EL FOSO ABIERTO DE LOS BALCANESIvo Andric´, Crónica de Travnik, traducción de Luisa Fernanda Garrido Ramos y Tihomir Pistelek, Debate, Madrid, 2001, 475 pp.Puentes y fosos profundos de incomprensión, pluralidad y particularismos, razas e identidad, Oriente y Occidente, modernidad y tradición, alumbraron obsesivamente la obra del excelente escritor Ivo Andri´c (1892-1975), único premio Nobel yugoslavo de la historia, que le fue concedido en 1961. Un estilo de escritura "de incomparable claridad", una obra sobria y lapidaria a la vez, lírica y épica, grandiosa pero minuciosa, de una riqueza cromática y de matices casi infinitos, que, como diría el escritor croata de nuestros días Predrag Matvejevi´c en su libro Le monde "ex" (Fayard, 1996), "evoca la tradición oral de la poesía popular y de las leyendas, arraigada durante la ocupación otomana" en el complejo crisol yugoslavo. "Un país de odio y de miedo como a su vez escribiría el mismo Andri´c, en uno de sus textos de 1920en el que la zanja que separa las diversas religiones es tan profunda que sólo el odio consigue franquearla".
Nacido en Travnik (Bosnia) de una familia croata católica, militante durante su juventud del movimiento revolucionario Joven Bosnia, Ivo Andri´c fue encarcelado por los austriacos en el momento del asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo. Más tarde fue nombrado diplomático en las grandes capitales europeas: Roma, Bucarest, Viena, Madrid, París, Berna, y en Berlín, donde residió en 1941. Engendrado en el epicentro de dos mundos que él siempre soñó unidos a pesar de su fragilidad, Andri´c, el balcánico e integrador, el europeísta del futuro que hablaba ocho lenguas europeas, finalmente se declaró serbio de elección y se instaló a vivir en Belgrado. Una decisión que le marcaría de por vida en una zona de sensibilidades encendidas y de doctrinas excluyentes, y que aún hoy muchos no saben separar de la grandeza universal que significa el conjunto de su obra. Y una elección vital, política, muy determinada, dentro de los eslavos del sur, que el italiano Claudio Magris ha definido magníficamente en su capítulo dedicado a Ivo Andri´c, de su libro reciente Utopía y desencanto: "'Serbio' le pareció el término que mejor equivalía a 'yugoslavo' y éste, a su vez, no es más que la ampliación de 'bosnio', de ese crisol de historia y vida, de esa unidad captada en las diferencias y producida incluso en los conflictos, que él aprendió en su tierra natal." Es decir, en esa querida tierra natal, Bosnia, que significaría ya siempre para Andri´c su escuela del dolor y del amor sin límites, su metáfora permanente de la existencia y de la convivencia hurtadas y traicionadas, para la que se necesitaban, como él decía, "cuatro veces más de amor y de comprensión mutua" que en el resto de los países. Un mundo basado en la sospecha y en la desconfianza recíprocas, en la fragmentación incompatible con cualquier intento de inclusión globalizadora, que generará también, en sus zonas más grises e indeterminadas, en sus acontecimientos e identidades más desenfocadas e imprecisas, la rápida adjudicación de una nueva mentira o coloración reinventada, recompuesta y rediseñada sobre la marcha. Cuando el padre del presidente croata, el nacionalista Franjo Tudjman, se suicidó tras matar a su esposa, algún tiempo después, en la época de Tito, se hizo correr la noticia de que habían sido los crueles ustachis los culpables de la tragedia. Una recomposición y adaptación de la historia, de sus crímenes, mitos y perversiones a través de los tiempos se ve con toda claridad en ese magnífico fresco del pasado que es Un puente sobre el Drina.
Crónica de Travnik, ahora aparecida, traducida al español, es el otro gran libro fundamental para acercarse a la obra de este escritor aún no suficientemente reconocido y publicado. En él, y con la excusa de la llegada de un cónsul francés napoleónico a la pequeña ciudad de Travnik, hundida orgullosa y altivamente entre las montañas de Bosnia, se narra la vida amurallada de aislamiento y a la vez de un salvaje equilibrio autónomo, fuera del mundo y de las convulsiones que se viven en Europa, de un minúsculo punto congelado de la época de la dominación turca. Serbios de religión ortodoxa, turcos acaudalados, jenízaros, croatas católicos, musulmanes, judíos sefarditas y, en el último escalafón social, gitanos que serán utilizados como sanguinarios verdugos en los tumultos y torturas masivas cuando las matanzas, con cualquier motivo o mínima chispa incendiaria, o como simple escarmiento y advertencia de futuro, se desaten en la atemorizada comunidad, contarán ahora, como novedad, con varios ojos extra, venidos de fuera, y por tanto aún no adaptados al ritual del horror y a esos juicios sumarios de un populacho enardecido y habituado a la ceremonia de la sangre: los cónsules austriaco y francés. Como en la célebre y quirúrgica narración del empalamiento de un condenado que hacía en Un puente sobre el Drina, o como en la descripción de las turbas carcelarias de las prisiones de Estambul presente en sus espléndidas estampas de El lugar maldito (Caralt, 1975), Andri´c de nuevo ejercerá en esta novela toda su maestría en el manejo de esas masas corales y múltiples que le hicieron famoso y que él sabe unir, en el último y más majestuoso de sus puentes simbólicos, al minucioso, pormenorizado y cargado de sentido retrato de personajes trágicos, vacilantes, humanos e individuales. Enfrente de estos seres escindidos, atormentados y confundidos por su tiempo, en el otro lado del río Lasva, como una gélida premonición, compacto y sin dudas, estará el cónsul austriaco Von Paulich: "Frío, cabal, siempre con la razón por delante, sin mostrar nunca una duda, una vacilación, correcto pero astuto, honesto pero inhumano, era el único triunfador de la partida que desde hacía años se estaba jugando en el valle de Travnik". –