jorge edwards
Foto: Casa de AmƩrica, flickr.com/photos/casamerica/24770231494/, CC BY-NC-ND 2.0

Jorge Edwards cumple 90 aƱos

Los personajes de Jorge Edwards se mueven por las pƔginas con inmediatez, con espontaneidad, con esa cosa irrefutable que tiene lo vivo. Pero el personaje siempre mƔs difƭcil de lograr y, en su caso, el mƔs logrado, es el del narrador.
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Hay un cuento de Jorge Edwards, ā€œCumpleaƱos felizā€, que comienza asĆ­: ā€œHubo antes, para ablandar el terreno, dos noches excesivas.ā€

Leƭda esta lƭnea es imposible no querer saber quƩ sigue. QuƩ fueron esas noches que ablandaron el terreno y a quƩ condujeron. El lector ya estƔ atrapado por el lazo delgado y firme de una primera lƭnea perfecta. Los buenos cuentos tienen esa virtud de desatar rƔpidamente una espera ansiosa y confiada.

La escritura de Edwards tiene un don irreductible a fĆ³rmulas, que es el de la entretenciĆ³n pura y simple. Y esto no tiene que ver tanto con la trama sino, mĆ”s bien, con el modo.

Nos ha dejado personajes inolvidables como, por ejemplo, el elegante y chilenĆ­simo MarquĆ©s de Los convidados de iedra; el ā€œPoetaā€ de la Casa de Dostoievsky ā€“que encarna la figura del artista de la vie de bohĆØme, del poeta malditoā€“; el Toesca enamorado de su Manuelita de El sueƱo de la historia; MarĆ­a de La Ćŗltima hermana ā€“que es un personaje de veras bueno y generoso y heroico, algo dificilĆ­simo de construir en una novela en medio del escepticismo de hoy respecto de la virtudā€“; el reflexivo, equilibrado, familiar Montaigne de La muerte de Montaigne, ese Montaigne suyo que es antes que nada un temperamento, o ese trĆ­o amoroso marcado por los celos que configuran Felipe, el Doctor Illanes y Silvia en El origen del mundo, una de sus mejores novelas.

Los personajes de Edwards se mueven por las pƔginas con inmediatez, con espontaneidad, con esa cosa irrefutable que tiene lo vivo.

Pero el personaje siempre mĆ”s difĆ­cil de lograr y, en el caso de Edwards, el mĆ”s logrado, es el del narrador. La maestrĆ­a de Edwards se muestra antes que nada en la voz que cuenta la historia. Pienso, por ejemplo, en el uso de los adjetivos en esta lĆ­nea de La Ćŗltima hermana :

ā€œ…habĆ­a conocido The waste land, de T.S. Eliot, en los aƱos de su publicaciĆ³n, con enorme, desmedido, fascinado asombro…ā€

ā€œCon enorme, desmedido, fascinado asombroā€. Esos tres adjetivos dan solo matices diferentes, pero logran enfatizar la intensidad de ese asombro sobre todo por su ritmo, por sus acentos y resonancias sonoras: enorme, desmedido, fascinadoā€¦ Es un endecasĆ­labo de cuatro pies yĆ”mbicos y un anfĆ­braco, dejado caer asĆ­, al pasar, como quien no quiere la cosa.

QuizĆ” desde El sueƱo de la historia, Edwards abrazĆ³ explĆ­citamente la idea de la novela como ā€œforma conjeturalā€. Como dice Novalis, ā€œlas novelas surgen de las limitaciones de la historiaā€. Hace pie en los hechos histĆ³ricos y va mĆ”s allĆ”, interpreta, completa, imagina. La ficciĆ³n es asĆ­ un modo de iluminar lo que ignoramos, y de asumirlo proponiendo una situaciĆ³n posible. Edwards adopta, entonces, un tono conjetural que es uno con su proyecto estĆ©tico. El narrador lo hace explĆ­cito:

ā€œā€”Porque tĆŗ eres escritora ā€“le puede haber dichoā€“. Tienes que hacer algo…ā€

NĆ³tese ese ā€œle puede haber dichoā€. (La Ćŗltima hermana).

Ya en El origen del mundo habĆ­a aparecido este narrador conjetural. De repente, en esta novela, el narrador se desplaza y se configura como una tercera persona que mantiene una interesante y ambigua proximidad con el protagonista: ā€œ…habĆ­a sido, suponemos, suponĆ­a el doctor…ā€ Y, de nuevo, mĆ”s adelante: ā€œQuizĆ” se habrĆ” dicho, se dijo el doctor…ā€

El tono es tentativo, ecuĆ”nime, poco enfĆ”tico, tranquilo y, a veces, algo dubitativo, pero siempre sugerente e intrigante. Son narradores cercanos, inteligentes, y a travĆ©s de titubeos y sutiles insistencias se ganan la confianza del lector. La prosa de Edwards se lee como quien conversa. A mĆ­ me gusta su tono aflojado, tranquilo y espontĆ”neo; cĆ³mo insinĆŗa sus frases que se van alargando y se doblan y entrelazan animadas por un humor sutil, inteligente, comprensivo. Todo arranca de ahĆ­:

