Es más fácil usar el adjetivo tabú que nombrar eso que no se quiere, como también decir que algo es raro en vez de aceptar que, más allá de la frontera de nuestra personal “normalidad”, existen muchas cosas. Quizá por eso el libro Los hechos de Key Biscayne (2024) ha sido descrito como extravagante. Y por eso mismo se lee de un tirón. Resulta que muchas veces eso que no se conoce resulta interesante, quizá hasta vertiginoso.
En la historia de Xita Rubert (Barcelona, 1996) se siente lo tenso, lo incómodo y machacante, pese a que el escenario simplemente pareciera el de la cotidianeidad de una chica de doce años. En la novela, la protagonista se muda con su padre y su hermano a la isla cercana a Miami, dejando a la madre, divorciada, en España. La niña está por dejar de serlo en un lugar decadente y perverso. Más allá de la mudanza, en su vida todo parece normal, aunque mucho alcanza a intuir. Su padre, un importante profesor universitario, parece tener una segunda vida. Su hermano se aleja de casa y la madre, en inicio preocupada y harta de no poder hablar con sus hijos, podría estar planeando algo contra su exesposo.
Si no hubiese un gran sobresalto, si esta escena pudiera entrar en la normalidad de que “todas las familias tienen sus problemas”, habría que escarbar. Aquí hay fiestas y eventos sociales organizados por personajes cuestionables, gente rica de la que no se sabe cómo armó su fortuna.
Quizá cabrían en este contexto la pedofilia, la discriminación y la violencia vicaria, pero ya será el lector quien lo juzgue. Eso si es que la “normalidad” impuesta por esta familia no logra el objetivo de redirigir la mirada para que nadie se dé cuenta de que está a la deriva.
A los doce años, las personas parecen habitar un mundo donde la inocencia e ingenuidad contrastan con una profunda sabiduría. Pareciera que a esa edad conocemos todo del mundo y a la vez nada… ¿cómo condensaste esto en la novela?
Sí, es posible que los niños perciban más de lo que se dan cuenta. Eso que percibimos cuando somos demasiado jóvenes reaparece en la edad adulta. Y no es que uno lo esté aprendiendo por primera vez, es que está recordando que ya lo había percibido sin tener, digamos, la capacidad de comprenderlo. Creo que todas esas experiencias o todas esas imágenes se acaban y a veces trato de recordar, pero a veces estoy falseando. Algo tengo que hacer con esto, y lo hago lo mejor que puedo.
¿Cómo llegaste a ese punto? ¿Cómo se construyó la voz de la narradora y a lo que querías contar?
Siempre que estoy trabajando en una historia paso por muchos borradores. Por ejemplo, el primer borrador de esta novela tenía 500 páginas. Podría haber sido una novela de 500 páginas, pero no habría tenido esa condensación y esa humedad que yo siento que hay en cada uno de los capítulos. Parece que pasan muy rápido, pero que tienen capas de significado concentradas, capas de drama, de humor, de ambigüedad, de contundencia. Yo prefiero condensar en cuatro páginas lo que tal vez podría haber contado en catorce porque me parece que la vida sucede así. Esto ya lo decía Borges: no sucede de modo secuencial sino de modo enmarañado y oscuro. Poder trasladar esa oscuridad y esa confusión a una novela donde hay mucho caos se parece a la vida o a la experiencia de la vida o a este tipo de experiencia, que es el de una familia un poco a la deriva.
En la novela hay momentos tensos e incómodos dentro de la familia; todo el tiempo parece que entre ellos se están escondiendo algo. ¿Qué reflexiones tenías sobre la familia?
