En enero se cumplieron cien años del nacimiento del poeta, escultor y sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal (1925-2020). Fundación Banco Santander, a través de su Colección Obra Fundamental, ha reunido en Prosas dispersas cincuenta textos de no ficción –la mayoría de ellos inéditos– y un cuento, “El sueco”.
El volumen va acompañado de nueve piezas sonoras del artista Niño de Elche. Luce López-Baralt, escritora, catedrática de literatura española y árabe en la Universidad de Puerto Rico y amiga del poeta, prologa esta edición, y Juan Carlos Moreno Arrones, investigador del Instituto Cervantes en Pekín, introduce el volumen.
Prosas dispersas ofrece breves ensayos, crónicas y textos autobiográficos inéditos que invitan a profundizar en la relación entre la ciencia y el espíritu, lo místico y lo cósmico, la literatura y la cultura. Incluye semblanzas de Lao Tse, Heráclito o el mentor de Cardenal, Thomas Mertony, así como de Rubén Darío, Neruda, Rivas o Urtecho, sin olvidar la utopía que intentó llevar a cabo en la comunidad de Solentiname.
Nacido en una familia conservadora, Ernesto Cardenal se unió a la teología de la liberación. “La paradoja es que, de 1966 a 1979, este poeta y hombre de la Iglesia, retoño de una gran familia conservadora y devenido miembro del fsln, movilizó aureolas por completo tradicionales: el prestigio del poeta en la patria de Rubén Darío, el del cura en un país eminentemente católico y la pertenencia a los mejores medios sociales para legitimar la acción revolucionaria, subrayando la convergencia entre cristianismo y marxismo”, escribió Gilles Bataillon.
Participó en la Revolución sandinista y fue ministro de Cultura entre 1979 y 1987, pero acabó abjurando del movimiento. En palabras de Bataillon, como “uno de los grandes poetas-teólogos del siglo”, “denunció a estos nuevos faraones”, el gobierno Ortega-Murillo. Fue amonestado y suspendido en su ministerio por el papa Juan Pablo II y readmitido por el actual papa Francisco.
Cardenal definía su poesía como “objetiva, narrativa, anecdótica. Hecha con los elementos de la vida real y con cosas concretas, con nombres propios y detalles precisos y datos exactos y cifras y hechos y dichos”. Para José Miguel Oviedo, escribía una “poesía de lo real, un desprendimiento verbal del mundo objetivo […] Cardenal dice, no canta; expone, no compone”.
El crítico Cruz Flores ha destacado “la voz que desarrolló a partir de los años setenta, rica en discursos históricos, místicos y científicos, donde podemos encontrar una visión de Latinoamérica correspondiente al sueño de un continente unido e igualitario, decorada por una curiosidad incesante por el mundo natural y por una forma de escribir que bordeaba lo documental, lo narrativo y lo periodístico”. Para él, “por su forma de escapar del ‘Yo’, de apelar a una unicidad de origen tan político como místico, considero que Ernesto Cardenal es el último latinoamericano en cuya poesía se puede decir con toda seguridad que Dios existe”.
Además de esa especie de autobiografía intelectual a través de sus mentores, en estas Prosas dispersas figuran algunas de las preocupaciones centrales de Cardenal, como los derechos de los pueblos indígenas o nuestra relación con la naturaleza: “Se ha privatizado la Tierra prometida”, escribía.
No estaba exento de humor. Un ejemplo es su célebre poema “Me contaron”: “Me contaron que estabas enamorada de otro / y entonces me fui a mi cuarto / y escribí este artículo contra el gobierno / por el que estoy preso.” Ese sentido de la paradoja aparece en otro de los textos del volumen:
El hombre es un animal que aprende. La ostra de hace cincuenta millones de años es la misma de los restaurantes. Pero nuestra revolución es aprender. No es una evolución biológica sino cultural. Pasamos de ser monos en los árboles a hacer rascacielos.
Los insectos no inventan cosas nuevas. Las hormigas están bien organizadas pero no aprenden. El lenguaje de las abejas tiene millones de años, pero entre nosotros ya nadie sabe hablar sumerio. ~