Shri Gobinda Chandra Roy

Algunos de los mejores sonidos

Una colección de sonidos que nos transportan a lugares o al pasado o de los que simplemente nos acordamos.
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Los niños jugando en el patio del colegio, chillando como estorninos. Me acuerdo ahora, al escribirlo, de una noche de verano que estaba cenando en una callejuela de un pueblo de la sierra Tramuntana. Llegaron no se sabía de dónde unos alaridos de gozo, estridentes y fugaces, acompañados de un sonido como de piedras desmoronándose. Se repitieron varias veces. Cuando volvimos a la calle principal descubrimos que eran los niños del pueblo, que se dejaban caer por la pendiente en curva subidos de tres en tres en monopatines. Cuando alcanzaban la mayor velocidad, que parecía que las pequeñas ruedas iban a salir disparadas, era cuando chillaban. Los que no habían cabido en los monopatines bajaban corriendo, igual de excitados. La cosa estremecedora es que esa calle principal era a la vez la carretera general que une todos los pueblos de la sierra. Los niños pasaban a toda velocidad igual que hacen las golondrinas, chillando de puro placer veloz como ellas. Como ellas, al acabar la carrera volvían a toda prisa al punto de partida y la repetían.

El tubo de la calefacción que calienta los radiadores, como un intestino de la casa haciendo la digestión, a veces como un corazón que palpita. Algo entre el goteo y la formación de burbujas ocurre en el interior de los tubos y nunca acaba de asentarse, y cuando parece estabilizarse en un ritmo constante va y cambia, y así, mientras nos hace compañía, nos recuerda que lo doméstico y cotidiano está sujeto a los cambios, como todo lo demás.

El canto del autillo en mitad del silencio de la noche. Tú estás en duermevela entre las sábanas, él está muy atento entre las ramas de un árbol. En cualquier sitio donde lo oiga siento, en el centro mismo de la oscuridad, que la habitación donde estoy se transforma en la casa donde veraneaba, que en las paredes recién levantadas se cuelgan los cuadros conocidos y las cortinas estampadas y que en los cuartos contiguos respiran los niños dormidos.

Cuando ha llovido, también desde la cama, el paso rápido de un coche que hace salpicar los charcos de la carretera. Siento que estoy durmiendo sobre un mapa y que los trayectos pueden recorrerse con el dedo. Las distancias pueden medirse en grados de humedad. Si es una moto pienso en la furia de la adolescencia.

En las playas que tienen un cambio de rasante, las voces atenuadas de quienes han ido a bañarse mientras yo me he quedado un rato más en la toalla. No veo más que la línea de la arena y más allá el horizonte del mar, a ellos no los veo, pero oigo cómo desde la orilla se animan mutuamente a meterse en el agua helada, y después la zambullida. En general, el murmullo de quienes estaban hasta hace unos instantes conmigo y se han ido a hacer algo a la cocina, al jardín, a la orilla, y ahora vuelven.

Por la ventana abierta al patio, los huevos batiéndose.  

El chasquido de una lata de cerveza abierta con pericia con el dedo índice. La lata está muy fría y va a empezar una conversación que me interesa mucho.

La sirena de un barco que no se ve por la niebla densísima. Las gaviotas que avisan de algo que no entendemos.

Durante un paseo por el bosque fragante de musgo, el crujido de una rama que nos hace adivinar la cercanía de un mamífero peludo, seguramente asustado, maldiciendo haber llamado nuestra atención, conteniendo el aliento.

Un abanico que se abre o se cierra con brío. Muchas mujeres juntas abanicándose con furia contra el pecho.

Las chicharras frenéticas. Al bajar del coche, al no poder dormir del calor.

Morder una manzana muy crujiente. También acabar de desprender con la mano una rodaja de sandía que habíamos empezado a cortar con un cuchillo. Acabar de rasgar una tela que se había empezado a cortar con tijeras.

Un buen mechón de pelo cortado con tijeras.

Las paletas de un vapor que se acerca por el Mississippi y el ruido torpe al escupir la pajita de la boca.

Un libro muy gordo cerrado de golpe porque nos vamos a dar un paseo.

Movierecord.

El movimiento del carro del proyector al cambiar de diapositiva en el cuarto a oscuras.

La tapa de rosca de un tarro que se resistía y por fin se abre. Se acaba con el vacío, se confunden las atmósferas.

Una abeja que pasa zumbando.

La orquesta afinando en el foso a la vez que te levantas en una contorsión rara para que no se te caigan el abrigo, la bufanda y los guantes mientras los rezagados llegan a su asiento.

Un manantial invisible.

El pájaro carpintero.

Sacar punta a un lápiz, con ritmo.

Mover el dial de las radios que cogían frecuencias internacionales.

Mover muy rápido las piernas desnudas dentro de una cama muy bien hecha, muy tirante.

Descorchar.

Y muchos otros.

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Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).


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