Poesía completa, de Rodolfo Hinostroza

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Sólo tres libros, más algunos poemas sueltos, componen la poesía completa de Rodolfo Hinostroza (Lima, 1941): Consejero del lobo (1965), Contra natura (1971) y Memorial de casa grande (2002). Los dos primeros, próximos en el tiempo y en la ideología, configuran una unidad, o, en todo caso, acreditan un parentesco, y bastan para considerar a Hinostroza uno de los grandes poetas hispanoamericanos de la segunda mitad del siglo pasado. El tercero, remoto en el lenguaje y en las preocupaciones, constituye una refutación de sus planteamientos anteriores, y resulta prescindible, sobre todo para un lector no peruano.

Consejero del lobo debate la relación problemática entre el yo y la realidad. Con un arranque airoso y juvenil, el libro no tarda en internarse en las trochas claroscuras del erotismo y la ebriedad. Los motivos nocturnos –como el canónico “Sol negro”–, metáfora de un pertinaz sentimiento de culpa, conviven con otros, de inspiración romántica, como el mar y las estrellas, expresión de la infinitud, pero también del ansia de libertad. Son muchas las referencias siderales, que traslucen el interés de Hinostroza por la astrología: “¡Oh y sus/ quejidos han subido hasta Orión y hasta las Pléyades/ y sus atroces sufrimientos han llenado los ríos/ de girándulas…” Entre alusiones planetarias y zodiacales, descuella el tópico de las esferas: su música, su platónico girar, su transparente plenitud. El lenguaje con el que se plasman los conflictos contenidos en el libro es siempre un lenguaje desarticulado y surreal, razonablemente alucinado, en el que se mezclan fulgores herméticos y puñetazos de sombra. La belleza es para Hinostroza una mediación entre lo visible y lo invisible: por eso menudean los sueños, que delimitan el espacio ideal para que se libre el combate entre lo imaginado y lo percibido. La violencia de la metáfora se corresponde con la violencia de lo metaforizado: un mundo urbano, caótico y delirante. Aun en los poemas más narrativos, hay incisiones irracionales, que revisten la forma de imágenes visionarias: “¡Ah, la palabra! ¿Y luego?/ ¿Cuando veamos que pesa tanto como un huevo de araña,/ que es un torpe arado resbalando sobre espejos/ desiertos, y que no modifica/ ni el ala de la libélula, ni el espanto iniciado en/ las Edades…” Consejero del lobo está sostenido por innumerables emparejamientos, pero los poemas mantienen siempre un gran dinamismo: la estructura no ahoga su fluidez. En este caudal de asociaciones alógicas, pero convulsamente emotivas, desagua asimismo un torrente intertextual, integrado por personajes míticos, religiosos o literarios, uno de los cuales abandera la fusión, tan hinostroziana, de la matemática y el absurdo: la Alicia de Lewis Carroll. La influencia de Saint-John Perse en el poemario, siempre subrayada por la crítica –junto a la de Pound, tan proclive a los poemas vastos y deshilachados, según Borges, tan amante de la turbamulta cultural–, se echa de ver en la recurrencia de algunos motivos, como el peregrinaje por el desierto, y en la épica del poema significativamente titulado “Crónica”: “El mundo es amargo como un largo/ Llanto/ Y nadie conduce los carros de bronces, y el mundo es/ Extraño/ Como un trono usurpado, y habremos de ahogar las/ Gorgoteantes bocas/ En las lagunas cínicas”. Esta multiplicidad elocutiva, este culturalismo centrífugo, sirve a un solo propósito: reflejar el tortuoso acomodo del yo en la realidad. En la obra de Hinostroza, el individuo se resiente del exceso de realidad, convertida en impetuosa fantasmagoría. La fragmentación, es más, la atomización del mundo, inducida por la mirada a un tiempo naïf y corrosiva del poeta, constituye su única defensa frente al encarnizamiento de lo real. Esta relación agónica ofrece un flanco colectivo: Hinostroza, que escribió Consejero del lobo durante su segundo viaje a Cuba, rechaza el realismo social y opta por un individualismo agraz, que no es ajeno al pacifismo hippy y a la rebeldía marcusiana. Pero su lenguaje no es nunca figurativo –lo que supondría un consentimiento implícito de aquello que se propone combatir–, sino saludablemente transgresor.

