Hace algo más de diez años contactaron conmigo unos expertos en salud que querían estudiar los efectos económicos de una pandemia de gripe. Necesitaban a alguien que tuviera un modelo macroeconómico para ver los impactos en el equilibrio general. En los años 90 yo había dirigido un pequeño equipo que construyó un modelo llamado COMPACT, y esos expertos en salud y yo completamos un paper que más tarde se publicó en Health Economics. En él hacemos referencia a estudios previos.
El actual brote de coronavirus tendrá características distintas a la pandemia que estudiamos, y con suerte ni siquiera llegará a ser una pandemia. (En términos de mortalidad parece estar en algún lugar entre el “caso básico” y “caso grave” que estudiamos en nuestro trabajo.) Pero creo que había unas lecciones generales en el ejercicio que hicimos y que serán relevantes si este coronavirus concreto se convierte en una pandemia global. Una condición es que una asunción clave es que pensamos que la pandemia era sobre todo una cosa de tres meses, y por supuesto lo que tengo que decir depende de que sea breve.
Merece la pena decir al comienzo que la base de todo esto para mí es que la economía es secundaria a las consecuencias sanitarias de cualquier pandemia que tiene una tasa de letalidad significativa (como parece ocurrir de momento con el coronavirus). La economía es importante en su propio derecho y como advertencia para evitar medidas drásticas que no influyen en el número de muertes, pero más allá no hay una comparación razonable entre prevenir muertes y perder unos puntos del PIB durante menos de medio año.
Empezaré con el impacto menos importante desde un punto de vista económico, que es la caída de producción si los trabajadores piden la baja por enfermedad. Es menos importante, en parte porque las empresas tienen formas de compensar, en concreto si la enfermedad se extiende durante un trimestre. Por ejemplo, los que han estado enfermos y regresan pueden trabajar horas extra. Esto subiría los costes y podría producir cierta inflación temporal, pero los bancos centrales deberían ignorarlo.
Este impacto “directo” de la pandemia reducirá el PIB en ese trimestre en unos puntos porcentuales. El número concreto dependerá de la proporción de la población que enferme, de la tasa de letalidad en el Reino Unido y de cuánta gente falte al trabajo con el propósito de no contraer la enfermedad. El impacto sobre el PIB de todo el año es mucho menor, en torno al 1% o 2%, en parte porque la producción tras el trimestre de pandemia es más elevado, cuando las empresas reponen los stocks disminuidos y satisfacen la demanda pospuesta.
Todo esto asume que las escuelas no cierran cuando comienza la pandemia. Los cierres escolares pueden amplificar la reducción de oferta de trabajo si algunos trabajadores se ven obligados a tomar días para cuidar de sus hijos. A partir de los supuestos que hicimos, si los colegios cierran unas cuatro semanas, eso puede multiplicar los impactos en el PIB hasta tres veces, y si cierran todo el trimestre el doble de esa cantidad. Si esto parece muy grande, recuerda que los cierres de colegios a nivel nacional afectan a todo el que tiene hijos y no solo a quienes sufren la enfermedad.
Pero aunque todos los colegios cerrasen tres meses y mucha gente evitara trabajar aun sin estar enferma, el mayor impacto que tendríamos en la pérdida del PIB anual sería inferior al 5%. Es una recesión muy severa en un trimestre, pero no hay razón para pensar que la economía no podría recuperar toda su fortaleza cuando pasara la pandemia. A diferencia de lo que ocurre con una recesión normal, la información sobre la causa de la pérdida de producción, y por tanto sobre cuándo debería terminar, es clara.
Todo esto parte de la idea de que los consumidores no tienen todavía la enfermedad y no han cambiado de comportamiento. Parece poco probable en el caso de una pandemia que se extiende poco a poco. La lección más importante que aprendí al hacer el estudio es que la pandemia no puede ser solo una contracción de la oferta. También puede ser una contracción de la demanda que afecte gravemente a sectores específicos, según cómo sea el comportamiento de los consumidores.
