Orgullo y vergüenza de Alemania
Norbert Elias, Los alemanes, Instituto José María Luis Mora, México, 1999, 499 pp.La idea de que las naciones poseen un temperamento, un carácter, un espíritu o en sentido estricto una personalidad, se ha vuelto rancia en las últimas décadas. Sin embargo, en el siglo XIX estaba muy difundida esa analogía entre los humores hipocráticos y las naciones europeas que produjo tantos lugares comunes sobre la "flema inglesa", la "melancolía francesa" o la "cólera española". Sobre todo, los tres grandes nacionalismos románticos, el francés, el italiano y el alemán, acumularon una gran cantidad de buena y mala literatura donde se concebía el "espíritu" nacional como la suma de vicios y virtudes de una criatura afectiva. El abandono de esos discursos, a mediados del siglo XX, fue una reacción intelectual contra la barbarie política que propiciaron los totalitarismos nacionalistas.
Alemania es el caso extremo de aquella desilusión del nacionalismo. La vergüenza del Holocausto, que Lukács, Arendt y Adorno interpretaron como un monstruo creado por los sueños de la razón nihilista y patriótica, inhibió la tendencia secular de la cultura alemana a pensarse a sí misma de un modo afirmativo. Así, en la segunda posguerra, la misma tradición que había nacido con Herder y Fichte, bajo la certidumbre de una grandeza, terminaba recluida en el pudor, temerosa de cualquier vehemencia y hasta condenada a la parálisis, como expiación de una culpa metafísica y política, en aquella pregunta de Adorno: ¿es posible escribir poesía después de Auschwitz, sin caer en una estetización del horror? La propia empresa literaria de Günter Grass, signada por un rescate de la lengua, era testimonio del malestar de una gran cultura.
Muy pocos historiadores y sociólogos se atrevieron, entonces, a confrontar el tema de la nación alemana. Uno de ellos fue Norbert Elias, intelectual judío-polaco que se inició en los estudios sociales con Max Weber y Karl Mannheim, en Friburgo y Heidelberg, y que emigró a Inglaterra tras el triunfo de Hitler en 1933. A fines de los setenta Elias regresó a Alemania, donde trabajó en el Instituto de Investigaciones Interdisciplinarias de la Universidad de Bielefeld y escribió una serie de estudios sobre el esplendor y colapso de la civilización alemana, entre la Prusia guillermina y la catástrofe del nacionalsocialismo. Esos apuntes, más otros redactados en Leicester a principios de los sesenta, y que versan fundamentalmente sobre la difícil asimilación de la barbarie hitleriana en la República Federal Alemana, integran el libro Los alemanes, que el Instituto Mora ofrece al lector mexicano.
El punto de partida de Elias requiere de cierta intrepidez en una atmósfera refractaria a los nacionalismos: "el orgullo nacional dice es y seguirá siendo un punto neurálgico en la formación de la personalidad de los individuos, aun en los países más poderosos". Pero por "orgullo nacional" no se entiende aquí una mera pasión inveterada o irracional, sino una construcción cultural colectiva que puede oscilar entre fases eufóricas y depresivas con asombrosa naturalidad. Elias piensa que los traumas de una historia nacional, asumidos de manera transparente o turbia, moldean la autopercepción de los ciudadanos y el sentido de su pertenencia a la comunidad. Hay, pues, un "estrato del nosotros" que se alimenta de aquellas imágenes del pasado nacional que han sido codificadas por la cultura. De ahí que la tarea del historiador sea "analizar cómo influye el destino de un pueblo a lo largo de los siglos en el carácter de los individuos que lo conforman".
