Sin concesiones

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Yoram Kaniuk

1948

Traducción y prólogo

de Raquel García

Lozano, Barcelona,

Libros del Asteroide,

2012, 248 pp.

 

La ironía y el sarcasmo de 1948 (publicada en 2010 en hebreo y en 2012 en español), la más reciente novela de Yoram Kaniuk (Tel Aviv, 1930), resultan extrañamente familiares. ¿De dónde procede ese humor afilado y atroz como una bala? ¿De dónde la inclemencia ante los episodios más dramáticos? ¿En quién se inspira para establecer una conexión tan íntima y eficaz con los hechos que relata?

Hay que hurgar en la memoria de lectura, que es distinta a la memoria de escritura, para dar con Etgar Keret. Pero no solo con el autor de La chica sobre la nevera y otros relatos (Siruela, 2006), pues la “influencia” literaria de Yoram Kaniuk resulta también ineludible en la gran novela de David Grossman Véase: amor (1986 y en español: Tusquets, 1993, Debolsillo, 2010) y en la obra de Uzi Weil y Orly Castel-Bloom, entre otros. Como diría Harold Bloom, los sucesores generacionales y literarios canonizan al predecesor.

 

1948 tiene como telón de fondo la guerra de independencia de ese año, grabada a fuego y sangre en la memoria de israelíes y palestinos. Los hechos que relata se desencadenan después de la declaración del Plan de Partición para la región de Palestina, entonces bajo mandato británico –proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 29 de noviembre de 1947–, a la que le sigue la declaración de una yihad contra los judíos por parte de los religiosos árabes de la zona. Unos meses después, el mismo día en que expiraba el plazo para cumplir la resolución de la onu, el 15 de mayo de 1948, pocas horas después de que Ben-Gurión proclamase la independencia del Estado de Israel y de que los británicos abandonasen la zona, tropas árabes (egipcias, libanesas, transjordanas, sirias e iraquíes) invadieron el recién fundado Estado de Israel. Israel respondió militarmente con las fuerzas del Palmaj (del que formaron parte Moshé Dayán, Yigal Alón o Isaac Rabin), que se había creado en 1941 con el apoyo de los militares británicos para afrontar una posible invasión nazi o un ataque desde Siria y Líbano, en poder de las fuerzas francesas de Vichy, y contaba en el momento de la guerra con unos dos mil efectivos. El Palmaj tuvo un papel importante durante la guerra de independencia, hasta que se disolvió después de la creación de las Fuerzas de Defensa de Israel: “El verdadero Palmaj fue liquidado en 1948 por orden de Ben-Gurión, quien, con su brutal fanatismo, comprendió que había que disgregar a los ejércitos privados de los partidos, de los que el Palmaj formaba parte, sin importar cuánta sangre derramó, cuánta felicidad finalmente trajo ni cómo, con unos cuantos batallones más, fundó un Estado de la nada.”

 

Por cronología y experiencia vital, puesto que forma parte del Palmaj, Yoram Kaniuk pertenece a la que en la literatura israelí se denomina generación del 48 o generación del Palmaj, junto a Haim Gouri, Moshé Shamir o S. Yizhar, en cuyas obras, según señala Raquel García Lozano en el prólogo a 1948, en líneas generales, “el nuevo israelí ocupa el lugar del viejo judío de la diáspora”. Pero, ni por biografía, que no es lo mismo que cronología, ni por estilo narrativo, Yoram Kaniuk encaja en ese momento de la literatura israelí.

 

Yoram Kaniuk va por libre. Después de terminar la guerra de 1948 viaja a París, pero termina estableciéndose en Nueva York, en donde vive durante unos diez años. Trabaja como camarero en el jazz club Minton’s Playhouse de Harlem y establece amistad con Charlie Parker y Billie Holiday y, además de servir copas, se casa con Miranda y consigue ser reconocido como pintor antes de decantarse por la literatura.

