Al inicio del semestre, en la primera clase de astronomía general que imparto, pido a los alumnos que piensen que son habitantes de Venus, es decir, que viven en un planeta donde siempre está nublado. Deben imaginar que construyen una sonda, que la colocan más allá de la gruesa atmósfera que rodea a su mundo y que la cámara de su delicado instrumento toma las primeras imágenes del cielo de Venus. Distribuyo las supuestas fotos –en realidad, imágenes del cielo nocturno terrestre tomadas con poderosos telescopios– y les indico que me señalen lo que descubren. Sus aportes deben basarse en lo que observan, como si fuese la primera vez que voltearan hacia el cielo durante una noche despejada. Después de mirar asombrados las imágenes, y una vez que se dan valor para opinar, se dan cuenta de que ignoran qué son esos puntitos luminosos tan abundantes y distribuidos de cualquier manera; lo mismo sucede con las nubes brillantes y opacas y con las galaxias. Tampoco pueden estimar, ni siquiera de manera muy burda, la distancia que hay hasta los astros ni la forma del espacio exterior; desconocen los movimientos de los objetos y no tienen la menor idea de cuándo y cómo se formaron; tampoco logran predecir su futuro con sólo mirarlos.
Estas mismas inquietudes, supongo, fueron las que llevaron al novelista, ensayista y pensador político Arthur Koestler (Budapest, 1905-Londres, 1983) a escribir Los sonámbulos /Origen y desarrollo de la cosmología, un libro de historia que narra las diversas ideas que emergieron en el mundo occidental sobre el origen y la evolución del universo. La obra inicia con los griegos de la antigüedad y concluye con Galileo. Presupone que el lector es una persona culta y que posee un conocimiento previo de la ciencia moderna. Describe la vida de los grandes investigadores que vivieron cuando se estudiaba el cielo sólo a simple vista y la manera en que sus mentes buscaron explicarse lo que admiraban. El único de sus actores que empleó un telescopio fue Galileo; y en el capítulo dedicado a él se comparan las conjeturas con las observaciones y se estudia la crisis que estas últimas acarrean, puesto que la disciplina moderna de la ciencia, que inició con Galileo, se opone a una gran cantidad de dogmas.
Este libro nos invita a revisar la forma en que se explicaban antes, de maneras muy ingeniosas y elaboradas, los fenómenos naturales. Un ejemplo es el de la redondez de la Tierra y la imposibilidad de que hubiese habitantes en las antípodas. Se conjeturaba que no podían existir seres del otro lado del mundo porque la lluvia no caería hacia la Tierra sino hacia el cielo, donde Dios había separado las aguas hasta crear un universo con forma de paralelepípedo. Hoy en día los niños, a pesar del trabajo que les cuesta ir en contra de su intuición, tienen que aprender que la Tierra no sólo es esférica sino móvil, pues el avance vertiginoso de la ciencia nos ha permitido corroborarlo con innumerables experimentos. La Tierra, así como muchos astros, es esférica porque la fuerza de gravedad es una fuerza central y atrae las aguas hacia su centro; nuestro mundo se mueve en torno al Sol porque de otro modo caería sobre él o se alejaría por siempre de su fuente de luz y calor.
Por otra parte, el libro desacraliza a los científicos. Aun cuando los presenta como seres de mentes y voluntades extraordinarias, habla de sus temperamentos, de sus crisis de mal humor, de los prejuicios que les impidieron ver un poco más allá. Debo confesar que cuando yo imparto clases presento a estos investigadores como los “niños héroes” de la ciencia; por lo mismo, al leer Los sonámbulos sentí que algunos de los detalles referidos eran demasiado íntimos. Comprendo, sin embargo, que para el historiador no hay nada más importante que los documentos; y, por ejemplo, sólo se conservan unas cuantas cartas del párroco Copérnico, la mayoría de ellas relacionadas con un caso privado.
El volumen de Koestler nos hace percibir la lentitud con que avanza la ciencia respecto de la vida de un ser humano y cómo cada investigador aporta menos de lo esperado al acervo perdurable de la ciencia. También pone de relieve el hecho de que pensamos porque otros han pensado antes que nosotros y que aprendemos más mientras más sabemos y más acceso a la información tenemos. Relata, además, cómo muchas veces el avance de la ciencia se debe a ideas que flotan en el ambiente de la época, que se discuten en tertulias y que, sin embargo, pasan a la historia como el aporte de una sola persona. Este es el caso de las contribuciones de Copérnico sobre la posición del Sol y del resto de los planetas en el sistema solar. Resulta muy interesante, por otra parte, la sección dedicada al astrónomo danés Tycho Brahe, el primero en darse cuenta de que sin observaciones precisas no se podían avanzar teorías físicas sustentables y aún menos predecir acontecimientos astronómicos como eclipses, lunas llenas, etcétera.
Qué lástima que Koestler no escribió su libro en este nuevo siglo, pues hubiera sido fascinante conocer con tanta meticulosidad las vicisitudes de los astrofísicos contemporáneos. Hoy la astronomía de Galileo, en la que el Sol permanece quieto, ha sido reemplazada por otra donde todos los soles se desplazan dentro de sus galaxias, y estas crecen conforme se fusionan. Ahora sabemos que las estrellas cercanas similares al Sol muestran vestigios de formación planetaria, y estudiamos la materia más abundante del cosmos: la materia oscura, que, como no interactúa con la luz, sólo podemos inferir por la manera en que su fuerza de gravedad interactúa con los objetos visibles. Sabemos que lo que más abunda en el universo es la energía oscura, encargada de acelerar al universo para evitar que todo se caiga sobre sí mismo y tan abundante que nuestro cosmos es sólo parte del megaverso, conjunto de universos paralelos.
Sin embargo, por más que haya avanzado el conocimiento, nos encontramos todavía con las preguntas fundamentales que trataron de contestar los protagonistas de Los sonámbulos y mis alumnos de astronomía, equipados sólo con su imaginación y unas cuantas observaciones: ¿Qué tipo de universo precedió al nuestro? ¿Cómo son los demás universos? ¿Qué son la materia y la energía oscura?
El próximo año será el Año Internacional de la Astronomía, en honor a Galileo. Así que si se quiere profundizar en la vida y en los motivos que condujeron a los seres humanos a explorar el firmamento con tanto ahínco, es un buen momento para leer Los sonámbulos. Si lo hacen, les sugiero que traten de ponerse en el lugar de cada uno de los pensadores que abordaron con curiosidad y escasa información el universo, y se pregunten por qué cometieron los errores de interpretación que cometieron y cómo a pesar de ello construyeron los cimientos de la ciencia moderna. ~
Julieta Fierro recuerda el influjo liberador que la lucha de Martin Luther King tuvo en México, y reflexiona sobre la condición de la mujer en la actualidad.