Contra natura, premio Maldoror de poesía otorgado por la editorial Seix Barral en 1970, prolonga –e intensifica– el debate entre el yo y la realidad; ahora, entre el yo y el poder, de cuya batalla es metáfora otra actividad cara al poeta: el ajedrez. El poemario es, de hecho, un tratado sobre la renuncia al poder y sobre el derrumbamiento de los sueños y las utopías. Del poder, corruptor de la Idea, hay que huir; y también de las causas, de los espejismos colectivos y sus atroces exigencias. Entre ecos de la guerra de Vietnam y de un hippismo que promueve el viaje, físico y espiritual, como liberación –y que nos lleva de París a Ibiza, de Londres a La Habana–; entre invocaciones búdicas y alusiones irónicas a los conflictos ideológicos de la época; entre citas de sus poetas queridos –Whitman, Vallejo, Perse– y exhortaciones a hacer el amor y no la guerra, Hinostroza reproduce la dispersión regeneradora de Consejero del lobo. Como ha escrito Guillermo Sucre, y nos recuerda Fernando de Diego, prologuista del volumen, la multiplicidad de su palabra constituye una crítica a la centralización del poder. De nuevo comparecen los rasgos vanguardistas: la videncia y ajenidad rimbaudianas, el desquiciamiento culturalista, el collage, la inclusión de versos enteros en otros idiomas, ahora radicalizados por una disposición tipográfica cercana a lo caligramático –y, en ocasiones, al dadaísmo visual–, que conjuga los sangrados y los signos de toda laya, por razones que explica el propio poeta en “4 proposiciones para Max Reithman”: “Los grafismos que a veces aparecen/ son notas de trabajo, pertenecen/ a lo que ocurre en el momento./ Si no llegan a concretarse en pensamientos,/ es porque no hay pensamiento exterior al proceso del cuadro”. Así pues, los poemas se geometrizan, se radicalizan en su hispidez enunciativa, adelgazan hasta que los conceptos devienen iconos. Su desarticulación también crece: plagados de aristas, son amasijos de cristales verbales, torbellinos fracturados. La lectura se endurece, hasta hacerse, en ocasiones, casi imposible: “AS & los genios del aire/ Entre Mailand Park Road & British Museum/ bogando bogando/ Inconformistas s. XIX/ emanación periódica de una “planète trouble” /Urano// 19o Acuario/ la onda cálida de las revoluciones/ Liberté Egalité Fraternité…”, leemos en “Horóscopo de Karl Marx”. Otra vez encontramos la explicación de la ruptura lingüística en los propios versos de Hinostroza: en “Hommage à Vasarely”, el poeta afirma luchar “contra el significado en el seno del significado”. Hinostroza quiebra las palabras –burlando su encadenamiento sintáctico, su causalidad lógica y hasta su morfología– para quebrar las relaciones de poder que las palabras transcriben, pero no lo hace oponiéndoles otras relaciones de poder, es decir, otras palabras, sino deshaciéndolas por implosión: subvirtiendo su sentido, arrancándolas de su contexto y su raíz, troceándolas, aislándolas.

Tras un silencio de más de treinta años, Memorial de casa grande se aparta de la experimentación lingüística y de la ideología libertaria que revelan sus dos primeros poemarios, nacidos en el contexto de la guerra fría y de la marea contracultural, y dibuja una autobiografía lírica –mediante largos relatos protagonizados por la familia Hinostroza–, que es, en realidad, una metáfora de la identidad peruana. El libro, narrativo, sucesivo, ordenado, es de un figurativismo descorazonador; en “Con el Sol en los órganos” condesciende incluso al endecasílabo y al alejandrino. Su búsqueda de lo real –una pretensión de la que Hinostroza nunca ha abjurado– lo empuja a lo coloquial. Así, frente al castellano neutro, universal, de sus primeros poemarios, Memorial de casa grande aparece repleto de peruanismos, cuya acumulación dificulta la comprensión de quien no comparta el habla limeña: “un matriarcado chicha/ de obreros criollazos y grisetas lisurientas/ que comportaba un tira,/ un par de mechadores famosos/ una puta solapa/ y varios palomillas/ que a veces terminaban en la cana…” Esto, y los referentes exclusivamente locales (como “acababa de escribir el guión de una película de éxito/ ‘El guapo del pueblo’/ con Jesús Vásquez y Filomeno Ormeño,/ Ima Sumac y Moisés Vivanco/ y la Cholita linda del Perú,/ Alicia Lizárraga”, en la que, salvo la eufonía nominativa, nada hay de compartible), acaban por reducir el poemario a producto nacional y sin vuelo. ~

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(Barcelona, 1962) es poeta, traductor y crítico literario. En 2011 publicó el libro de poemas El desierto verde (El Gato Gris).


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