Esto es porque gran parte de nuestro consumo en la actualidad puede llamarse social, con lo que me refiero a cosas que te ponen en contacto con otra gente. Cosas como ir al bar, a restaurantes, a ver partidos de fútbol o viajar. Otros sectores que dan servicios de consumo que implican contacto personal (cortes de pelo, por ejemplo) y pueden posponerse con facilidad también pueden sufrir el impacto.
Si la gente empieza a preocuparse lo bastante por contraer la enfermedad como para reducir su consumo social, el impacto económico será más severo que lo que señalan las cifras que hemos comentado. Una razón es que en parte es una pérdida permanente. Quizá comas fuera unas veces más cuando pase la pandemia, para recuperar lo que te perdiste cuando te quedaste en casa, pero es probable que haya una caída neta de tu consumo de comidas a lo largo del año. Lo que descubrí al hacer el análisis era que gran parte de nuestro consumo es social.
Por eso los mayores impactos en el PIB se producen cuando tenemos a gente que reduce su consumo social en un esfuerzo por no contraer la enfermedad. Lo que cae en consumo social no alcanza la misma cantidad en todos los escenarios, por la sencilla razón de que la oferta y la demanda son complementarias. Si los cierres de colegios y que la gente no vaya a trabajar incrementan el tamaño de la crisis de oferta, la crisis de demanda tiene menos espacio para causar daños. La mayor caída en el PIB anual en todas las variables que estudiamos era un 6%.
¿La política monetaria o fiscal convencional podrían compensar la caída en consumo social? Solo en parte, porque la caída de consumo se centra en sectores específicos. Lo que resulta más importante, y que no exploramos en el ejercicio, es lo que ocurriría si los bancos no dieran un financiación puente para las empresas que tuvieran que afrontar una caída repentina de la demanda. Los bancos podrían considerar que algunas empresas que ya están endeudadas no serían capaces de gestionar pérdidas adicionales en créditos a corto plazo, lo que llevaría a cierres empresariales durante la pandemia.
Es así como deberíamos ver el colapso de los mercados por todo el mundo. En términos macroeconómicos es un solo shock, así que Martin Sandbu tiene razón cuando dice que la reciente reacción de los mercados es exagerada. Pero si muchas empresas están en riesgo financiero por la caída temporal de consumo social, eso implica un aumento en la prima de riesgo de la renta variable, que ayuda a explicar el tamaño del colapso del mercado que hemos visto. (Escribo “ayuda” deliberadamente, porque gran parte del impacto recaerá en empresas más pequeñas que no aparecen en los principales índices bursátiles.)
Si dirigiera el banco central o el gobierno, ya habría empezado a tener conversaciones con los bancos para no llevar a las empresas a la bancarrota durante una pandemia.
Pero la economía también puede influir en los resultado sanitarios, y no solo en los términos de los recursos del NHS. Para una minoría de autónomos no habrá baja por enfermedad y los que no tengan un colchón financiero sufrirán. Una de las preocupaciones por la extensión de la pandemia es que los trabajadores no podrán aislarse si padecen la enfermedad. Si estuviera en el gobierno pensaría en algo similar a crear un fondo de baja por enfermedad que esos trabajadores pudieran solicitar si tuvieran síntomas de coronavirus.
El gobierno también necesita pensar en cómo mantener los servicios públicos y sus proveedores en funcionamiento cuando los trabajadores de esos sectores empiecen a estar enfermos. De hecho hay muchas cosas que el gobierno debería estar haciendo para prepararse para una pandemia. Es en momentos como este cuando necesitamos que los gobiernos actúen rápido y piensen adelantándose a los acontecimientos. ¿Confiamos en el Reino Unido, o en Estados Unidos, en que el gobierno hará lo que necesitamos? Una lección del coronavirus puede ser no poner nunca en el gobierno a políticos que tengan por costumbre ignorar a los expertos.
Traducción del inglés de Daniel Gascón.
Publicado originalmente en el blog mainlymacro.
Es profesor emérito de economía y fellow en el Merton College en la Universidad de Oxford.