Si solo lees los libros que todos los demás están leyendo,
sólo puedes pensar lo que todos los demás están pensando.
Haruki Murakami. Tokio Blues
“¿Qué premio puede ser bueno si lo tienen que dar cada año?” decía Shem, un amigo de San Francisco, con referencia al cada vez más desprestigiado Nobel de Literatura. Ha llegado a banalizarse tanto que hasta hay casas de apuestas donde se barajan varios nombres para finalmente recaer en una autora o un autor que nadie conoce: es más fácil ganar el melate. Y por eso, cada año asistimos al mismo espectáculo de supuesta desesperación y llanto en las redes sociales porque ¡otra vez Haruki Murakami no ganó el Nobel! Si fue Mike Spillane quien dijo “Yo no tengo lectores, tengo clientes”, Murakami podría decir que lo que él tiene son fanáticos, algo reservado a las estrellas de cine, de la música y a las celebridades en general. ¿A qué se debe su popularidad?
Si por necesidades de espacio tuviéramos que definir la obra de Murakami en unas cuantas palabras, podríamos decir que la alienación y la soledad son temas recurrentes en ella, además de la muerte, el suicidio y la búsqueda de la identidad. Podríamos agregar los paisajes oníricos, las referencias culturales, el establecimiento de motivos que van desarrollándose a través de cada libro: una canción, por ejemplo, como “Norwegian wood” y “Five spot after dark”, en Tokio Blues y After dark respectivamente, o un simple diálogo en apariencia inocuo al estilo de Salinger, como el malentendido de Beatnik por Sputnik, en Sputnik, mi amor: “A partir de entonces, y en su fuero interno, Sumire empezó a llamar a Myú “Sputnik, mi amor”. Lo anterior, envuelto en atmósferas surrealistas o misteriosas en este u otros mundos posibles, y agréguele usted un pozo muy profundo y gatos porque, ¿quién no ama los gatos? Y todo esto suena muy confortablemente japonés.
Me da la sensación, cada vez que leo a Murakami, de que todas estas fórmulas más que válidas conforman una serie de escenarios y atmósferas misteriosas o no, realistas o fantásticas, en las que uno como lector puede instalarse cómodamente como lo haría dentro de un aeropuerto o un centro comercial. No soy un experto en literatura japonesa. He leído a Soseki, Tanisaki, Akutagawa, Dazai, Kawabata, Tsushima, Kawakami y Ogawa como todo el mundo, y sé que la prosa japonesa tiende a ser minimalista y exacta y que por eso nos gusta tanto. Aunque hay que reconocer que Murakami es un autor muy fácil de citar, y que muchas de las frases que aman sus lectores podrían estar en los memes de gatitos que mi tía Amalia me manda por Whatsapp y que siempre dejo en visto. El Kindle de Amazon te permite ver qué subrayan los muchos lectores de Murakami: “Los recuerdos te calientan desde el interior. Pero también te destrozan”, “No importa cuánto sufrimiento hayas pasado, nunca quisiste dejar ir esos recuerdos”, “No te compadezcas de ti mismo. Solo los idiotas hacen eso” o “Quiero que siempre me recuerdes. ¿Recordarás que existí y que estuve a tu lado aquí, así como ahora?”.
Por supuesto que las citas están fuera de contexto, pero si un escritor mexicano se atreviera a escribir cualquiera de estas líneas sería condenado al paredón donde ya se encuentra Carlos Cuauhtémoc Sánchez. Los escenarios y las tramas estrambóticas de Murakami podrán ser fascinantes, las estructuras de sus novelas también, pero sus reflexiones acerca de la muerte, el suicidio, la nostalgia, los recuerdos, el amor, la identidad o el sentido de la vida podrían encontrase en cualquier calendario de Hello Kitty.
Por supuesto, Murakami aborda las grandes preguntas, de eso se trata la literatura, y el lector puede cómodamente repasarlas desde un Starbucks o en el área de comida de cualquier centro comercial sin tener que mancharse ni confrontarse a sí mismo, de la misma forma en que vamos al cine a ver una película o cuando pedimos pizza para “maratonear” con la nueva serie de moda. De ahí su éxito más que legítimo: es cómodo, se lee rápido, tiene un universo propio reconocible, una marca registrada. Y cada vez que aparece un nuevo libro de Murakami, uno ya sabe qué se va a encontrar, las reglas están establecidas, y resulta fascinante ver cuáles serán las variantes y los giros.
Da la impresión de que estos lectores hambrientos de premios para su amado autor (que ha ganado bastantes) tienen una necesidad patológica de reconocimiento hacia ellos mismos en su papel de lector. Necesitan que aquel autor al que le han dedicado cientos de horas tenga el que se considera el mayor de todos, y, como sucede con toda ideología, están convencidos de su preponderancia sobre los demás.
Siempre he desconfiado del argumento de que si algo es popular, necesariamente tiene que ser malo. Tampoco creo que una novela tenga que ser difícil para decir algo, como las hay llena de retórica banal, escritas en endecasílabo falecio y dístico elegíaco. Creo que cualquier escritor popular es respetable y hasta necesario, porque el hábito de leer es uno de los mayores placeres. Nadie se va a la playa con Bajo el volcán de Malcolm Lowry. Cada vez que salgo de viaje, me compro en el aeropuerto lo último de Stephen King, pero no pretendo que gane el premio Nobel para alimentar mi estatus como lector.
Murakami acaba de ganar el Premio Princesa de Asturias de las Letras 2023, por lo que ya se encuentra al lado de Anne Carson o Adam Zagajewski, entre otros preclaros poetas. Incluso lo ganó Leonard Cohen hace algunos años, una prueba más de cómo se diluye la línea entre lo que se consideraba literatura y lo que pertenece a la cultura pop, algo que no tendría por qué ser ni bueno ni malo. Pero finalmente, ¿qué premio puede ser bueno si lo tienen que dar cada año? Murakami ya tiene el mejor premio que puede tener un autor: millones de lectores en todo el mundo que tomarían una bala por él. ~
Vive en la ciudad de México. Es autor de Cosmonauta (FETA, 2011), Autos usados (Mondadori, 2012), Memorias de un hombre nuevo (Random House 2015) y Los nombres de las constelaciones (Dharma Books, 2021).