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Ari Shavit

Mi tierra prometida. El triunfo y la tragedia de Israel

Traducción de José Francisco Varela Fuentes

Barcelona, Debate, 2014, 424 pp.

El bisabuelo de Ari Shavit atracó en el puerto de Jaffa en 1897. Herbert Bentwich era un rico abogado londinense con una misión: valorar si Palestina podía ser el hogar del pueblo judío. Bentwich visitó aquella tierra con una caravana lujosa. Así se encontró la ciudad vieja de Jerusalén: “Oscuros y enredados callejones, sucios mercados, masas hambrientas.” En su visita a Rishon LeZion, uno de los primeros asentamientos judíos y hoy un suburbio gris de Tel Aviv, la comitiva lo ve más claro, “asombrada ante la noción de convertir Palestina en la Provenza del Oriente”.

Los judíos que buscaban una tierra para su pueblo tenían, dice Shavit, dos temores sobre el futuro: uno, la amenaza del antisemitismo. Dos, la caída de los muros del gueto y la secularización, que iban a provocar que dos de los pilares ancestrales de la vida judía –el aislamiento y Dios– se tambalearan. Shavit, que no es religioso, cree que si su familia no hubiera emigrado a Israel, hoy él o sus hijos habrían diluido su identidad judía a través del matrimonio y nuevas familias.

En aquella Palestina, que incluía lo que hoy es Jordania, había medio millón de árabes, beduinos y drusos. (Hoy entre israelíes, palestinos y jordanos hay unos veinte millones de personas.) Shavit se pregunta por qué su bisabuelo no vio que en Palestina ya había gente y que el asentamiento de millones de judíos iba a requerir violencia. Este libro es el examen de aquella ceguera trágica del bisabuelo: a pesar de las desgracias que ha conllevado aquella decisión, no había más remedio. “Si Israel hubiera sido amable y compasivo, se habría venido abajo”, escribe Shavit.

Mi tierra prometida es el paseo del israelí Ari Shavit por la historia de Israel. Digo paseo adrede. Shavit es periodista y no hace historia. La historia de Israel ya está contada. Hace un reportaje histórico magnífico, con él de protagonista. Describe sus viajes en busca de los protagonistas de cada época o ámbito y charla sobre sus decisiones.

Shavit no esconde las matanzas y errores de su país. Los asentamientos son por ejemplo el desastre histórico que más costará resolver. Reproduce una conversación con uno de los primeros colonos, Pinchas Wallerstein. Le dice: “Han convertido un conflicto entre Estados nacionales en un conflicto entre una comunidad de colonos y una comunidad indígena. […] Su energía fue extraordinaria, pero en todo lo que importa estaban totalmente equivocados. […] Trajeron el desastre hacia nosotros, Wallerstein. En nuestro nombre, cometieron un acto de suicidio histórico.”

Los asentamientos son solo un problema. El lastre de los ultraortodoxos, el trato racista a los judíos sefardíes, la situación de ciudadanos de segunda de los árabes israelíes son una lista de desafíos internos que dejarían tocado a cualquier país. Israel debe vivir con todo eso y con unos vecinos que no lo quieren allí.

Shavit no da grandes soluciones. Se dedica a tratar de entender una región retorcida. Su mayor desquite es con la izquierda, a la que apoyó en su juventud. Shavit lamenta que, en un país con todos esos lastres, la izquierda no viera lo que tenía enfrente: “Su defecto fundamental es que nunca había distinguido entre el problema de la ocupación y el problema de la paz. En cuanto a la ocupación, la izquierda tenía toda la razón. Se dio cuenta de que la ocupación era un desastre. Pero en cuanto a la paz, la izquierda era más bien ingenua. Contaba con un socio para la paz que en realidad no estaba ahí.”

La izquierda creía que en el otro bando había un pueblo con la mano extendida. Pero no era verdad: “En lugar de apegarse a la postura sólida y racional de terminar con la ocupación simplemente porque es inmoral y destructiva, la izquierda respaldó la creencia endeble e irracional de que terminar con la ocupación traería la paz. Había una tendencia a ver a los colonos y los asentamientos como la fuente del mal y a pasar por alto las posturas palestinas ajenas a la ocupación.”

Esta distinción se ve mejor desde dentro de Israel –y en parte por eso el país se ha movido en bloque hacia la derecha– que desde la comodidad y lejanía del resto de países occidentales. Es fácil admitir que la ocupación es terrible. Es más difícil ver que el otro bando no quiere solo el fin de la ocupación.

Mohammed Dahla es un abogado palestino-israelí amigo de Shavit. Estudió derecho y fue el primer secretario árabe en el Tribunal Supremo de Israel. Le ha ido bien en Israel, pero cree que el Estado israelí está ahí de paso. Podrá durar cincuenta, cien años más. Pero la demografía cambia, Estados Unidos dejará de ser la primera potencia y entonces regresarán: “Así que la justicia exige que tengamos derecho a regresar. […] No sé cuántos serán. […] Pero los veo regresar. Justo como mi familia regresó de Líbano, bajando por las pendientes del pedregoso risco de Turan con sus burros y sus pertenencias después de meses de exilio, los otros también regresarán. En un largo convoy, todos regresarán.”

El legendario general Moshé Dayán, héroe de la guerra de los Seis Días, dijo en 1956 en el funeral de uno de sus soldados que entendía a los asesinos porque llevaban ocho años viendo desde sus campos de refugiados cómo los israelíes convertían las casas de sus antepasados en las suyas: “Somos una generación de asentamiento y sin el casco de acero y la boca del cañón no podremos plantar un árbol y construir una casa.” Dayán se equivocaba en un detalle: el problema no es de su “generación”. Sigue aquí. Israel tiene una lista de problemas nuevos sin haber resuelto ninguno de los originales.

Shavit ha escrito un libro para aceptar a Israel: la historia es atroz, pero cada cual debe aprender a asumir la suya o atender las consecuencias. De cara al futuro, Shavit ve una cuesta arriba existencial porque Israel ha perdido su entusiasmo y esperanza. Ya no son pioneros. Ya no fundan un país. Se convierten despacio en un país de clase media sosa, gris: “No hay esperanza aquí [en Oriente Medio] para una sociedad que ama la vida sin saber cómo lidiar con la inminencia de la muerte”, escribió en un ensayo para Haaretz en 2006. Ningún otro país occidental afronta algo así. Pero esa es la tierra prometida de Shavit, la única. Tiene defectos, está construida sobre injusticias, “pero seguimos aquí, en este escenario bíblico” y, además, “pase lo que pase”. ~

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(Barcelona, 1976) es periodista, licenciado en filología italiana. Su libro más reciente es 'Cómo escribir claro' (2011).


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