Una tentación: escribir una reseña donde me demore en la calidad de la traducción, en la que ofrezca mis opiniones torcidas en torno a lo que es una traducción precisa o imprecisa, motivada por una serie de consternaciones sobre las que yo no podría ofrecer, lamentablemente, respuestas satisfactorias. Con toda seguridad, se tratarían de preocupaciones mal planteadas. Quizá, de escribir algo así, lo que buscaría sería, con toda la mala leche posible, demostrar que a ratos la traducción ofrecida por Nórdica Libros del cuento “Aftermath of a Lengthy Rejection Slip” (el primer texto publicado de Bukowski, a sus veinticuatro años) es bastante mala. Pero ¿es eso lo que quiero hacer aquí? Antes recordemos que ofrecer a Bukowski en castellano es meterse en camisa de once varas. No sólo abundan coloquialismos sino que la precisión en el lenguaje es prácticamente irrelevante. Usted lo sabe: Bukowski es un escritor que no atrae por su factura sino por lo que algún exagerado podría llamar “su fuerza y vitalidad” o “su sangre caliente”. Bukowski no es un autor cerebral. En su lugar, ofrece sangre, barro, esas cosas. El tipo de características que hacen comprensible que a Bukowski se le abandone pronto. Digamos, en la adolescencia tardía.
Otra tentación, muy al caso, sería presentar una disertación, torpe, sobre cómo Bukowski se presta para realizar libros ilustrados. Finalmente, este título destaca en el catálogo de Nórdica Libros como un rostro despreocupado. No sólo se le ha colocado en su colección Ilustrados (con trabajo de Thomas M. Müller) sino que al parecer se ha creado una nueva colección específicamente para este título: MiniIlustrados. Y bueno, esto es lógico: Bukowski, lo sabemos, es un autor de atmósferas y detalles. Espacios que casi da gusto que se dibujen: tabernas, moteles de sábanas manchadas, clavos que salen de muebles maltratados, muros descarapelados y botellas vacías. Personajes que exigen ser trazados a lápiz: rostros feos, dentaduras incompletas, carnes redondas, uñas enterradas. El romanticismo más cutre y sucio, la decadencia y el arte como redención. Usted sabe esto, lector. ¿Para qué seguir? Salgamos rápido del paso.
En Secuelas de una larguísima nota de rechazo hay un momento en que Bukowski narra cómo el personaje Charles Bukowski se sienta a la mesa y observa detenidamente las flores impresas en el mantel. Está a punto de descubrir algo, de aprender una lección que gira en torno a “los escrúpulos de los editores”. El Charles Bukowski narrado comienza a rascar el diseño con su uña, un pequeño detalle. Si en algo destaca Bukowski es en la capacidad para aferrarse a las minucias. Y esto usted también lo sabe, lector: es en el detalle donde gran parte de la literatura tiene su morada –el cenicero rebosante, el ocasional corte de pelo, el sonido que hace un pescado cuando se fríe en el sartén.
Mientras uno de estos detalles se consuma, una amante con corazón de condominio intenta convencer al editor de una revista literaria, vía favores carnales, de que le publique a su amante, quien espera rascando manteles en la cocina, sus cuentos. Se avecina un desenlace Bukowski, ¿lo perciben?
Le doy un vistazo a las ilustraciones de esta edición: una vieja máquina de escribir descansa entre cigarros y vasos vacíos, un hombre observa con pasmo un sobre de correo en el que baila una pequeña mujer a la que imagina desnuda, hombres discuten en el interior de una habitación, tres hombres (dos de ellos trabajadores en un astillero) juegan cartas en una recámara donde todo es provisional, una mujer entrada en carnes se pasea en camisón, conversaciones se sostienen a altas horas de la noche envueltas en el humo de cigarro. Y estar aquí, leyendo y releyendo escenas sórdidas, me percato, puede ser tan exasperante como reconfortante. Releer a Bukowski me hace pensar en el tipo de persona que fui cuando iba a la universidad, también arrastrado “por la difusa oscuridad” y por las “meditaciones imprácticas” y los “deseos reprimidos”. La bohemia idiota pero feroz con la que muchos se acercan por primera vez a la literatura. Uno olvida esto, consigue olvidarlo. Incluso con el tiempo uno recuerda que no fue entonces, en el acné literario, cuando se percató de las virtudes de la literatura. Curioso ejercicio este de volver a Bukowski, sacar los zapatos que uno tiró al basurero hace tiempo para descubrir que son los más cómodos. Ah, todo esto es difuso, oscuro e impráctico. ¿Cómo explicar que Bukowski gusta porque es Bukowski? Ofrecer explicaciones, disminuir el placer, argumentar, defender, de vuelta al tedio. Otro día. ~
(ciudad de México, 1982) es filósofo, escritor y jefe de redacción de la revista La Tempestad