La casa holandesa

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Era la primera vez que nuestro padre traiฬa a Andrea a la Casa Holandesa. Sandy, el ama de llaves, subioฬ a la habitacioฬn de mi hermana y nos dijo que bajaฬramos.

โ€”Su padre tiene una visita y quiere que bajen para que los conozca.

โ€”ยฟEs un amigo del trabajo? โ€”preguntoฬ Maeve. Maeve era mayor y entendiฬa mejor las complejidades de las relaciones de amistad.

Sandy meditoฬ un instante la pregunta.

โ€”Creo que no. ยฟDoฬnde estaฬ tu hermano?

โ€”En el banquito de la ventana โ€”respondioฬ Maeve. Sandy tuvo que descorrer las cortinas para dar conmigo.

โ€”ยฟPor queฬ tienes que echar las cortinas?

Yo leiฬa.

โ€”Porque quiero intimidad โ€”respondiฬ. A los ocho anฬƒos no teniฬa idea de queฬ significaba esa palabra realmente, pero me gustaba, y tambieฬn me gustaba la acogedora sensacioฬn que daba cerrar las cortinas.

No sabiฬamos nada de la misteriosa visita. Nuestro padre no teniฬa amigos, al menos no del tipo que viniesen a visitarlo a casa un saฬbado por la tarde. Saliฬ de mi escondite, me dirigiฬ a las escaleras y me echeฬ sobre la alfombrilla del descansillo.

Sabiฬa por experiencia que tumbaฬndome ahiฬ podriฬa ver la sala, asomado entre el poste de la escalera y el primer balaustre. Ahiฬ estaba mi padre, ante la chimenea, y junto a eฬl, una mujer. Me parecioฬ que observaban los retratos del senฬƒor y la senฬƒora VanHoebeek. Me levanteฬ y regreseฬ a la habitacioฬn de mi hermana para dar parte.

โ€”Es una mujer โ€”le dije a Maeve. Sandy ya lo sabriฬa.

Sandy me preguntoฬ si me habiฬa cepillado los dientes, refirieฬndose a si me los habiฬa cepillado esa manฬƒana. Eran las cuatro de la tarde; nadie se cepilla los dientes a esa hora. Ese diฬa, saฬbado, Sandy teniฬa que hacer todo ella sola, porque Jocelyn libraba. Sandy encendiฬa la chimenea, atendiฬa al timbre de la puerta y ofreciฬa bebidas, pero no teniฬa responsabilidad sobre mi dentadura. Ella libraba los lunes, y los domingos libraban ambas, porque mi padre pensaba que no se podiฬa obligar a nadie a trabajar en domingo.

โ€”Siฬ โ€”respondiฬ a Sandy, porque probablemente me los habriฬa cepillado.

โ€”Pues cepiฬllatelos otra vez โ€”repusoโ€”. Y peฬinate.

Esto uฬltimo iba en realidad por mi hermana, que teniฬa una larga melena negra, que, recogida, era gruesa como diez colas de caballo atadas unas con otras. Era inuฬtil que se lo cepillara una y otra vez: siempre luciฬa un poco desalinฬƒada.

Cuando estuvimos presentables, Maeve y yo bajamos y nos quedamos bajo el dintel del arco del vestiฬbulo que daba paso a la sala, observando a nuestro padre y viendo coฬmo Andrea estudiaba a los VanHoebeek. Ellos no se dieron cuenta de que estaฬbamos ahiฬ, o simplemente no quisieron prestarnos atencioฬn โ€”es difiฬcil saberloโ€”, asiฬ que esperamos. Maeve y yo sabiฬamos coฬmo no hacer ruido al movernos por la casa, haฬbito nacido de nuestros esfuerzos por no irritar a nuestro padre, aunque se enfadaba auฬn maฬs cuando se daba cuenta de que lo estaฬbamos espiando. Llevaba puesto su traje azul.

Papaฬ no se poniฬa nunca traje los saฬbados. Me fijeฬ, por prime- ra vez, en que el pelo se le empezaba a agrisar por detraฬs. Junto a Andrea pareciฬa auฬn maฬs alto de lo que ya era.

โ€”Debe de resultar muy gratificante que esteฬn cerca โ€”le dijo Andrea, refirieฬndose no a sus hijos, sino a los cuadros.

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(Los รngeles, 1963) es autora de seis novelas y tres libros de no ficciรณn. Con su novela "Bel Canto" ganรณ el Premio Orange, el Premio PEN / Faulkner y el Book Sense Book of the Year.


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