El lugar del zapato
Juan José Millás, No mires debajo de la cama, Alfaguara, Madrid, 1999.
La primera novela de Juan José Millás, Cerbero son las sombras, aparece en 1975, coincidiendo pues con el derrumbe de la inmortalidad del general Franco. Este mismo año se publica una serie de novelas que muestran las variadas direcciones de la narrativa española de la década: Oficio de tinieblas de Camilo José Cela, La saga-fuga de J. B. de Gonzalo Torrente Ballester, Juan Sin Tierra de Juan Goytisolo, Si te dicen que caí de Juan Marsé, La otra casa de Mazón de Juan Benet, Recuento de Luis Goytisolo, La verdad del caso Savolta de Eduardo Mendoza, Yo maté a Kennedy, de Manuel Vázquez Montalbán, Las lecciones de Jena de Félix de Azúa, Travesía del horizonte de Javier Marías, El mercurio de José María Guelbenzu o Cuando 900 mach aprox de Mariano Antolín Rato.
Distintas direcciones que sin embargo coinciden en algo fundamental: el alejamiento de la tradición realista decimonónica y del realismo social de algunos de sus contemporáneos hoy, con excepciones notables como la de Ignacio Aldecoa, justamente olvidados. La diferencia entre los autores ya consagrados y los que surgen con la década es que los primeros modifican radicalmente la dirección realista incluso por el camino del experimentalismo, como ocurre con Cela y con Juan Goytisolo, mientras que los nuevos escritores buscan, por un lado, capas más profundas de la realidad, y por el otro son más sensibles a las nuevas propuestas culturales: una contracultura hasta ahora considerada como subcultura, coincidiendo en este sentido con las propuestas de la onda mexicana, aunque llegando, como en el caso de Mariano Antolín Rato, mucho más lejos.
El grupo más interesante de escritores es, a mi juicio, el que revela los aspectos más desconcertantes y absurdos de la realidad cotidiana, sea a través del pensamiento incesante, como Javier Marías, del verbo incesante, como Álvaro Pombo, de la imaginación perturbadora y perturbada, como Enrique Vila-Matas, o de la percepción obsesiva, como Justo Navarro y, sobre todo, Juan José Millás. Aquí están los nombres que de forma más original, descabellada, intensa, profunda y divertida han modernizado a nuestra literatura, atenta a la sociedad más que a lo social, a las experiencias de personajes excepcionales en su mediocridad más que a su ideología o a su heroísmo, identificados como individuos en un sector de la sociedad más que como parte de una identidad nacional.
Juan José Millás nació en Valencia en 1946, aunque vive en Madrid desde niño. Como Javier Marías, el Madrid de su barrio tiene una presencia dominante. No el barrio como grupo social, genialmente retratado por Juan Marsé, sino el de individuos fragmentados, que rechazan y tratan de recuperar su pasado, la identidad familiar o la identidad de pareja, ansiosos de encontrar la soledad y condenados a ella. Seres a los que vemos buscando, persiguiendo y huyendo en unas calles muy localizables del plano de Madrid, y que se refugian en sus casas que son también laberintos donde se oculta la catástrofe, espacios donde se acumulan los objetos que adquieren vida humana de la misma forma que las partes del cuerpo sufren y al mismo tiempo se cosifican, definen su identidad y al mismo tiempo pierden la relación con las otras partes del cuerpo. La pérdida de la identidad y la serie de coincidencias que apuntan a una unidad o revelan fatalísticamente sus fragmentos son los aspectos más destacados de esta escritura.
En Cerbero son las sombras encontramos el germen de esta escritura. A partir de Visión del ahogado ya no puede hablarse de novelas mejores o peores, de un avance o de un retroceso. Como en Marías a partir de El hombre sentimental, como tantos aspectos de la escritura de Pombo, como los espacios imaginarios de Vila-Matas que siempre conducen a una Barcelona que de tan real acaba por confundirse con la invención, nos encontramos en un territorio o ante un tablero en el que la disposición de las piezas no indica evolución sino estrategia y cambios de disposición. Nada hay más familiar que una novela de Juan José Millás. Nada, al mismo tiempo, tan lleno de sorpresas, de tensión, de acontecimientos insólitos, de situaciones absurdas que van tejiendo una lógica implacable: la lógica del caos, la nostalgia de la unidad perdida, la necesidad de vivir catastrófica, apocalípticamente.
En casi todas las novelas de Millás se parte de relaciones humanas en crisis, pero también de la relación con la casa, con la calle y con los objetos. Estas relaciones suelen estar condicionadas por una agudización de la percepción provocada por la fiebre o por estados de ánimo que pueden bordear la locura. La locura de unos individuos que es expresión de la locura universal y que, por ser universal, es trágica pero también grotesca y divertida.