Ahora que lo dices, seguramente es algo que me interesa a largo plazo –desde mi primera novela (Mis días con los Koop, Anagrama, 2022) y en las próximas historias que escriba–: las apariencias, sobre todo las apariencias sociales, las apariencias de convencionalidad, las apariencias de corrección y de normalidad. Me interesa mucho cuáles son los detalles físicos y lingüísticos, cuáles son los rasgos que nos hacen pensar que en una familia o en una casa no hay peligro y que todo funciona bien. Las familias que me interesa retratar son las que son muy hábiles en dar esa apariencia, precisamente porque tal vez tienen algo que esconder. Como dices, en la novela el papá tiene una especie de doble vida, la mamá parece una persona más honesta y más directa, pero también te das cuenta de que está armando algo que puede afectar al padre. Creo que gran parte de la trama queda en lo no dicho, pero así me parece que sucede en las familias. Entonces eso también es verosímil.
Un adjetivo que escucho mucho para describir mis novelas es que son extravagantes. Pero creo que es muy habitual que actuemos de manera extravagante cuando estamos desesperados o cuando, en situaciones límite –que son las que me interesan– los personajes con los que trabajo se mueven como por unas artimañas muy sorprendentes y unos engaños y apariencias que les permiten actuar en privado de otra manera.
¿Estos personajes y sus artimañas se te van desdoblando a lo largo de la escritura o llegas con el personaje creado?
Se trata de escuchar al personaje y a la historia y ver qué te revela. Por eso paso por bastantes borradores. Uno tiene que estar conectado con la historia. No es que te venga de dentro ni de fuera, es de un lugar intermedio que creo que es la imaginación, y la imaginación es una mezcla de la experiencia propia, la observación de lo externo y un tercer elemento que es, yo diría, la exageración o la ficción. Eso es lo que te ayuda a llevar una situación un poco más al límite para que emerja algo que todavía no habías pensado y que estás pensando por primera vez con este libro. Llegar a ese punto es lo que a mí me fascina y suelo llegar, no sé, al tercer borrador, por ejemplo. Digo: “ah, a esta cuestión tenía que llegar”. Y a partir de ahí todo es más fácil. Muchas veces he escrito novelas e historias que no he publicado y no voy a publicar porque no había nada tan importante qué decir, y también me di cuenta al tercer borrador. Por eso digo que hay que escuchar a los personajes y a la historia para ver si son dignos de contar. Y si lo son, intento estar al servicio, dedicarle unas cuantas horas al día a trabajar ese mundo de la ficción.
La obra sucede en Key Biscayne, muy cerca de la ciudad de Miami que, de pronto se siente densa, pantanosa, no solo en su geografía sino en la gente, de las distintas culturas y clases sociales…
A mí me interesaba, literariamente, esa decadencia. Creo que los propios personajes comparten un poco tu impresión de “¿dónde estoy?”. Y están un poco horrorizados de lo que parece decadencia urbanística o material, pero que se acaba convirtiendo en decadencia moral. Me interesaba, literariamente, precisamente eso: ¿por qué no contar, por qué no ahondar en lo que a todos nos puede parecer un territorio pantanoso y un poco decadente? ¿Por qué no ahondar en lo que a todos nos parece lo contrario de decadente: brillante, interesante, culto? ¿Qué es lo que representa esta familia? El papá es un profesor de una universidad prestigiosa y llega a Miami con estas impresiones, pero poco a poco uno va viendo que tal vez no hay tanta diferencia. Tal vez el profesor va a Miami por alguna razón que pertenece a esta geografía. Tiene que ver con lo perverso, con lo decadente, con lo tabú, con lo sexual. Esos son los temas que me interesan al final.
A través del personaje del profesor, ¿hay una burla o crítica hacia la intelectualidad?
No sé si es una burla, pero es un retrato, creo, de cierto esnobismo y de cierto elitismo muy superficial que se rige más a través de la acción, a través del lenguaje y del dinero –que son cosas muy superficiales, son monedas de cambio–; el lenguaje también, los modales también, la inteligencia también. Lo único que no es superficial es la acción, cómo actúa uno, y por eso hay capítulos superpuestos.
Casi toda la novela está construida con una escena social o una fiesta donde uno ve el intercambio entre estos señores de la alta sociedad latinoamericana, expatriados europeos, gente de Florida, y después el comportamiento en privado de la familia, el comportamiento doméstico. También me interesa lo público y lo privado. Entonces, más que una burla, una crítica directa, es un retrato o una ilustración de lo que me parece que es la realidad. Y la realidad no es un cliché. Los señores de clase alta no son más respetables y más elegantes que lo que consideramos la baja cultura. Siempre estoy trabajando, intentando romper esos prejuicios.