Aunque en la introducción, escrita a los 87 años, Norbert Elias asocia su empresa con la de Freud y alude al deseo de "elevar al plano de la conciencia" los complejos y las perturbaciones de la "personalidad alemana", tengo la impresión de que su camino es opuesto al del psicoanálisis histórico. Para él no se trata tanto de describir cómo una psicología colectiva se manifiesta en la historia, sino de observar cómo la historia de un país afecta el comportamiento de sus habitantes. Esta intelección histórica de algo tan difuso como el "carácter" o el "orgullo" nacional, semejante, acaso, a la que, desde una perspectiva más demográfica que sociológica, realizara Fernand Braudel en La identidad de Francia, es, a mi juicio, la gran aventura del saber que no pudo concluir el historiador y sociólogo Norbert Elias.
La mejor puesta en escena de este análisis es el estudio sobre la gravitación de la violencia en la cultura alemana. Siguiendo el hilo conductor de sus libros La sociedad cortesana (1982) y El proceso de civilización (1987), Elias descubre que la tardía formación de una burguesía alemana, constructora del Estado nacional, asegura la preeminencia, todavía a fines del siglo XIX, de una aristocracia, cuyas costumbres y rituales provienen de la tradición cortesana medieval. Así, por ejemplo, de 1871 a 1918, es decir, durante el Segundo Reich de Bismarck y los imperios guillerminos, el enlace entre la nobleza y el ejército da lugar a una élite que practica un riguroso código de honor, fundado en la contención y la formalidad, el duelo y la reverencia. Esa "sociedad de satisfacción del honor", encabezada por una aristocracia militar, propagó normas jerárquicas de comportamiento que se verían alteradas durante la República de Weimar y que, en cierto modo, experimentarían más tarde una revancha con el nazismo.
Leyendo Los alemanes se tiene la impresión de que, por momentos, Norbert Elias desglosa históricamente las notas de Nietzsche sobre el impulso irrefrenable de una "voluntad de dominio" y los pasajes de Jünger sobre el arquetipo del Guerrero. Esta propensión autoritaria no sólo funcionaba en el plano individual por medio del código de honor, sino que se manifestaba, también, en la tensa vecindad de Alemania con los Países Bajos, las naciones eslavas y el borde latino de Alsacia y Lorena, que presidía la conflictiva frontera con Francia. Justo ahí, en la proyección de costumbres autoritarias al nivel étnico de una cultura, se fraguaba el "asalto a la razón" que implicó el triunfo del nacionalsocialismo en 1933. Hitler y el Holocausto son, se-gún Elias, buenos ejemplos de cómo un nacionalismo étnico puede transitar, en el lapso de un siglo, de la más refinada civilización a la más monstruosa barbarie.
El último ensayo de Los alemanes, titulado "Reflexiones acerca de la República Federal Alemana", merece un comentario particular. Escrito, naturalmente, antes de la caída del Muro de Berlín, el texto es una profecía de la reunificación y sus inevitables fricciones. Pero incluso en esa fase próspera y estable de la historia alemana, cuando se avanza en la normalización del trauma del Tercer Reich, sobreviven los monopolios de la violencia a través del terrorismo. Elias advierte que la polarización ideológica que vivía la Alemania occidental en los años sesenta y setenta creaba un momento análogo a la República de Weimar. En ambos casos, los alemanes debieron reponerse de una derrota frente a sus principales vecinos europeos. Sólo que ahora no se trataba de asimilar la pérdida de una grandeza, sino de asumir el estigma de un crimen.
Todavía en 1985 Norbert Elias lamentaba que el "milagro económico" de Alemania Federal encubriera un debate público sobre la reformulación de la identidad nacional después del nazismo. Sentía que el tabú en torno a la barbarie hitleriana obstaculizaba un elemento sustancial del proceso civilizatorio: la autoconciencia de una nación como comunidad de destino. La muerte del sociólogo e historiador en 1990 le impidió calibrar las políticas de la memoria que se desatarían con la reunificación. Tal vez hoy Norbert Elias hubiera admitido que esta nueva Alemania supo incrustar en la vergüenza perpetua del Holo-causto el orgullo de una reconstrucción democrática. –
(Santa Clara, Cuba, 1965) es historiador y crรญtico literario.