Las pilas de novedades incluyen esta rareza: La confesión de Lucio, novela escrita en 1914 por el portugués Mário de Sá-Carneiro (1890-1916). La apariencia del libro es un percance: la portada color naranja muestra una pluma fuente encima de hojas sueltas, manchadas con tinta de sangre. La novela fue traducida por Mario Morales con el apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Lo obvio se subraya: gracias a la alineación de los astros, o el carácter de lo inaudito, puede tener sitio un título como éste en los tiempos que corren. Quizás haya que atender a los libros descuidados –que llegan feos a los estantes para diferenciarse de los otros, hijos bien hechos, nutridos con la ganancia de la planeación.
Despellejando las calamidades de la edición, se encuentra el oasis. Mario de Sá-Carneiro es uno de los representantes del Modernismo lusitano y fue impulsor de la revista Orpheu, con Fernando Pessoa. La confesión de Lucio ha sido referida a través del tiempo como un libro sorprendente. El reconocimiento de su obra deriva de dos hechos: la procuración de lo enigmático en su escritura y la amistad que sostuvo con el consagrado Pessoa.
Un recuento de su biografía, según la Historia de la literatura portuguesa de Ángel Marcos y Pedro Serra (Salamanca, Luso-Española de Ediciones, 1999) dicta: “Nació en Lisboa en el seno de una familia de alta burguesía; después de haber pasado por Coimbra, estudió derecho en París. Como consecuencia de una seria crisis existencial se suicidó, con veintiséis años, en la habitación de un hotel.” Sá-Carneiro escribió poco antes, en Indícios de Ouro: “Yo no soy yo ni soy el otro, soy alguna cosa intermedia.”
La novela se inicia con esta advertencia: “Mi interés hoy en gritar que no asesiné a Ricardo de Loureiro es nulo”, dicha cuando el personaje ya ha cumplido diez años en la cárcel. Y sigue: “sólo digo la verdad […] incluso cuando ésta sea inverosímil.” Aunque el lector se vea persuadido ante la falsedad de los hechos, sufrirá el contagio por el sacudimiento del condenado que habla.
La confesión de Lucio se mira aún como una historia novedosa: Lucio Vaz es lo que desea. Tras conocer al poeta Ricardo de Loureiro en la Ciudad Luz, se dispone la escena que detona el conflicto de la trama: ambos asisten a un baile de mujeres con pieles de oro, fantasmagóricas y enfermizas pero seductoras, en cuya carne se fragua la prolepsis del crimen; ellas desaparecen en escena, tras tocarse entre sí y convertirse en un hechizo coreografiado. Después del baile algo se desajusta dentro de Lucio, y comienza una aventura que tira de lo real y lo imaginario sin distingo.
El principio poético, en tanto nombramiento de lo indecible, queda expuesto en La confesión de Lucio de manera reiterada. Lo vivido por el protagonista no se puede enunciar: “Me declaro impotente para describirla”, dice acerca de la iluminación de un escenario, o “la impresión había sido tan fuerte, la maravilla tan alucinante, que nos faltó ánimo para decir una sola palabra”, sobre el baile de las mujeres voluptuosas en medio del fuego. La fantasía cobra fuerza por su falta de nitidez, y lo visto es ya increíble para el lector. Sin embargo, el misterioso mundo exterior, y el movimiento sobre el que arguyen los personajes, es un algo contundente. De Loureiro habla: “Mi mundo interior se amplió, se volvió infinito ¡y hora tras hora se excede! […] tengo miedo, miedo de zozobrar, de extinguirme en mi mundo interior, de desaparecer de la vida, perdido en él.” Lo ilimitado del entorno, y lo infinito de cada uno, los lleva a la carencia. El extravío no se enuncia, sólo se apunta, pues el sentido de las cosas sobrepasa cualquier afán lógico.
Lucio alucina, y la aliteración aquí no es gratuita: su falta de luz lo lleva a experimentar los pensamientos más subterráneos como verdades: hombre oscuro que averigua en lo negro. Es artista y, además de narrar la historia de su falso crimen, dirime ciertas perspectivas: “cómo en el fondo abominaba a esa gente, a los artistas, es decir, a los falsos artistas cuya obra se encierra en sus actitudes; que hablan perpetuamente, que se muestran complicados de sentidos y apetitos artificiales, irritantes, intolerables. En fin, que son los exploradores del arte en lo que éste tiene de falso y externo.” Para Lucio el arte es la propia vida. De Loureiro, mostrado casi siempre al borde de la iluminación sublime, se siente enfermo. Confiesa a Lucio de qué manera el deseo de poseer a los otros –imposible de consumar– lo hace infeliz, y la falta se prolonga hasta siempre. Los amigos habían dejado de verse; el sueño novelado llega a su punto más alto, y se consolida lo borroso con su reencuentro. Lucio ve a Ricardo feminizado y en compañía de una mujer: se ha casado. Marta carece de recuerdos e historia previa: es una aparecida.
Las imágenes empleadas por Sá-Carneiro son cada vez más nebulosas, a la par de los episodios amnésicos de Lucio, quien refiere algún hecho y un poco más adelante dice ya no recordarlo. La escritura va borrándose y lo misterioso es expansivo: se decompone el sentido de lo dicho.
Parte del humo que borronea los contornos se debe a que Sá-Carneiro echó mano de recursos simbolistas: además del uso discrecional de puntos suspensivos, existen líneas que fueron punteadas como si se hubieran perdido u omitido frases del texto. La forma concuerda con el enigma de fondo: el lector no sólo desconoce, de modo irremediable, ciertos hechos que aparecen como puntos, sino que se lo confina al pensamiento de Lucio desmemoriado.
Hacia el final de la novela ya retumba el suelo por el caos venidero. Las entrelíneas que habían profesado lo terrible cobran mayor significado y sellan esta historia para desmembrarla, arguyendo que lo inverosímil es certero y envuelve los sentidos. En el poema “Manicure”, de Sá-Carneiro, se lee: “Es allí, en el gran espejo de los fantasmas / donde ondula y borbotea todo mi pasado, / se desmorona mi presente, / y mi futuro ya es polvo.” Lucio, el alucinado, está confeso. El hombre que escribe cuenta la historia de un hombre que muere desdoblado en otro.
Aquí está su espectro. ~
(Ciudad de México, 1975) es autora, entre otros, de El animal sobre la piedra (Almadía, 2000) y El beso de la liebre (Alfaguara, 2012). En 2022 obtuvo el Premio de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz por su novela más reciente, Isla partida (Almadía, 2021).