Conectar con la mente hipotáctica

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Rafael Sánchez Ferlosio

Ensayos I. Altos estudios eclesiásticos. Gramática. Narración. Diversiones

Barcelona, Debate, 2016, 800 pp.

Es bien sabido que Rafael Sánchez Ferlosio (1927) es uno de los mejores escritores de la actualidad en lengua española, y la parte ensayística de su producción es la que hoy llama más la atención. Esta recopilación es la primera de las cuatro previstas para sus ensayos. Para explicar su título es forzoso repetir estas palabras del propio Ferlosio, que aporta el editor Ignacio Echevarría, y cito extractadas:

Tras escribir El Jarama –entre octubre de 1954 y marzo de 1955–, agarré la Teoría del lenguaje, de Karl Bühler, y me sumergí en la gramática y en la anfetamina. Cuando un clérigo da lugar a algún escándalo, la discretísima Iglesia católica […] lo retira rápidamente de la circulación, y al que pregunta por él […] se le contesta indefectiblemente: “Oh, el padre Ramoneda se ha recogido para dedicarse a altos estudios eclesiásticos”; a mí no me hizo falta ningún obispo que me retirase, sino que me bastó con el inmenso genio de Karl Bühler […] para retirarme de la circulación y consagrarme a “altos (o bajos) estudios gramaticales” durante quince años.

No me detendré demasiado en explicitar el extenso contenido del volumen, que está disponible en muchos lugares. Baste señalar que alberga textos desde 1968 hasta finales de los noventa: especialmente las dos complejas y exquisitas Las semanas del jardín; “Guapo” y sus isótopos, la obra más extensa y terminada de tema lingüístico de la época de “altos estudios”, y las importantes notas a la memoria de Itard de principios del XIX sobre el “niño salvaje”. La edición cuenta en cada página con un útil folio explicativo que, en vez de repetir cansinamente el título del volumen, ofrece al lector a la izquierda el título del ensayo concreto y a la derecha el de su apartado, de modo que, a pesar de convivir en un mismo objeto material, la experiencia de cada una de las obras contenidas está debidamente preservada.

Las dos palabras clave para juzgar este segmento de la producción ferlosiana son “gramática” y “anfetamina”. Como escribió Carlos Piera al reseñar otra publicación del autor, en la posguerra floreció entre un grupo de escritores españoles un asombroso interés por la lingüística teórica. Esto respondía no tanto a la propia atracción del tema como a las necesidades expresivas que sentían. Echevarría cita una carta de Ferlosio a Josep Maria Castellet en 1965, en la que nuestro autor declaraba la necesidad de “romper con las arcaicas inercias verbales, en busca de un estilo cuya complejidad y sutileza estén a la altura de las difíciles cosas que es preciso decir”.

¿Y la anfetamina? Ampliamente difundida por la España de la época, recetada como medicamento para adelgazar y consumida habitualmente por los estudiantes, esta droga tiene curiosos efectos intelectuales: favorece la concentración y permite la ramificación del pensamiento… y de la escritura. Uno de los más interesantes textos de este volumen (de hecho, el único no previamente publicado) es sobre la hipotaxis, o subordinación, es decir, sobre la capacidad que tiene la lengua española para ramificar las frases, gracias a los marcadores morfológicos y sintácticos que permiten un adecuado control. De este modo, el deseo de transmitir las “difíciles cosas” que Ferlosio se proponía, ligado a la facilidad del español para la hipotaxis, más la poderosa lente de aumento de la anfetamina conduce a estos textos memorables, que si no siempre son fáciles siempre resultan gratificantes.

Hay que decir que el autor, como es obvio, tiene un perfecto control sobre lo que escribe, y que es bien sabedor de que “a veces, ciertamente, no es posible evitar que los excursos se vuelvan excursiones”. Excursiones, por cierto, amenas y bien surtidas de referencias, de modo que el lector se entrega a ellas con todo placer. Además, Ferlosio tiene siempre buen cuidado de ir retomando los hilos momentáneamente sueltos, y reanudar el argumento, de modo que todo quede finalmente en su sitio. Una propiedad importante de la prosa ferlosiana es el tempo, que en los párrafos se logra por el control del “aliento de la lectura” (eso que hace que uno pueda zambullirse en una oración larga y ramificada sin llegar a perder su hilo conductor), pero que en la arquitectura de los textos depende más bien de una actitud del autor, tan bien resumida en la siguiente cita, cuyo subrayado es nuestro: “Ya que pasamos por el tema de las reglas, me detendré un momento –no habiendo, como no hay, prisa ninguna– a contemplar y dejar apuntadas […].” La frase inicia un paréntesis que comprende un solo párrafo extendido a lo largo de más de dos páginas; es decir, efectivamente, sin ninguna prisa. A veces, al lado de los consabidos encadenamientos hipotácticos, florecen como contrapunto frases llanas, casi vulgares; refiriéndose a Faulkner, puede remachar así conclusivamente un párrafo: “Tonto no era.”

