Entre las noticias del Afganistán de los talibán que llegaban a los medios de información de Occidente la más significativa de las cuales en el plano sociocultural fue, como se recordará, la destrucción de los budas gigantes de Bamiyán en marzo de 2001, hubo una que no podía menos que llamar poderosamente la atención: se prohibía a los niños afganos volar cometas. El hombre culto medio (no el arabista ni el experto en historia de las religiones, tal vez) de Europa o de América se preguntaba qué clase de principios religiosos obligaba a reprimir una actividad tan ligada al mundo de la infancia, es decir, cómo podía tan inocente ocupación atentar contra la doctrina del Islam. La respuesta a tal interrogante y a otros más trascendentales de orden histórico y político puede ser ahora leída en un libro llamado a ser una de las referencias críticas a mi juicio más valiosas acerca de los problemas relacionados con el sentido actual del Islam y su papel en el mundo contemporáneo. Me refiero al ensayo La enfermedad del Islam, debido al poeta y ensayista tunecino Abdelwahab Meddeb (1946), director de la prestigiosa revista internacional Dédale y profesor universitario en Francia. La prohibición aludida en el Afganistán de los talibanes, y otras más graves, obedecen a lo que Meddeb llama la “reislamización” sufrida por el Islam en fechas recientes, una de cuyas consecuencias es “la transformación del cuerpo social respecto a su relación con el placer y la capacidad de disfrutar. La sociedad islámica ha pasado de una tradición hedonista, basada en el amor por la vida, a una realidad pudibunda, plagada de odio a la sensualidad”.
Esa imagen de una religión triste, represiva, oscurantista, resentida, que hoy se asocia de manera casi inevitable al Islam no es sino uno de las mutaciones o versiones que experimenta en el momento presente una tradición extraordinariamente rica y compleja y que apenas tiene nada que ver con sus manifestaciones actuales más visibles. El libro de Meddeb trata de explicar las causas de esa poco sutil metamorfosis y acercarse a sus raíces históricas. Más allá de esas explicaciones y de todos los argumentos que el autor maneja para hacernos ver la realidad problemática del Islam actual, yo diría que el punto esencial sobre el que giran las reflexiones de este libro (excelentemente traducido, digamos de paso) no es otro que la transformación sufrida hoy por unos valores religiosos en buena parte traicionados por gente ignorante de su propia civilización.
El libro se divide en cuatro apartados más un apéndice dedicado a los acontecimientos ocurridos recientemente en Irak. El primer apartado, “El Islam desconsolado”, es tal vez uno de los más interesantes, pues sienta la base de la reflexión y, al mismo tiempo, señala ya la fundamentación “comparatista” del pensamiento de Meddeb: “Si el fanatismo fue la enfermedad del catolicismo, y el nazismo la enfermedad de Alemania, no hay duda de que el integrismo es la enfermedad del Islam”, leemos en una de las primeras páginas del libro. A lo largo de éstas, el empeño de Meddeb es hacer ver que en esa enfermedad hay tanto causas internas como externas. Algunas de las causas internas han quedado ya apuntadas. Las externas pueden tal vez sintetizarse en una sola: el confinamiento del Islam al “estatuto del excluido” que practica Occidente. Pero una interpretación de estos problemas debe empezar por un repaso de la historia misma del Islam, y es lo que hace el autor, subrayando la presencia, en el pasado de los musulmanes, tanto de una “gran aventura científica” iniciada en Bagdad en el siglo IX (y que duró hasta el XVI), cuanto de importantes figuras literarias como el sirio Abu Tammam (806-845), comparable a Mallarmé, o el árabo-persa Abu Nuwás (762-c. 813), que hace pensar en Baudelaire; no hablemos ya de la técnica, las artes, la filosofía: de Avicena y Averroes a Surawardi e Ibn Arabí, es tal la pujanza de la cultura islámica que puede decirse que, hasta el siglo XVII, Europa y el Islam tenían una producción parejamente valiosa. En Averroes se encuentra incluso una defensa de la mujer (por influjo de Aristóteles) que contrasta vivamente con la situación actual de la mujer en varios países musulmanes.
Pero en esa historia hay también personalidades y obras que contradicen el fondo afirmativo de la vida, el placer y el avance cultural y científico característico del Islam de los siglos XI, XII y XIII. Se refiere Meddeb a figuras como la de, entre otros, el teólogo sirio Ibn Taymiya (m. 1328), o la de Mohamed Ibn al-Wahab (1703-1792), fundador del wahabismo, o, más recientemente, Hasan al-Banna (1906-1949), para los cuales los castigos corporales, el combate contra el infiel (yihad), el antioccidentalismo, etcétera, ofrecen la otra cara de aquel espíritu afirmativo. Ellos formularon los “discursos elementales”, agresivos, dogmáticos, que digámoslo con las expresivas palabras de Meddeb hoy “escuchan y acogen los ávidos oídos de unos semiletrados minados por el resentimiento”. Son los integristas. Frente a la gran tradición espiritual islámica, frente al legado extraordinario que dejaron Averroes y los sufíes, esos “discursos elementales” y sus traducciones actuales en el orden político, social y cultural han adquirido un primer plano. El caso es que los integristas no sólo han formulado preceptos hoy adoptados por el Islam oficial sino que también transmiten a Occidente una lamentable imagen de la cultura y la entera realidad musulmanas. Pero Occidente, recuérdese, tiene en esa situación su parte de responsabilidad.
El integrismo, en suma, es una caricatura una “sublimación” del Islam, una penosa simplificación. Simplificadora es también, evidentemente, la “americanización del mundo”, a la que tanto se parece en su visión esquemática de las cosas y de la cual es, en más de un sentido, una consecuencia política, habida cuenta del comportamiento de los EE.UU. en los países musulmanes y su actitud ante el conflicto árabe-israelí. No niega Meddeb que la “enfermedad del Islam” ha existido a lo largo de su historia y que existe hoy; pero subraya que esa enfermedad no es el Islam, es decir, que no pueden ni deben ser confundidos. Está claro que, en la solución del difícil conflicto en que se halla hoy sumido el Islam, además de la necesidad de la afirmación del pluralismo y la tolerancia por parte de los propios musulmanes, es preciso que Occidente cambie de actitud ante una realidad religiosa y cultural que tiene y seguirá teniendo una importancia extraordinaria en la situación política contemporánea. Se hace evidente, en efecto, que, como subrayaba hace poco la ensayista marroquí Fatima Mernissi, el Islam debe perder el “miedo a la modernidad”, es decir, impugnar desde su seno mismo la idea según la cual no hay compatibilidad entre Islam y democracia (Meddeb subraya que, de hecho, la historia misma del Islam desmiente el dogma de la consustancialidad de lo religioso y lo político). Pero se hace no menos evidente que Occidente debe desterrar la islamofobia que caracteriza de manera consciente o inconsciente muchas de sus actitudes. Meddeb cita el caso de Goethe, autor del hermoso Diván occidental-oriental, y también al Aragon de Le fou d’Elsa, basado en el tema árabe de la “locura de amor”, que tantas versiones ha tenido en la literatura y las artes occidentales.
En las “crónicas de guerra” que cierran el libro desea ofrecer Meddeb un remate fundado en la más viva actualidad: la invasión de Irak. Pero se trata de una herida por la que aún mana mucha sangre. Por lúcidos que sean, como lo son, los análisis del autor, toda conclusión es aquí excesivamente provisional. –
(Santa Brígida, Gran Canaria, 1952) es poeta y traductor. Ha publicado recientemente La sombra y la apariencia (Tusquets, 2010) y Cuaderno de las islas (Lumen, 2011).