo que sería normal hasta que esos excesos se logren digerir. Éstos van desde absorber los enormes niveles de capacidad instalada ociosa que provinieron de una orgía de crédito; hasta permitir que el mercado inmobiliario se limpie, conforme los precios caigan y eventualmente vuelva a hacer sentido invertir comprando casas, departamentos, oficinas y locales comerciales, porque esa inversión haga sentido económico (hoy no lo hace).

¿Puede ese proceso de digestión generar una situación deflacionaria? Sin duda; sin embargo, es posible lograr austeridad con eficiencia. El tema no es gastar menos, sino asegurarse de que el gasto vaya a parar a donde a más gente beneficie. El gasto público estadounidense, por ejemplo, tiene que racionalizarse. Tres cuartas partes de éste van a parar a “entitlements” (seguro social, medicare, medicaid, etcétera), gasto militar y costo financiero de la deuda. Por ello, se tiene que revisar la estructura de los “entitlements” y aumentar urgentemente edades de retiro. El gasto militar tiene mucha tela de donde cortar, y sí se vuelve delicado seguir incrementando el endeudamiento público porque las tasas de interés no permanecerán tan bajas para siempre.

Además, es impostergable revisar los leoninos contratos colectivos de trabajadores estatales que, en el extremo, se pueden retirar a los cincuenta años (después de 30 de trabajo) con el 100% de su compensación anual, más seguro de salud totalmente cubierto de por vida, y demás prestaciones. El sueldo promedio de un trabajador público es de 71 mil dólares (sin contar prestaciones), 45% más que para trabajadores privados. Por si fuera poco, los generosos planes de retiro de los trabajadores de los estados tienen más de un millón de millones de dólares no fondeados. De estos temas, nadie está hablando.

La solución para gobiernos populistas como el de Obama es hacer que los ricos paguen más impuestos, sin darse cuenta de que la expectativa de una creciente carga fiscal es exactamente lo que está desanimando a inversionistas privados y hasta a potenciales compradores de casas que ven inminente un alza importante en impuestos prediales. La solución debería de ser la opuesta. Hay que racionalizar el gasto público, simplificar el pago de impuestos, reducir las tasas marginales tanto a individuos (mejor aún si se adopta una tasa única) como a empresas, y quizá adoptar un bajo impuesto al valor agregado para asegurarse de que todos paguen impuestos y, por ende, todos tengan el interés de mantener el gasto público bajo control.

Una vez más, repito que no me cabe la menor duda de que viene la segunda fase de la crisis que empezó a fines de 2008. Mi certeza proviene de la extraordinaria irresponsabilidad que están mostrando los gobiernos de los países desarrollados para enfrentar problemas serios. En mi opinión, sólo se tomarán medidas de fondo una vez que la severidad de la crisis no deje alternativa alguna.

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Es columnista en el periódico Reforma.


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