El estilo ferlosiano está balizado de cultismos y a veces de neologismos creados ad hoc para dar nombre a alguno de los fenómenos que analiza. En alguna ocasión confiesa que se trata de términos “de encargo”, solicitados a un amigo con mayor soltura en las lenguas clásicas, como catargiriosis, (“conversión en valor económico”). Otros son de cosecha propia, como el “presente anagnótico”. Algunas veces, la construcción hiperculta es una divertida broma, como cuando, hablando de la presión del ceño fruncido, la “tiranía del entrecejo”, la tilda de “dictadura interciliar”. Al lado de estos aparecen usos expresivos, como el italianismo “dulzastro” (que no está en el drae ni en el Diccionario del español actual).

En los temas lingüísticos que trata, Ferlosio es siempre un amateur, en el mejor sentido de la palabra. Muchos de sus apuntes provienen de la extrañeza, del asombro, en el que, como sabemos, Platón sitúa el origen de la filosofía. Por poner un único ejemplo: la incomodidad ante el hecho de oír referirse a un recién nacido por su nombre de pila conduce a un precioso ensayo sobre los nombres de persona, que es tanto lingüístico como sociológico o filosófico. Esa libertad de quien no sirve a una escuela teórica ni a imperativos de publicación hace que el abanico de cuestiones tratadas sea amplísimo: no solo en los temas de cada ensayo, sino sobre todo en las derivaciones y excursos, en los paréntesis y digresiones. La ramificación de la sintaxis tiene su paralelo en las derivaciones casi fractales de su pensamiento. Para que se vea con más claridad: en el ensayo citado sobre los nombres de persona aparecen además, con diferente extensión, las siguientes cuestiones (sin ánimo de agotarlas): las formas de llamar a los animales, el artículo ante el nombre propio, la apelación según el oyente, los nombres de los ciclones, funciones del refranero, la complicidad intrafemenina, el género gramatical en las lenguas germánicas, el comportamiento mágico, la superstición, la mixtificación en los documentales sobre la naturaleza, el tratamiento de la fisonomía animal en los dibujos animados, los medios de comunicación social, la mente infantil… Esta docena larga de materias son sencillamente inalcanzables desde el índice de contenidos general de la obra, ni desde ningún otro lugar.

Porque, contra lo que afirma la introducción, el libro carece de un índice “de conceptos”. Este desliz parece indicar que dicho índice estuvo en efecto previsto, y algo (su misma complejidad, o imperativos de fecha de salida) hizo que se prescindiera, lamentablemente, de él: no hay forma de saber, por ejemplo, dónde se habla del “teatro”. Las semanas del jardín cuentan con un “índice analítico” (mal llamado, pues este término significa “índice de materias”: Martínez de Sousa dixit), pero que en realidad es una sinopsis lineal; por ejemplo: “§8. Carácter convencional de todo género literario. Digresión sobre los apartes en el teatro”. Es decir, solo responde a la pregunta: “¿De qué trata el parágrafo enésimo de la Semana Tal?” Por cierto: en ningún lado se dice quién compuso este “índice analítico”, que falta en la primera edición de Nostromo y en las de Alianza y Destino, aunque parece de mano ferlosiana, o de alguien poseído poderosamente por el estilo del autor. Lo que se presenta como el “Índice de nombres [propios] y títulos citados” no contiene un real índice de títulos, dado que estos no se alfabetizan independientemente, sino siempre tras el nombre del autor: “Husserl, Edmund. Investigaciones lógicas”. La edición electrónica del libro prescinde de este “Índice de nombres y títulos citados”, cosa lógica, porque uno puede buscar cómodamente cualquier aparición de Abraham o Zeus.

Pero si hubiera un buen índice de materias este enriquecería incluso una edición digital, porque bajo la entrada teatro (por seguir con el ejemplo) estaría una subentrada “jardín, meterse en un”, que nos llevaría a la preciosa introducción en cursiva de la Semana Primera, donde, a pesar de referirse a él, no aparece nunca la palabra teatro. Y otra bonita subentrada sería aparte, que si se buscara directamente como cadena de letras daría 55 apariciones entre la que espigar la única teatral, que un buen índice de conceptos señalaría inmediatamente.

La reedición de estos ricos materiales de Rafael Sánchez Ferlosio debería haber tenido un propósito suplementario, aparte del de reunirlos en un tomo manejable y hacer una edición bella y cuidada: habría debido servir además para tejer una guía, o un esbozo de guía, del universo del autor. Las densas páginas de este volumen no solo pueden ser objeto de lectura de fruición, sino que también son un material de trabajo. Sin el hilo de Ariadna de un buen índice de conceptos, que explicite la “complejidad y sutileza” presentes en los ensayos, el lector estará perdido en los meandros hipotácticos de una de nuestras mejores mentes. ~

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