Siempre nos quedará París

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Mujer, soltera, 40 años y dedicada a Balzac. “A sus cuarenta años, la doctora Weiss comprendió que la literatura le había destrozado la vida”. ¿Y a quién no? La doctora Weiss es la protagonista de la primera novela de Anita Brookner (Londres, 1928 – 2016), publicada en 1981. Entonces, Brooker le sacaba diez años a su protagonista: profesora de literatura francesa para “chicas y chicos altos, guapos, de ojos claros, y [que] se expresaban en un tono de confianza que luego no se reflejaba en sus traducciones encorsetadas y cautas” También “fruncían el ceño con un gesto de dolor al pedirles que pensaran en un escritor menos alienado que Camus”. “La doctora Weiss, que prefería a los hombres, era una autoridad en cuestión de mujeres. Las mujeres en las novelas de Balzac era el título del trabajo al que probablemente iba a dedicarse hasta el final de su vida.” “Su aspecto y su personalidad se encontraban a medio camino entre los siglos XIX y XX. Era una mujer meticulosa, apasionada, reflexiva y con tendencia a analizarse.” Brookner despacha la descripción del personaje en el primer capítulo de la novela. Es un inicio mordaz, que no pierde un segundo ni se entretiene en nada que no sea importante. Esas primeras páginas ágiles, divertidas están llenas de pistas sobre la novela. Lo que se va a contar es cómo Weiss ha llegado hasta dónde ha llegado, es decir, la novela es una explicación de esa primera frase de que la literatura destrozó su vida.

Todo es ficción. Anita Brookner llegó tarde a la literatura, al menos como escritora de novelas. Gran parte de su vida estuvo dedicada al arte: “pasaba mucho más tiempo enseñando, pensando y escribiendo sobre arte que ejerciendo como novelista”, escribe Julian Barnes en el prólogo de Un debut en la vida (en realidad, es el obituario que el escritor inglés dedicó a Brookner y que se publicó en The Guardian). “Su principal interés era el arte francés de los siglos XVIII y XIX: escribió brillantes ensayos sobre Watteau y David y se adentró con idéntica intuición en el territorio de dos polos opuestos del arte francés de mediados del siglo XIX: Ingres y Delacroix”, escribe Barnes. Brookner pasó unos años en París en la École du Louvre y dedicó su tesis doctoral a Greuze. Julian Barnes y ella se conocieron el año en que los dos estaban como finalistas del Booker. Fue para ella por Hotel du Lac (en España publicado por Tusquets). Fue en 1984. La crítica siguió tratando con cierta condescendencia las novelas de Brookner y pretendiendo leerlas en clave autobiográfica. Con respecto a eso, Barnes dice: “A los cuarenta años, la doctora Brookner se convirtió en la primera mujer que accedía a la cátedra de arte Slade de Cambridge. La literatura le había ayudado a comprender el mundo y seguía ayudándola.”

Cenicienta podrá ir al baile. La novela cuenta la vida de Ruth, de la que “todos esperaban que creciese cuanto antes, en la medida de lo posible, y con este fin le ofrecían libros tristes aunque aleccionadores”. Ruth se encierra en los libros. Son su refugio frente a unos padres inmaduros, que se niegan a crecer y a asumir responsabilidades adultas. También frente al silencio de su imponente abuela, la abuela Weiss, que “llegó de Berlín con un cargamento de muebles de dimensiones formidables y madera oscura, como si hubieran absorbido la sangre de una manada de caballos”. Su madre es actriz, su padre, un tendero pusilánime adicto a las atenciones femeninas. Su abuela, lo más parecido a la estabilidad. Según la narradora, Weiss creía que “había recibido una educación moral deficiente, pues las fuerzas antagónicas de su padre y de su madre se aliaron en este caso para exigirle que considerase la trayectoria de Anna Karenina y Emma Bovary pero emulara la de David Copperfield y la Pequeña Dorrit”. En realidad, la vida de Weiss no responderá a ninguna de las cuatro. Weiss considera que todo comenzó a ir mal mucho antes, “en algún momento ya olvidado de su primera infancia, se quedó dormida, embelesada, mientras su niñera susurraba: ‘Cenicienta podrá ir al baile’”. El baile es la promesa de la diversión, de la independencia y del placer adulto (también la responsabilidad). Ruth Weiss es la Cenicienta que acude al baile cuando se muda a París  gracias a una beca. Allí estudiará las novelas de Balzac, al que dedicará su tesis: vicio y virtud en las novelas de Balzac.

Balzac contra los moralistas. El gran malentendido que rige la vida de Weiss es que se había creído eso de que el mundo se conquista con la virtud. En París se da cuenta de que eso no es así y empieza a ver el mundo “desde el prisma oportunista de Balzac. Su intuición mejoró. Comprendió que las historias moralistas se equivocaban mayoritariamente, que incluso Charles Dickens se equivocaba, y que el mundo no se conquista con la virtud. La vida eterna, tal vez, pero ¿eso quién lo sabe? El mundo, no. Si el código moral que había aprendido a través de la literatura y que ahora empezaba a reinterpretar fuese cierto, tendría que haber florecido con su abrigo tan poco favorecedor, su laboriosa soledad, sus notas, su trayecto diario en autobús y sus saludables paseos solitarios”. En París Weiss aprende mucho, se emancipa de sus padres, de sus amistades y abandona esa visión infantil y naíf de la vida. En parte, gracias a Balzac, del que confiesa haber aprendido mucho. Las mujeres de sus novelas le sirven como modelos (que descarta): “Prefería parecerse a la dama que vaticina la muerte de las esperanzas de Eugénie Grandet, a la belleza que aparece fugazmente en un baile, en París, con un tocado de plumas. Mejor un mal ganador que un buen perdedor. Balzac también le había enseñado eso.” Pero eso lo piensa Weiss cuando todavía puede decidir, antes de que la vida le imponga un dilema moral y su resolución.

Un debut en la vida

Anita Brookner, traducción de Catalina Martínez Muñoz

Libros del Asteroide, Barcelona, 2018, 212 pp.

 

 

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(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).


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