“Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación”. Así comienza el discurso de aceptación del Premio Nobel de Gabriel García Márquez, que cita a Pigafetta como precursor del realismo mágico. Este navegante fue uno de los dieciocho supervivientes de la expedición Magallanes-Elcano (1519-1522), que comenzó con 270 tripulantes, lo que arroja una tasa de supervivencia del 7%.
Hay varias razones por las que la breve crónica de Pigafetta (Relazione del primo viaggio intorno al mondo, 1524-1525) ayuda a entender la historia y la literatura hispánicas. Se ha escrito mucho sobre la naturaleza transatlántica del Siglo de Oro, pero menos sobre su carácter transpacífico y, por tanto, global. Tendemos a olvidar que 1521, el año en que Cortés conquista Tenochtitlán, coincide con la muerte de Magallanes en la isla filipina de Mactán.
Según Pigafetta, Magallanes se enfrentó a un grupo indígena para que sus hombres pudieran escapar. Esta muerte épica lo convirtió en un héroe trágico. Así sería considerado en España, incluso a expensas de Sebastián Elcano, que culminó la circunnavegación. En Portugal, Magallanes sería recordado como un traidor por servir a la potencia rival. Un tercer prisma lo ofrece Filipinas, donde el portugués fue visto siempre con respeto, pero como un invasor. Durante la Segunda Guerra Mundial, en vísperas de la ocupación japonesa, el poeta filipino Flavio Zaragoza Cano publicó De Mactán a Tirad (1941), el gran poema histórico del archipiélago, que tiene como héroe a Lapu Lapu, el líder nativo que derrotó a Magallanes.
Medio siglo después de su muerte, Miguel López de Legazpi (re)fundaría Manila sobre un asentamiento indígena (1571). Esta ciudad fue un eslabón fundamental en la serie de empresas mercantiles, políticas y militares que caracterizaron el surgimiento de una conciencia global en el siglo XVI. No obstante, la emergencia de una mentalidad moderna convivía con vestigios medievales. Se trata de una tensión presente en Pigafetta, que combina una curiosidad científica renacentista con la aceptación de rumores fantásticos sin escrutinio crítico. Por eso su crónica puede leerse como un antecedente del Orientalismo.
Así como los orientalistas, según Edward Said, “crean” el Oriente, los europeos “crearon” las Filipinas, cuya cohesión territorial solo cristalizaría con la administración colonial. De hecho, la primera piedra la puso Marco Polo, que ya en el siglo XIII mencionó un archipiélago de unas 7.448 islas (la estimación es extraordinariamente cercana a la realidad, pues son 7.641). La crónica de Pigafetta también contribuyó a la “invención” de las Filipinas, aún hoy pobladas por sociedades altamente descentralizadas y diversas.
Cronistas posteriores aprovecharon la reputación de la Relazione para legitimar sus textos, y no solo sobre Filipinas. Por ejemplo, Pigafetta describe con detalle a los gigantes de la Patagonia, hasta el punto de ofrecer un glosario de su lengua. Pues bien, los Patagoni resurgen en numerosas crónicas como guardas del estrecho al que Magallanes dio nombre.
Según Theodore J. Cachey, el traductor de Pigafetta al inglés, el contenido fantástico refuerza la autoridad de la Relazione, pues los lectores esperaban maravillas de las narraciones de viajes. En este sentido, Pigafetta va mucho más lejos que su predecesor. Recuérdese que Marco Polo era un mercader: su tono –descriptivo, práctico y circunspecto– deja poco margen a la fabulación. Lo que maravilló de Los viajes de Marco Polo no fue su contenido sensacionalista (que es mínimo), sino su retrato de China como una civilización avanzada.
Por el contrario, Pigafetta consigna una larga lista de fenómenos sobrenaturales: una nube que siempre derrama lluvia sobre el mismo árbol; un banco de peces que forman una isla; otra isla cuyos habitantes alcanzan los 140 años; otra habitada por orejudos que usan una oreja como colchón y otra oreja como sábana; otra ocupada solo por enanos; otra solo por mujeres (no necesitan hombres porque las fecunda el viento); apariciones de San Elmo, San Nicolás y Santa Clara, que hacen amainar tormentas…
De hecho, el contenido maravilloso llena el espacio narrativo cada vez que la expedición Magallanes-Elcano afronta problemas. Es decir, Pigafetta silencia o minimiza las disensiones (motines, ejecuciones, deserciones…) en favor de lo fantástico. Es más, el cronista nunca explicita los objetivos territoriales que motivaron la circunnavegación: determinar la ubicación de las islas de las Especias (hoy Molucas, en Indonesia), y confirmar que estaban en aguas españolas. Tras el regreso de Elcano, los cartógrafos españoles y portugueses se enzarzarían en arduas disputas al respecto. El Tratado de Tordesillas (1494), por el que España y Portugal se repartieron América, fue complementado por el Tratado de Zaragoza (1529), por el que se dividieron Asia.
Por supuesto, poco de lo anterior aparece en los brindis patrióticos con los que suele conmemorarse la primera circunnavegación en España. Me refiero a los artículos que hablan de la expedición Magallanes-Elcano en términos de “gesta”, “proeza” o “hazaña sin parangón”. Si ponemos el foco en Filipinas, la lección histórica cambia por completo. La Relazione de Pigafetta es crucial no solo por la circunnavegación, sino también por consignar un caso exitoso de resistencia anticolonial. Cuesta imaginar a un Cortés muerto por Moctezuma, o a un Pizarro derrotado por Atahualpa… Aunque algo así sucedió en Filipinas. Por tanto, recordemos a Magallanes y a Elcano, pero no olvidemos a Lapu Lapu, ni lo que representa. Y hagamos caso a García Márquez: leer a Pigafetta vale la pena.
Luis Castellví Laukamp es profesor de literatura española en la Universidad de Manchester. Ha publicado el libro Hispanic Baroque Ekphrasis: Góngora, Camargo, Sor Juana (Cambridge: Legenda, 2020).