LA LENGUA COMO ARMAVictor Klemperer, LTI. La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo, traducción de Adan Kovacsics, Editorial Minúscula, Barcelona, 2001, 410 pp."¿Por qué estuvo usted en la cárcel?", le preguntó en una ocasión a una refugiada berlinesa el filólogo judío Victor Klemperer, que luego se haría famoso por su célebre y minucioso diario llevado a cabo durante el periodo funesto del nazismo. "Pues por ciertas palabras… (haber ofendido al Führer, los símbolos y las instituciones del Tercer Reich)", le responderá sencillamente la mujer. Es en ese momento cuando Klemperer, según escribe en su diario, por fin ve claro todo su arduo y solitario trabajo realizado en miles y miles de páginas escondidas, hasta el fin de la guerra, por una amiga, en un lugar seguro, a salvo de bombardeos: un hospital. "Escuchas con tus oídos y escuchas la vida cotidiana, precisamente la vida cotidiana, lo corriente, lo normal, lo carente de brillo y de heroísmo", dirá Klemperer de esa tarea a veces puesta en entredicho por su vana inutilidad en medio de un mundo que se caía a pedazos día tras día ("¿Cree que está viviendo algo tan extraordinario? ¿No sabe usted que miles de otros viven situaciones mil veces peores? ¿Y no cree usted que se encontrarán cantidades ingentes de historiadores para describir esto?").
Primo de uno de los más célebres directores de orquesta de su época, Otto Klemperer, que en 1946 sería el primer gran emigrado en regresar a Alemania, Victor Klemperer nació en 1881 en Landsberg, en la Prusia oriental, ciudad hoy polaca con el nombre de Gorzow Wielkopolski. Especialista en la literatura francesa del siglo XVIII, se doctoró en Munich con una tesis sobre Montesquieu, y tras combatir en la Primera Guerra Mundial como voluntario inició su carrera académica, aunque en 1935, después de toda una época de hostigamientos, se le obligó a dejar la cátedra de literatura francesa que ocupaba en la universidad de Dresde. Noveno hijo de una familia de religión judía originaria de Praga, hermano de un médico de prestigio, su padre era rabino en Berlín, en el seno de una comunidad que abogaba por un judaísmo reformado y progresista. Judíos asimilados, ya que tanto él como sus hermanos habrían abrazado la religión protestante. Victor, casado con una valerosa mujer "aria" que se negaría a abandonarlo y soportaría todo tipo de humillaciones, no emigraría de Alemania. Gracias a ese matrimonio se salvó de la deportación y trabajó como obrero en una fábrica durante toda la guerra. Allí, una vez expulsado de su casa y "golpeado" con la prohibición de utilizar la biblioteca, es decir, privado de la posibilidad de seguir trabajando en sus estudios de la Ilustración, se puso a hacer lo que sabía: observar, anotar y escuchar "cómo charlaban los trabajadores en la fábrica y cómo hablaban las bestias de la Gestapo y cómo nos expresábamos en nuestro jardín zoológico lleno de jaulas de judíos". Es decir, decidiría dedicarse de lleno, las 24 carcelarias horas del día, a lo que sin saberlo entonces sería la obra de su vida: un análisis filológico y pormenorizado del lenguaje de los nazis ("la palabra aislada permite de pronto vislumbrar el pensamiento de una época, el pensamiento general en que se inserta el pensamiento del individuo, por el que es influido y tal vez dirigido"). Ya lo dijo George Steiner en ese memorable ensayo (Lenguaje y silencio) sobre el poder y a la vez la muerte del lenguaje en los periodos más oscuros de la historia, como fue la época nazi. Ese momento de salvajismo e "histeria latente" en que únicamente reinan la retórica y la pura jerga ("el ámbito privado desaparece, todo es discurso, todo es público, todo es invocación", dirá Klemperer) cuando "las palabras se vuelven más y más ambiguas": "Los nuevos lingüistas afirmaba Steiner estaban siempre preparados para hacer del idioma alemán un arma política más absoluta y efectiva que cualquier otra conocida por la historia, para degradar la dignidad del habla humana y reducirla al nivel del aullido de lobos". Así explicó también el poder maléfico de ese "aullido de lobos" Ernst Weiss, el amigo de Kafka, que se suicidó en 1940 a la entrada de los nazis en París, en su magnífica novela póstuma El testigo ocular (1963): "Él hablaba y yo sucumbía. Con su palabra nos aplastaba a todos, a los inteligentes y a los tontos, a los hombres y a las mujeres, a viejos y a jóvenes".
Retomando su puesto en la universidad tras la guerra, Klemperer decidió quedarse en Dresde, en la zona de ocupación soviética, y aunque en 1933, a la llegada de Hitler al poder, aún fuera un decidido anticomunista, en 1945 se adhirió al Partido Comunista, llegando a ser diputado de la RDA de 1953 a 1957, convencido de que era la única organización política que le había plantado cara claramente al nazismo. En 1947 publicaría allí mismo una cumbre literaria, que mezclaba prodigiosamente lo privado y lo histórico, el análisis de una época y la multitud de específicas alusiones, presiones y agresiones ejercidas sin descanso sobre la vida cotidiana, que llevaba por título LTI (Lingua Tertii Imperii). Apuntes de un filólogo, es decir, la parte de sus monumentales diarios que él creía fundamental y que trataba precisamente de eso, de una lengua infernal y de un firme plan de combate y propaganda trazado y llevado a diario virulentamente por el Tercer Reich: "el lenguaje del fanatismo de masas". El resto, así como su biografía Curriculum vitae, aparecerían en 1995, 35 años después de su muerte acaecida en 1960. Él, que nunca quiso verse como exclusivamente judío, que era un defensor de la cultura como anuladora de la idea de nacionalidades y de místicos particularismos reductores, se quejará muchas veces en sus diarios precisamente de eso, de esa tarea ingrata y supletoria que el nazismo una y otra vez le forzará a realizar a pesar de él: la reflexión sobre su propia raza perseguida ("Así, he vuelto, a pesar de todo, al tema judío. ¿Es culpa mía? No, es culpa del nazismo, única y exclusivamente culpa suya"). –