ā€œLos demĆ”s quizĆ”s no lo veĆ­an, pero yo lo veĆ­a muy bien, mĆ”s que bien, y me parecĆ­a que la evidencia era abrumadora, escandalosa. Ā”Silvia!, exclamaba para mis adentros, y observaba de reojo, con escaso disimulo, con emociones que un buen lector habrĆ­a podido leer en mi cara, el entusiasmo con que lo besaba en las mejillas al saludarlo, repetidas veces, terminando por besarlo demasiado cerca de la boca. Demasiado cerca, demasiado entusiasmo, mascullaba yo, pero no decĆ­a una sola palabra, y pronto, porque soy, o era, mĆ”s bien dicho, en aquĆ©l tiempo, una personaā€¦ā€ (El origen del mundo).

Narrador, concepto de la novela como conjetura y lenguaje van en el mismo sentido. Su estilo nunca es tenso, nunca esforzado, nunca Ć”spero, pretencioso ni excesivo; nunca violentamente sacudido por nada. Lo mejor, mĆ”s propio y mĆ”s original de Edwards como escritor es, a mi juicio, ese tono suyo que refleja una mirada, un modo de ser. ā€œActuĆ”bamosā€, dice el narrador de uno de sus mejores cuentos ā€œcomo si nada nos llamara mucho la atenciĆ³nā€. (ā€œEl orden de las familiasā€). La verdad es que ese tono conjetural de Edwards es suyo mĆ”s allĆ” de cualquier teorĆ­a. Es un caso en el que el dictum de Buffon se cumple absolutamente: le style cā€™est lā€™homme mĆŖme. Y la gracia es que ese estilo que le es connatural, haya sido puesto al servicio de una estĆ©tica que permita su pleno despliegue.

Escribo estos apuntes sobre Jorge Edwards novelista y cuentista. Me gustarĆ­a decir algo, por supuesto, del Edwards memorialista y autor de ensayos, artĆ­culos, crĆ³nicas. Por restricciones de espacio, me restrinjo.

Pero no puedo dejar de mencionar Persona non grata, un libro crucial, que por estos dĆ­as cobra una nueva vigencia. Edwards llegĆ³ a Cuba en 1970 como representante del presidente Salvador Allende, un lĆ­der elegido democrĆ”ticamente, comprometido con el socialismo y el marxismo. HabĆ­a presidido OLAS, una organizaciĆ³n continental pro revoluciĆ³n cubana, de modo que se trataba de un gobierno amigo. VenĆ­a con la misiĆ³n de establecer relaciones diplomĆ”ticas y abrir la embajada de Chile en la isla. Pero se encontrĆ³, al poco tiempo, con que era declarado ā€œpersona non grataā€. ĀæSu pecado? Haber frecuentado el mundo de los escritores, haber conocido por dentro la disidencia. Es decir, haberse transformado en testigo. El rĆ©gimen cubano quiso deshacerse de ese testigo, de ese testigo que iba a escribir.

En sus pĆ”ginas, Edwards desvelĆ³ que la utopĆ­a de los Castro necesita una cultura sometida y, a la vez, comprometida con la revoluciĆ³n, tal como la entienden sus conductores. Su retrato fue un balde de agua frĆ­a para los sueƱos socialistas que, en su vertiente marxista, eran hegemĆ³nicos en el mundo intelectual latinoamericano. El escritor pagĆ³ un alto precio personal. Los que controlan ese poder cultural ā€“comprobĆ³ Edwardsā€“ tienden a castigar de diversas maneras a quienes impugnan su visiĆ³n dominante.

El libro, al final, hacĆ­a alcances muy crĆ­ticos a la dictadura de Pinochet, por lo cual fue, entonces, censurado en Chile. Pese a eso, Edwards volviĆ³ a su paĆ­s, donde logrĆ³ que los tribunales dejaran sin efecto la censura. Y desde el ComitĆ© de Defensa de la Libertad de ExpresiĆ³n encabezĆ³ la lucha contra la censura. Edwards por eso ā€“y no solo por esoā€“ fue una figura muy influyente en la transiciĆ³n chilena a la democracia.

Los noventa aƱos, que cumple este jueves 29, lo encuentran como un escritor consagrado, con algo de treinta libros a su haber, y una personalidad con peso propio, tanto en el campo literario como en la esfera pĆŗblica. Y ā€“hay que decirloā€“ rodeado siempre de incontables amigas y amigos atraĆ­dos por su conversaciĆ³n animosa, llena de anĆ©cdotas y de humor agudo, junto a un pisco sour que prepara Ć©l mismo y cuya receta nadie conoce.

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es un novelista chileno. Su Ćŗltima novela es La vida doble (Tusquets).


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