Najat El Hachmi
La hija extranjera
Traducción de Rosa Maria Prats
Barcelona, Destino, 2015, 240 pp.
De las mujeres aún poco se sabe, sean hijas o madres, víctimas o verdugos, del norte o del sur. Su voz ha sido poco escuchada durante mucho tiempo y todavía no aparecen demasiado en esa gran enciclopedia que es la literatura. Es ahora cuando empiezan a abundar las detectives en la novela negra y comienzan a ser objeto de estudio, pero bien poco sabemos de las Medeas a través de la narrativa actual. La lista de ausencias es casi infinita, aunque se halle en claro proceso de reparación.
En nuestro panorama literario no hay muchas autoras dedicadas a darle vueltas a la condición femenina como sí lo hicieran algunas en los años ochenta y noventa, tras la eclosión setentera del feminismo. Sin embargo, es creciente el número de escritoras consagradas a dar voz a las mujeres a través de los personajes de ficción.
Najat El Hachmi (1979), autora en lengua catalana nacida en Marruecos pero instalada desde la infancia en España, es en ese sentido una excepción porque se ha dedicado a ello en las tres novelas que lleva publicadas: El último patriarca (2008), La cazadora de cuerpos (2011) y ahora La hija extranjera. Ese es el denominador común de sus libros. Otro elemento reincidente es el retrato de la condición de extranjera, en concreto de marroquí residente en la península, algo que ha hecho en su primer título y en su novela más reciente.
“He intentado alejarme de unos orígenes que duelen”, dijo El Hachmi en una entrevista. Si en su primera novela la hija adolescente de un patriarca marroquí se enfrentaba a él en un intento por integrarse en su tierra de acogida, aquí una joven del mismo origen se enfrenta a su madre y a los suyos. Lo hace negándose a permanecer anclada en la cultura de sus ancestros, que entre otras cosas no le permite ni leer, la actividad que ha sido hasta entonces su gran pasión: “Hace tanto tiempo que no leo un libro que a menudo me parece que esa imagen mía con un libro entre las manos forma parte de otra vida que, a estas alturas, comienzo a dudar que haya existido nunca.”
La autora no presenta a la protagonista en ese estado de rebeldía desde el comienzo, sino que la sitúa en el camino de un matrimonio con un primo escogido por la familia tras finalizar sus estudios en el instituto: “Soy yo la que ha tomado una bifurcación, la que se ha salido de la senda prevista para casarse.” Accede a convertirse en el ascensor económico de un vago rematado a quien la reagrupación familiar permite pasear por los bares de una población catalana que no se menciona pero que, si atendemos al callejero, sabemos que es Vic, la ciudad de adopción de Najat El Hachmi.
Se trata de una niña a quien la soledad de hallarse en tierra extranjera empujó a leer compulsivamente y que ha logrado sacar un nueve y medio en la selectividad, una joven que ha leído con devoción a las autoras catalanas y a quien el deseo de ser mujer y la elección de un camino equivocado llevan a un sexo mecánico y desagradable, donde su cuerpo se usa como mero contenedor, lejos del goce de la protagonista de La cazadora de cuerpos.
La autora no rehúye mostrar algo a menudo ninguneado: lo que les sucede a las mujeres en las relaciones sexuales en las culturas patriarcales, un termómetro de si un orden social conviene o no las mujeres, las respeta o las desprecia. El marido-primo le repugna, y le sucede que “cuando se desnudaba y se metía a toda prisa bajo la manta, como si no hubiera estado nunca con una mujer y le tocara desde hace tiempo por edad, yo ya me había marchado”.
El conflicto más doloroso no es de todos modos consigo misma, sino con la madre, aferrada a tradiciones tan nefastas como la subordinación de la mujer al hombre o el uso de símbolos como el pañuelo, la funara, con la que la joven se ve obligada a cubrirse el cabello oscuro en un país que por suerte ya se ha liberado de otros símbolos, antaño obligatorios. El mismo desencuentro que hallamos en otra novela que gira en torno a la condición femenina y a la nueva inmigración, El fruto del baobab, de la también catalana Maite Carranza, donde el gran tema es la aberrante ablación, en este caso en el seno de la comunidad gambiana instalada en España. El Hachmi ratifica su opción liberadora en este choque generacional y cultural.
Que hasta la fecha todos los libros de esta autora de corte realista, literariamente sólida y que tiene como maestra a Mercè Rodoreda, sean, a pesar de su juventud y de no pertenecer a esa generación de luchadoras a cara descubierta, un ajuste de cuentas con el machismo y un canto a la mujer dueña de sí misma debería inquietar a esas escritoras complacientes que dan la espalda a una realidad aún demasiado viva y poco combatida, a pesar de que el feminismo vuelva a estar de moda gracias a un puñado de autoras. Eso no quita que quienes creemos en la literatura como algo más que entretenimiento añoremos a Capmany, Montserrat Roig y compañía. ~
(Barcelona, 1968) es escritora y crítica literaria. Recientemente ha publicado la novela El silencio (Caballo de Troya, 2008) y el libro de poemas Gran amor (Egales, 2011).