Revolución y reforma

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Owen Jones

El establishment: la casta al desnudo

Traducción de Javier Calvo

Barcelona, Seix Barral, 2015, 480 pp.

De la reflexión intelectual al activismo o la irrupción de nuevos actores, la corrosión de la crisis ha traído consigo un interés renovado por la política. Junto a la discusión sobre la regeneración de la vida pública o la sostenibilidad del Estado del Bienestar, la copiosa producción actual de ensayismo político ha devuelto la desigualdad al centro del debate, a modo de largo examen de conciencia sobre las políticas que antecedieron a la crisis. Como apelación emotiva en Hessel, como objeto de estudio económico en Piketty, como pretexto para el conservadurismo compasivo de Mount o para el elogio socialdemócrata de Judt, las distintas modulaciones y calidades en su tratamiento no hacen sino refrendar su importancia, sobre todo en la izquierda, pero no solo en ella.

Más cercano al reportaje periodístico que a la ciencia política pura, El Establishment no es una mera adición más al debate, siquiera sea por su retórica combativa, su fenomenal impacto en Gran Bretaña y la influencia que goza un Owen Jones convertido en referencia de la izquierda británica. Si en Chavs, publicado en España por Capitán Swing, trató sobre “la demonización de la clase obrera”, el propósito expreso del autor pasa ahora por “investigar sobre los grupos de personas […] que verdaderamente manejan el cotarro, no solamente por medio de la riqueza y del poder, sino gracias a las ideas y mentalidades” que asentaron su dominio. Según Jones, este Establishment (que él escribe en mayúsculas) “ha recortado la democracia británica” para “favorecer a una élite minúscula”. Y, dado que “la democracia en Gran Bretaña seguirá estando en peligro” hasta que no cambie esta situación, Jones propone, en un breve epílogo, “una revolución democrática” que extienda “la democracia a todas las esferas: […] también a la economía y al lugar de trabajo”.

Sorprende poco que la Gran Bretaña actual haya podido dar pie a un volumen como el de Jones, que no deja de retomar una materia ya secular. No en vano, las desigualdades han sido “el tema que todo lo absorbe”, como escribió Betjeman, desde que Disraeli vio a la sociedad británica dividida “en dos naciones” y acuñó el paternalismo del torismo one nation. De entonces a hoy, la cuestión ha estado presente lo mismo en Gladstone que en Atlee o en Heath, en el Major que anticipó “la sociedad sin clases” y en los intentos comunitaristas de Blair o Cameron. Véase, en fin, que Establishment, como grupo de poder o “clase extractiva”, no necesita traducción.

De acuerdo con la crítica habitual a la tradición aristocratizante de la política británica, Jones engloba en el Establishment al “cártel de Westminster”, así como “a los barones de los medios que establecen los términos del debate; a las empresas y financieros que dirigen la economía, y a las fuerzas policiales que hacen cumplir unas leyes amañadas a favor de los poderosos”. Son los mismos grupos ya presentes en un hito como Anatomy of Britain (1962), y a todos ellos dedica Jones capítulos de honda carga testimonial y crítica. Su mayor originalidad radica en la lectura del paso entre el “capitalismo del bienestar” de la posguerra y el “socialismo para los ricos” implantado por el thatcherismo y continuado por el New Labour. Ahí, a imagen de los “escuderos” del neoliberalismo, Jones urge a “ser más que agresivo en la batalla de las ideas”, hasta “cambiar los términos del debate político”.

La publicación de El Establishment coincide con un auge de “declinólogos” que también señalan los puntos críticos de la democracia en las islas, y no deja de causar sorpresa que Jones comparta tanto de su diagnóstico con comentaristas de una derecha tocada de populismo. El carácter anglocéntrico del libro puede disuadir a un lector inexperto en los pormenores de la política británica, pero el tono le resultará familiar: la invocación del interés del pueblo frente a una casta, el énfasis emotivo, las llamadas a la movilización y la ausencia de concreción en sus programas para establecer “una democracia real” también pueden merecer la consideración de populistas. La filosofía de la sospecha, la entronización de un enemigo difuso o el ribete conspiracionista tan visible en el libro no hacen sino reafirmar esa impresión y, tras leer, por ejemplo, sobre “el control absoluto que tiene la élite corporativa sobre la democracia británica”, es fácil pensar que estamos más ante un manifiesto que ante un ensayo.

La univocidad del diagnóstico de Jones tiene sus fisuras: baste pensar que los defensores del “dogmatismo del régimen neoliberal” son los primeros que creen tener perdida esa “batalla de las ideas”. Y la sonrosada lectura que hace de las políticas de posguerra elude un dato ineludible como es la profundísima crisis que, a lomos de laboristas y conservadores, asoló Gran Bretaña en los setenta. Su propia preocupación social parece inmune al hecho de que, en la génesis de las subprime, operó una coartada noble: no excluir del crédito a los desfavorecidos. Ayer mismo, la Gran Bretaña de Brown fue pionera en la detección de la crisis, y hoy es de los países europeos líderes en crecimiento. ¿Está mejor o peor Gran Bretaña que hace tres décadas? ¿Hay más o menos espacios para la meritocracia? El matiz o la moderación romperían el discurso de un Jones que, poco suelto en materia económica, parece pedir a la política cosas que la política no puede dar. De ahí, tal vez, el gran desfase entre la contundencia de su denuncia y la anemia de sus propuestas: si “implantar una política oficial de creación de pleno empleo” tiene mucho de pensamiento desiderativo, apoyar la vivienda pública “para crear puestos de trabajo” ya fue susceptible de prueba y error.

La llamativa falta de citas en apoyo de los planteamientos de Jones se ve reemplazada por un recurso constante a las estadísticas que muestran la conformidad de los británicos con sus postulados. En un momento dado, al explicar el éxito del Establishment, Jones recuerda que, pese a todo, “la democracia les complica las cosas”. Irónicamente, esa misma democracia es la que, a despecho de los datos de Jones, ha dado la mayoría a Cameron. Quizá, como se ha apuntado, ocurra que él llama Establishment a lo que otros llaman consenso. O quizá es que los británicos siempre prefirieron la modestia de la reforma a la grandilocuencia de la “revolución democrática”. ~

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es periodista y escritor. Ha publicado Pompa y circunstancia. Diccionario sentimental de la cultura inglesa, y dirige Nueva Revista digital y la opinión de The Objective.


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