Mencionabas que tus novelas han sido descritas como extravagantes. ¿Crees que tu ilustración o retrato también sea razón por la que califiquen así tu obra?
Si el mundo es raro hay que representarlo como tal. En mi primera novela hay un personaje del que no sabemos si está enfermo o se está haciendo el enfermo; muchos lectores decían: “pero qué cosa tan extraña, qué interesante”. Y digo, bueno, nos sucede a veces que conocemos a personas que están en lo borderline y uno no sabe exactamente qué está pasando. Creo que cuando decimos que algo es extravagante o raro es porque preferimos mirar los aspectos de la realidad que no son extravagantes, que no son complejos, que no son raros. Pero la vida está llena de esas cosas. Y para la literatura, que trata de la ficción y de ahondar, es el material perfecto y útil. Lo vemos representado nosotros como lectores. A veces es más incómodo leer un libro que nosotros mismos calificar de raro el mundo. Espero que también sea entretenido. Mucha gente dice que es raro, pero también les parece divertido y fácil de leer.
Sí, es divertido. Es un thriller y hay mucho drama, pero también sentía mucha ternura por la protagonista. A su manera, empezó a entender posturas políticas a partir de su amiga haitiana, de bajos recursos, e italoamericana, una chica rica.
Sí, Key Biscayne, el sur de Florida y Miami, en general, es una mezcla de culturas. Hay una gran población cubana, latinoamericana. Me interesaba mostrar esa mezcla que a veces es algo positivo, pero que también tiene choques de clase, choques raciales, culturales. Entonces las amigas de la protagonista narradora representan eso de algún modo: una italoamericana cuyo papá es una especie de magnate –no sabemos muy bien de qué, aunque podemos imaginarlo– vive en la mansión más lujosa de Key Biscayne y a pocos metros vive la amiga de Haití, cuya familia ha quedado atrapada en el terremoto de 2010. Miami no está tan lejos de Haití y, sin embargo, parecen mundos aparte. Me interesaba mostrar que Key Biscayne es una isla pequeña, un micromundo que puede reflejar el mundo en general. Vivimos unos muy cerca de otros, pero como si estuviéramos en planetas distintos. Y nos parece normal. Yo vivo en la ciudad de Nueva York y para llegar a mi parada de metro tengo que hacer el ejercicio, cada día, de caminar entre siete u ocho personas que duermen en mi calle. Es algo que no se entiende, pero que es la vida contemporánea.
Una de las partes más tensas de la obra es cuando la protagonista empieza a descubrir su sexualidad en contextos que no serían los “normales”.
Yo quiero crear escenas en las que sea el lector quien esté llamado a juzgar, a decidir. Por eso esta narradora no es alguien que diga “voy a denunciar los hechos de Key Biscayne”. No, voy a explicarlos y tú decides cuáles son los hechos, si son un accidente, si son una cosa divertida y extraña que pasó o si son criminales.
Eso lo dejo en manos del lector y lo más interesante para mí es siempre ver las respuestas, porque a mí me dan información sobre el mundo. Depende de quién esté leyendo este libro; me ha pasado que si lo lee alguien que tiene hijas, si lo lee un papá mayor –como el papá de la novela–, si lo lee una madre, si lo lee un joven, las interpretaciones son distintas y eso me parece una riqueza. El tema de fondo es la posible pedofilia, la posibilidad de que esté pasando algo de eso.
Yo sabía que quería escribir sobre varios temas, no solo este, sino también el divorcio, de la familia. Es algo que se trata de manera bastante directa, pero de un modo en que no fuese una novela de drama, familiar, social, sino que también tuviese ritmo, diversión, que uno acabe confrontado con esas realidades complejísimas casi sin haberse dado cuenta, tropezando con ellas de repente. ~