Trabajos del reino de Yuri Herrera

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Al tratarse de un fenómeno actual, con alto impacto psicológico en la población, abordar el narcotráfico en literatura representa un problema. Sin perspectiva cronológica ni testimonios confiables que ayuden a meditar sobre sus alcances reales, con el fin de escribir sobre ello el autor debe encontrar un ángulo que le permita adentrarse en sus secretos sin caer en el periodismo. Acaso por esta razón, la mayoría de los narradores mexicanos que han escrito sobre el tema lo han enfocado oblicuamente, como complemento de sus historias o soporte circunstancial en la caracterización de sus personajes. Pocos lo han narrado de manera directa, construyendo un universo completo en torno a los capos, los sicarios, las cortesanas y los conflictos y rivalidades internas.
     Entre los últimos, Yuri Herrera destaca con su primer libro, Trabajos del reino, en el que, a través de la mirada de un compositor de corridos, despliega ante el lector un panorama de la “vida palaciega” de un cártel del narcotráfico. Lobo, protagonista y narrador de la novela, es un ser marginado desde su nacimiento. No posee educación, pero le sobra el talento para convertir en cantos épicos los sucesos notables, por eso es el Artista. Una tarde, mientras divierte con música y voz a un ebrio en una cantina, se topa con el hombre que habrá de transformar su vida: “Era un rey, y a su alrededor todo cobraba sentido. Los hombres luchaban por él, las mujeres parían para él; él protegía y regalaba, y cada cual, en el reino, tenía por su gracia un lugar preciso.” Tras presenciar cómo el soberano deshace a balazos a un pobre imbécil, Lobo decide seguirlo hasta su corte.
     Así, reconstruyendo el mundo interior del cártel con un lenguaje popular no exento de lirismo, muestra de su excelente oído, y con un tono que algunas veces adquiere registros de fábula infantil y otras de tragedia del Renacimiento, las palabras del Artista nos internan en un castillo donde parece reinar la felicidad, pero cunden las intrigas soterradas. El soberano absoluto vive amenazado por los suyos que luchan para arrebatarle el poder, por las bandas rivales, la policía y el ejército; además está sometido a las malas artes de una bruja cuya ambición es que su hija, la Cualquiera, sea la reina del lugar. Apenas llega, el Artista se convierte en favorito de la corte, le entregan una joven y todos se disputan el privilegio de protagonizar sus canciones. Recorre los pasillos, se entera de cómo funciona ese mundo, se enamora de la Cualquiera y atestigua las conspiraciones del Heredero y sus cómplices.
     Poco a poco, de la admiración el Artista pasa a la duda, y de ahí a la decepción. Pronto se da cuenta de que no hay grandeza en el Rey, sino egoísmo puro. Tampoco existe la lealtad entre los cortesanos; sólo esperan el momento de ocupar el vértice de la pirámide. Y todos consideran muertos en vida a los demás, lo que justifica el terror que provocan en ellos: “A los muertos no se les pide permiso. Al menos no a los pinches muertos. Se hace lo que se hace. Se agarra el modo y se presume, como quien pronuncia el nombre, y no se fija en lo que les buiga a los demás. O sí: para sentir su espanto, pues, porque el susto de los otros alimenta bien, remacha que la carne de los buenos es brava y necesaria, que hace bulto y zarandea las cosas.” Por eso las personas comunes, que se conforman con saber del narcotráfico por noticias y corridos, están fuera de la corte y de la novela, pero presentes en la conciencia de los personajes para apuntalar su soberbia: “Machín les escama oír mentar de este mal sueño que cobra vidas y palabras. Les escama que Uno sume la carne de todos, que Aquél guarde la fuerza de todos. Les escama quién es y cómo es y cómo se lo dice. Sólo se atreven a saberlo cuando se abandonan a la verdad de sí mismos, en el pisto, en el baile, en el ardor, jodidos, para eso estaban buenos. Mejor quisieran oír nomás la parte bonita, verdá, pero las de acá no son canciones para después del permiso, el corrido no es un cuadro adornando la pared. Es un hombre y es un arma. Cura que les escame. Quién quita y al final averiguan que ya son carne agusanada.”
     Cubierta con el tamiz de la fábula, la “vida narca” reflejada en estas páginas presenta en ocasiones cuadros más crudos que las crónicas periodísticas. Se trata de una novela breve, de lectura ágil, dividida en fragmentos pequeños, donde el autor no se pierde en descripciones exhaustivas ni en procedimientos delincuenciales, sino procura centrarse en los significados ocultos y en la psicología de los arquetipos que conforman su galería de personajes. Según los cánones de la forma narrativa que eligió, Herrera saca al Artista del palacio cuando todo en él comienza a venirse abajo, dando a la historia un giro que la transforma en relato de aprendizaje, con un final que deja en la boca un ligero sabor amargo y la certeza de que, como lo demuestra Trabajos del reino, aparte del realismo, hay otras maneras de narrar el narcotráfico en México. –

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