Romper

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Jorie Graham

Rompiente

Traducciรณn y prรณlogo de Rubรฉn Martรญn

Madrid, Bartleby Editores, 2014, 119 pp.

Jorie Graham (Nueva York, 1950) propone en Rompiente, el libro que sigue, en Espaรฑa, al muy aclamado Errancia, de 2007, una reflexiรณn, que es tambiรฉn un lamento, sobre una naturaleza acosada por el hombre, sobre un planeta en el que recaen todas las turbulencias de la contemporaneidad, sobre una realidad lacerada por un vacรญo compuesto por mรกquinas y catรกstrofes. Esa “conciencia de un desastre ecolรณgico inevitable”, como subraya, con acierto, el traductor y prologuista Rubรฉn Martรญn –cuya versiรณn merece todos los parabienes–, ese “planeta que se apaga”, como escribe la propia Graham en “รpice”, aรบna todas las facetas del libro, hasta las mรกs subterrรกneas o desarticuladas, y salta a los ojos del lector desde sus primeras pรกginas: la naturaleza llena los sentidos con un esplendor teรฑido de melancolรญa, de esa melancolรญa que inspira su mรกs que probable desapariciรณn, y muchos de sus fenรณmenos –el viento, la lluvia, las nubes, el sol y, sobre todo, el mar, tan whitmaniano, al que alude el tรญtulo– invaden la percepciรณn como criaturas magnรญficas pero amenazadas: “Otoรฑo profundo y se produce el fallo, el ciruelo florece, doce / flores en tres ramas / distintas […] / aterriza, de pronto, un ave migratoria gris dorada– ¿sigue aquรญ?– multiplicando, / crujiendo el aire/ errรณneo, brincando de rama en / rama, luego quieta– detenida– exhalando en este oxรญgeno que tambiรฉn se apodera de mi / ardua mirada.” Sin embargo, tambiรฉn desde el principio, observamos que la contemplaciรณn de la naturaleza no es estatuaria, sino inseparable del yo que la contempla y del pensamiento que suscita esa contemplaciรณn. El canto de la naturaleza se entreteje con el sujeto que la canta, que proyecta en รฉl su propia fragmentaciรณn, su espesa discontinuidad, y que transforma, asรญ, el equilibrio en fractura, la mรบsica en arena. La relaciรณn es dolorosa pero lรบcidamente biunรญvoca: la realidad natural permea al yo, le otorga fluencia y raรญz, pero se subsume, a la vez, en รฉl, y arrastra su discurrir insomne, su abundante vulnerabilidad, su mal. La intimidad absorbe el mundo, lo aรฑade a sus brumas, lo anega de incertidumbre: lo descategoriza. El mundo, por su parte, recoge esa mirada que lo atrapa y la incorpora a su selva: la objetiviza. En realidad, no hay dos mundos separados, la naturaleza y el yo, sino uno solo: la confusiรณn de uno es la confusiรณn del otro; el renacer de uno es el renacer del otro. Esta percepciรณn rigurosa de una realidad plural se refleja asimismo en el lenguaje empleado. Muy pronto –de hecho, desde los primeros versos: “Un dรญa: viento mรกs fuerte de lo que nadie esperaba. Mรกs que ningรบn otro/ desde que se registran/ tales cosas. Anti-/natural dicen las noticias. Hasta el cuerpo lo dice”– nos damos cuenta de que esta es una poesรญa diferente, combativa, quebrantada, y que el sentido no nos serรก revelado con facilidad. Los poemas se disponen con sangrados muy pronunciados, que dejan a muchos aislados, como ramas de una acacia. Todos tienen un aire caligramรกtico y aspecto de รกrboles, con un tronco que no duda en interrumpir las palabras para ceรฑirlas a su estrechamiento, y numerosas inflorescencias que se extienden hacia ambos mรกrgenes de la pรกgina. En Rompiente se advierte la permanente preocupaciรณn de Jorie Graham por la construcciรณn de un discurso que fluya, pero que, al mismo tiempo, se rompa: su poesรญa es un curso lineal y zigzagueante, un torrente lรญquido y resquebrajado. De algo siempre material, de algo tangible, brota una concatenaciรณn –o una ramificaciรณn– de contenidos intelectuales que no sabemos a dรณnde se dirigen, pero que percibimos que van con firmeza a algรบn sitio, aunque solo sea a la afirmaciรณn de su desconcierto: “queremos saber hacia dรณnde se va / todo, hacia dรณnde fluye, y quรฉ estรก realmente / muerto