 

A principios de los años sesenta del siglo pasado publica su primera novela, Ha-Yored Lemala (1963), a la que seguirá, cinco años más tarde, Adam ben kelev (El hombre perro, publicada en hebreo en 1968 y en español en 2007), que Paul Schrader llevó al cine como Adam resucitado (estrenada en 2008 y en 2012 en España), y que no fue bien recibida por los lectores israelíes. Quizás porque expone las cuestiones menos amables de la psique israelí. Quizás por el atrevimiento de abordar el tabú del momento, la Shoá. Quizás por la crítica a las cuestiones anímicas más profundas del recién creado Estado de Israel: “… una generación efímera en un lugar donde hay que echar raíces al revés, un lugar en el que los ancianos vienen a gestarse de nuevo en el vientre de su anciana madre, entre cuyos muslos se deposita polvo sagrado”. A El hombre perro le siguen una veintena de títulos, entre los que hay ensayos, novelas y cuentos, que de ningún modo han domesticado la acidez narrativa de Yoram Kaniuk.

 

1948, entre novela y memoria, constituye la narración personal de un muchacho de diecisiete años que se alistó en las filas del Palmaj para ir a rescatar “a los supervivientes del Holocausto sin hogar a quienes ningún país quería”, y que acaba siendo partícipe de la fundación del Estado de Israel: “Fuimos a traer judíos por mar y terminamos fundando un Estado en las montañas de Jerusalén. Sería un error decir que luchábamos por la fundación de ese Estado.” De un modo tan simple como eficaz, la novela da de lleno en la línea de flotación de quienes actuaron para que se hiciesen factibles los ideales del nuevo Estado de Israel que conformaron la psique de varias generaciones de israelíes.

 

En la novela, o memoria, se cuentan hechos históricos, como el asedio al punto clave en la ruta entre Tel Aviv y Jerusalén, al-Qastal, en donde se encontraban fuerzas árabes al mando del primo del muftí de Jerusalén Abd al-Qadir Husseini, y aparecen personajes como Isaac Rabin y vívidas descripciones de la lucha frente a frente entre árabes y judíos, pero Yoram Kaniuk sabe hasta qué punto es falsa la memoria (“no confío en la memoria, es astuta y no hay en ella una única verdad”), por lo que prefiere considerar 1948 como una historia de ficción. La relación factual de episodios vitales extremos, sin las moralinas al uso, se consustancia con una reflexión sobre la muerte a la que, sí o sí, se enfrenta quien ha estado a pie de trinchera. Y es precisamente ese transfondo de experiencia lo que hace estremecer al lector que se ve golpeado por escenas tan violentas como la muerte de un niño de ocho años: “He escrito que maté a un niño. Pero todo el que estuvo en aquella batalla sobre la que he escrito sabe que no maté al niño. Mi amigo, casi como un hermano para mí, lo mató.”

 

1948 destila amargura y tristeza, desde luego, y un poso de culpabilidad que acompañará durante toda la vida al escritor y protagonista en que se convierte Yoram Kaniuk. Pero también una conciencia de ser judío que no tiene que ver con el Estado de Israel, sino con una tradición que le acompaña a través de las múltiples citas que incrusta en los momentos más decisivos de la narración, por más que le sirvan de poco (“tanta lectura y no sabía nada”), ante la realidad de la muerte cotidiana: el Libro de las Lamentaciones, canciones de la época, referencias a Bialik y Alterman, episodios bíblicos, salmos. Y, casi al final, un breve resquicio para la plenitud o la paz, una sensación de estar fuera de las circunstancias que experimenta en el barrio de observancia ortodoxa Meah Shearim: “Ahora estaba fuera del país, estaba en la casa de mi abuelo, cuya existencia mi padre se negaba a reconocer. Estaba con mi abuelo Mordechai, el panadero de la calle Amós de Tel Aviv, que hacía ese pan de sabbat que tanto gustaba a tanta gente.”

 

A sus 82 años, Yoram Kaniuk cuenta con traducciones a veinticinco lenguas y reconocimientos varios: Premio Ze’ev de Literatura Infantil (1980), Prix des Droits de l’Homme (1997), Premio Bialik (1999), Premio Sapir (2011), doctorado honoris causa de la Universidad de Tel Aviv. Y no obstante, como señala  Daphne Meijer en Jewish Writers of  the 20th Century, “no resulta placentero al público general; es más bien un escritor para escritores”, y para contados lectores. Habría que añadir “jóvenes” que, como Amichai Shalev, aprecian que no hable en nombre de nadie ni pretenda dar lecciones de moralidad. Un clásico tanto o más importante que el triunvirato israelí (Amos Oz, David Grossman, A. B. Yehoshúa) al que estamos acostumbrados. ~

 

 

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(Barcelona, 1969) es escritora. En 2011 publicó Enterrado mi corazón (Betania).


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