Las novelas de Millás suelen ser, por la acumulación de coincidencias y desencuentros, complejas. Este grado de complejidad se acentúa en su penúltima novela, El orden alfabético, aleph y torre de babel, gran enciclopedia del desorden y de la nostalgia del orden. La gran novedad de No mires debajo de la cama es que esta compleja red de relaciones se concentra en unas pocas personas, en unos pocos capítulos, en unos objetos que tienen una presencia dominante.
El primer capítulo está ocupado por la juez Elena Rincón, una mujer de unos 35 años que tiene una relación sexual con un médico forense siempre dispuesto a "hacerle una autopsia". El padre de Elena murió hace poco y ella ha encontrado una vía de comunicación con él a través del teléfono: junto a la voz de ultratumba del contestador le parece oír asimismo la respiración de los muebles de la casa. Pero en su relación con el forense no hay futuro, o sólo este futuro en ruinas al que parecen condenados todos, y ha perdido también su vínculo con el pasado. Pero algo nuevo parece anunciarse en la vida de Elena: viajando en el metro verá a una mujer unos cinco años más joven que ella que se le aparece como "un ángel sin alas, una diosa".
Mientras en la pantalla de su televisión vemos el rescoldo de la realidad sin brasas, ella inicia un recorrido por la otra realidad, la realidad "cortazariana", a través de la red del metro. El único vínculo que le une a esa mujer misteriosa es el libro que estaba leyendo y que ella consigue en una librería: No mires debajo de la cama. Pero también se insinúan otras relaciones como la vida de los muebles, la vida debajo de la cama o la naturaleza de los zapatos, metáfora de la naturaleza humana, hecha de unidades independientes que buscan con desesperación una pareja que les complete.
Del mismo modo que al penetrar por la boca del metro escuchamos "el zumbido de los viajeros que se comportaban dentro del vagón como moscas atrapadas en una caja de cristal", en el capítulo segundo entramos en la casa de Vicente Holgado y allí escuchamos las conversaciones de los zapatos y asistimos a su incesante actividad. Si el capítulo desconcierta al lector, más desconcertante es ir descubriendo que nos encontramos ante la clave metafórica del libro y ante la pieza que une los distintos niveles de la novela y establece la relación entre la novela que leemos, la novela que lee Elena Rincón, que la abre "como abriendo las puertas a otra dimensión" y la misma novela que en el capítulo tercero leerá Vicente Holgado para poder conciliar el sueño, aunque "en lugar de dormirme me caí dentro de ella", para penetrar en la pesadilla que acabamos de leer en el capítulo segundo. Aquí los zapatos cobran vida y se debaten entre la necesidad de afirmarse como individuos o la de formar pareja, la de vivir como viudos o divididos o como seres libres, como seres nostálgicos de un todo, adictos a la otra mitad, o como seres con una identidad propia.
La novela que ha estado leyendo Vicente pertenece a su compañera de lecho Teresa Albor, que es, precisamente, la misteriosa mujer que Elena encontró en el metro. Que encontró en el metro y que por otra cadena de coincidencias volverá a encontrar. Vicente mirará debajo de la cama y allí le espera la muerte. La encargada de levantar su cadáver será Elena. También el forense encontrará su muerte debajo de la cama, porque debajo de la cama o en los armarios se ocultan los monstruos tan temidos en nuestra infancia y que pertenecen, también como adultos, a nuestra realidad más profunda.
Juan José Millás ha sabido recrear el ambiente subterráneo de un barrio y el mundo misterioso del interior de las calles, ha creado situaciones enormemente divertidas, como la expedición de los zapatos al cementerio para acompañar al zapato viudo o, sobre todo, la visita de Vicente Holgado a la ferretería del padre de Teresa. Ha dado singular vida a los objetos, ha dotado a los seres vivos y a las cosas de una extraña dimensión: las bragas o pantaletas blancas de la madre de Holgado, las de Teresa y las de Elena, los pantalones agonizantes, los cepillos de dientes, las herramientas, las cucarachas, las ratas, los perros muertos, los monstruos, los calcetines, los zapatos, el Taller de Pies del callista Holgado y el Hospital del Calzado, la televisión donde "la realidad ardía con una furia desacostumbrada, como si anunciara su fin" y la relación entre novela, vida y sueño que anuncia un nuevo principio: el de esta novela de Millás tan llena de sugerencias que, por suerte, el crítico, ese aguafiestas de la literatura, no podrá agotar nunca. –