y quรฉ tan solo se transforma”. Es el pensamiento que Graham intenta acordonar, pero que se escurre por las costuras de la razรณn y se extravรญa en las tinieblas de lo discordante, para emerger con brรญo adolescente, cautivado por la luz. Las escenas se desarrollan con minucia, se despliegan en una multiplicidad fractal, pero sin abandonar la unidad raigal que las sostiene. Los sucesos se superponen en capas interminables, como una muchedumbre de ocelos, como briznas de una realidad descabalada. Las asociaciones de Rompiente, y de toda la poesรญa de Jorie Graham, son poliรฉdricas, como su sintaxis, refractaria a la ilaciรณn, de forma que refleje con mรกs fidelidad la propia desazรณn del pensamiento. A veces, en el extremo contrario, constatamos una acumulaciรณn lรฉxica: una rendida yuxtaposiciรณn de voces, alborotadas, que confiesan la incapacidad constructiva, que reconocen el fracaso del artificio o la victoria sin paliativos de los hechos: “saturaciรณn– imposible meter nada mรกs– aunque derrocha– y todo yendo a ningรบn sitio– y / date una ducha rรกpida– asรญ– /desentiรฉrrate, oh dios-en-nosotros– cuya pasiรณn fue– nada– no– / era era la / clave– el no– /se da por hecho–”, leemos al final de “Prรฉstamo”. La irracionalidad de Graham no es imaginativa, sino lingรผรญstica: la busca de lo otro en la que siempre se embarca la poesรญa no se sitรบa en el territorio de la visiรณn, sino de la gramรกtica: de su implosiรณn. Pero eso no quiere decir que en Rompiente no haya bellezas: las hay (“todo fluyentes gotas, fluyentes flores, minรบscula / cascada de eslabones […] el agua por un instante es / lรกctea, huesuda”); lo que no hay son boniteces. A todo esto se le ha llamado, pertinentemente –y tambiรฉn Rubรฉn Martรญn lo hace en el prรณlogo–, flujo de conciencia. En el caso de Graham, este monรณlogo interior se endurece aรบn mรกs por dos razones: porque no estamos seguros de quiรฉn lo pronuncia –la voz no parece individual, ni la apuntala una identidad reconocible; mรกs bien transmite una constante inquietud sobre el yo, escurridizo, agrietado–, y porque lo entrevera un รกcido malestar existencial. Alude Graham al “agua estancada”, metรกfora universal de la muerte, segรบn Gaston Bachelard, y a la “prisiรณn de aliento y sangre” que es la vida; habla de la “cosa-en-sรญ”, lo que sugiere a Heidegger, uno de los apรณstoles del existencialismo; y define el nacimiento como algo que se acarrea. El paso del tiempo y la brevedad de la vida asoman en muchos poemas (“existe una forma de esclavitud en todo– ¿y cuรกndo, / en esta vida cuya brevedad/ asumes, se te / permitiรณ creer que esto durarรญa / para siempre?”), y de esa certeza de la fugacidad quizรก sea trasunto la frecuencia con que aparecen tambiรฉn los amaneceres y los anocheceres. Pero esa certidumbre definitoria de lo humano, no obstante, no se limita aquรญ al ser humano: es tambiรฉn una amenaza que el ser humano extiende al planeta y a sus criaturas: a todo lo existente. La conexiรณn entre lo individual y lo universal se manifiesta, pues, otra vez, con un desgarro tranquilo, con un sosiego que no excluye el horror. La protagonista de los poemas que, recogida en su habitaciรณn –asรญ aparece al principio y al final del libro–, ha visto, con los ojos entrecerrados, ese proceso de caรญda al que hemos empujado al orbe que nos acoge, las sombras emboscadas en los todos los rincones de la realidad, sabe que la luz no aรฑade sentido, que el amor se desvรญa, que solo estamos de visita. Pero habla, aunque sea torturadamente, porque hablar da solidez a lo que se nos escapa, y conserva la esperanza de que haya lenguaje, o, por lo menos, balbuceos, “sonidos que el planeta siempre harรก, incluso / si no hay nadie para oรญrlos”. Con esa esperanza acaba el libro. ~

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(Barcelona, 1962) es poeta, traductor y crรญtico literario. En 2011 publicรณ el libro de poemas El desierto verde (El Gato Gris).


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