El
nombre del arquitecto Teodoro González de León ha
estado siempre ligado a lo monumental. Autor de obras como el Museo
Tamayo, el Auditorio Nacional o la Torre Arcos Bosques, y en activo
desde su participación en el proyecto de Ciudad Universitaria
en 1946, ha logrado confeccionar la imagen de la metrópolis
mexicana, dotándola del carácter emblemático y
nacional que defiende. Su arquitectura –símbolo de las
estructuras de poder– consigue narrar buena parte de la historia
oficial de la segunda mitad del siglo UNAM, donde la robustez de sus
volúmenes construidos refleja el valor de lo representativo
que se impone frente a narrativas divergentes. De ahí que
sorprenda tanto la nueva publicación que, bajo la excusa de un
viaje reciente a Japón y apoyada en la tradición de los
diarios de viajes como los Cahiers
de voyage de Le Corbusier, revela su lado íntimo y
sutil. Ahí sus trazos contundentes se transforman en croquis
reflexivos y en gráciles exploraciones. Sus grandes gestos se
disuelven en indagaciones que delatan un interés que no está
en las cosas ni en las formas sino en las ideas, sobre todo en lo
equívoco. Su viaje a Japón –pendiente desde siempre
(ya Octavio Paz le recriminaba no conocer esa forma distinta de vida
y de concebir la arquitectura) se convierte así en una suerte
de aventura iniciática que termina revelando la topografía
interior del experto insaciable.
El
formato pequeño del volumen sugiere su condición de
diario introspectivo y contrasta con el resto de las pesadas
publicaciones sobre su obra. Siguiendo el tamaño de un
cuaderno Moleskine –la legendaria libreta de notas utilizada por
Hemingway, Picasso y Van Gogh–, se recrea la imagen del viaje
romántico del siglo XIX al tiempo que se transforma al lector
en voyeur.
Traspasados los sólidos muros de la obra de González de
León, se accede a un tejido fino de ideas densas que, por la
dimensión del libro, parecen ligeras, casi casuales.
El
Viaje a Japón
celebra los ochenta años del arquitecto. Sin embargo, el que
está ahí es el Teodoro González de León
más joven: el eterno curioso que no elude la continua
dilatación de la pupila, y que se detiene tanto en el pórtico
del museo de Yoshio Taniguchi, o en el espacio abierto de la
arquitectura tradicional japonesa, como en la música, el
musgo, el buen vino o en las impresiones sobre una muestra de arte y
el estatus del room service.
Tras
el encargo para realizar el Museo Universitario de Arte Contemporáneo
(MUAC), previsto para inaugurarse a finales de 2007 en el Centro
Cultural Universitario de la UNAM, González de León
inició una peregrinación a más de treinta museos
dispersos por el mundo. España, Estados Unidos y Japón
constituyen algunas de las paradas obligadas, y aunque probablemente
habría sido más interesante el diario del periplo
completo, sobre todo ante la curiosidad del espacio que nos aguarda,
esta publicación tiene la frescura de lo azaroso: la
inesperada publicación de un material que se pensó
privado. Algo tiene de delicatesse,
de estrecha rendija tras la cual las escasas palabras, croquis o
fotografías vienen cargadas de los kilómetros andados
por un personaje que a fin de cuentas ha construido más metros
cuadrados que toda una generación de arquitectos junta. Y,
que, tras su aprendizaje con José Villagrán y Mario
Pani durante su época de estudiante, el tiempo que pasó
en la oficina de Le Corbusier en París y los años de
sociedad con Abraham Zabludovsky, sigue renovándose,
interesándose por los jardines tradicionales japoneses, las
obras del Kenzo Tange de los años sesenta, así como en
la ávida búsqueda de los edificios más recientes
de Toyo Ito o de los más jóvenes como Kengo Kuma o
Kazuyo Sejima. El paseo que brinda esta publicación se asemeja
a la experiencia de quien, leyendo libros de recetas de cocina, logra
saborear y oler la comida a través de las letras. Por la
precisión en los juicios y observaciones, el libro funcionaría
perfectamente como guía para un viajero ilustrado.
No
deja de extrañar, eso sí, que en un país carente
de bibliografía básica sobre la mayoría de sus
arquitectos más importantes, aparezcan publicaciones tan
específicas como este Viaje.
Si bien el libro queda como una refinada ventana tanto hacia el
interior de González de León como hacia las
arquitecturas de Tokio, Kyoto, Yokohama y la isla de Naoshima, no
deja de tener un aire de cofee-table
book en miniatura. Ojalá sea una especie de pórtico
de entrada hacia el nuevo MUAC, que, como este libro, logre
sorprender por su delicadeza al tiempo que se vuelve impermeable al
olvido. ~