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El reverendo en la memoria

El hombre era luto ambulante pero imán para la sonrisa. Llevaba un bastón con una mano plástica y su barba era tan frondosa como la Cordillera Central del Puerto Rico que dejó, calendarios Bristol atrás, cuando emigró con su familia a Nueva York. Aquel nene, el escritor Pedro Pietri, se robaba la maquinilla de su hermana para escribir sus primeros poemas. Tendría 15 años y aún no se vestía de negro. Un día, cuando ella buscó su maquinilla, comprendió que aquellas teclas ya no le pertenecían.

“Tengo que usarla todo el tiempo”, le explicó.

Pietri tenía risa grande y era “larger than life”, dicen aquellos que eran cercanos a él. Entre chistes y transgresiones escribió sobre el duelo de los puertorriqueños, sobre sus sueños frustrados en Estados Unidos. Le dio nombre al inmigrante que conoció la quiebra económica y emocional tras la Segunda Guerra Mundial en una tierra ajena y denunció en su emblemático poema ‘Puerto Rican Obituary’que “Juan, Miguel, Milagros, Olga y Manuel” murieron ayer y volverían a morir mañana. “Dead Puerto Ricans/ Who never knew they were Puerto Ricans”. Tramposo American Dream.

Su madre, que lo arrastraba con sus hermanos a una iglesia metodista, murió en 1971. El negro en su ropa, y el luto, se instalarían en él desde ese entonces, aunque él solo quería disfrutar la vida. Adiez años de su partida, y pese al silencio de la muerte, su obra se escucha aún.

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Pedro Juan Pietri nació el 21 de marzo de 1943 en Ponce, al sur de Puerto Rico. Un billete sin claro regreso lo llevó desde los tres años a familiarizarse con la dualidad neoyorquina y puertorriqueña. Uno de sus tantos trabajos fue en la Biblioteca Butler de Columbia University, que sería esencial por las lecturas que le trajo. Pero la Guerra de Vietnam llamó a su puerta. Los dos años que participó en el conflicto lo marcaron y a su regreso, en 1968, halló sanación en la poesía. “Vino con tanto, con la guerra y la situación social que encontró, que la poesía era la única manera de desahogarse”, relata su hermana Carmen.

Los desahogos y su mirada se encontraron con los de otros creadores que, como parte del movimiento de poesía Nuyorican, documentaron desde los sesenta la marginación de la comunidad puertorriqueña. Pietri, Miguel Algarín, Miguel Piñero, “Lucky” Cienfuegos, Jesús Papoleto Meléndez y Sandra María Esteves, entre otros, cultivaron la poesía oral con el empaque spanglish como espejo de su experiencia sociocultural. El Lower East Side de Manhattan, o “Loisaida” como los boricuas le llamaron, sería el epicentro del grupo que, circa 1973, originaría en el apartamento de Algarín las reuniones que darían paso al Nuyorican Poets Café ubicado en el Reverend Pedro Pietri Way.

YouTube regala su voz en declamaciones como ‘El Spanglish National Anthem’:

Esa suerte de ‘En mi Viejo San Juan’ que interpretó ante puertorriqueños de la isla y la diáspora. Su lírica y sarcasmo tomaron mucho del poeta Jorge Brandon y la Beat Generation, especialmente de su amigo Allen Ginsberg, pero su musicalidad viene de las radionovelas y canciones de Daniel Santos. Pietri era música y en sus últimos días se agarró a ella con Jesús Papoleto Meléndez y su hermano José, al cantar a Los Panchos, a Tom Waits y Bob Dylan.

Que le consideren “la voz poética que sobresale de la diáspora puertorriqueña” como opina el profesor de New York University, Juan Flores, se debe no solo al discurso que capturó las vivencias de puertorriqueños en Nueva York a partir de los cincuenta –por darle voz a una generación anterior– sino porque sus performances que escandalizaban a unos, divertían a otros y molestaban a un puñado más.

La primera vez que Pietri regresó a Puerto Rico se enfrentó a la animosidad de quienes negaron su puertorriqueñidad por no escribir en español. No obstante, Alfredo Matilla Rivas, quien tradujo su obra al español, entre otros amigos escritores le inspiraron seguridad pese a las diferencias lingüísticas. Era material para sumar a su humor embebido de posturas críticas. Pietri era eso: seriedad con la posibilidad de la risa, lo que produce su escritura que da ganas de reír y, entre carcajadas, llorar un poco, quizás por ese “humor paradójico” suyo que evoca Elizam Escobar, artista y expreso político que aparte de esos roles, fue su amigo.

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Escenario negro y una bandera puertorriqueña en una esquina. Pietri estaría allí. Y como brazo del absurdo en su producción -que incluyó teatro como ‘The Masses Are Asses’- apareció con un maletín en el que se leía “Free Grass for the Working Class”. Allí leyó su poema ‘To Get Drunk You Have To Drink’, con tumbao y tono de hip hop, y sumergió la mano plástica de su bastón de interpretaciones bíblicas en una lata de café. El poeta, con su magnetismo de pastor, lanzó su “agua bendita” al público que experimentó aquel renacer Nuyorican. 

Era una noche del 2000 de ‘El Puerto Rican Embassy’, colectivo de ánimo dadaísta que hablaba de “la república espiritual de Puerto Rico”. “Pedro bautizaba en masa durante los performances y convertía al que quisiera en un Born-Again-Nuyorican”, relata Adál Maldonado, artista a cargo del ‘Puerto Rican Passport’, parte integralde la “embajada puertorriqueña” conceptualizada por él, Pietri y Eduardo Figueroa.

El “Sumo Pontífice de la Iglesia de la Madre de los Tomates”, mote en letras blancas en el maletín oscuro que llevó a una entrevista con la crítica literaria Carmen Dolores Hernández, se había ordenado reverendo para administrar poesía a encarcelados y a quienes sufrían en manicomios. También casó a muchos, su hermano José entre ellos.  

Como un santo, el reverendo salta en pláticas y grupos artísticos, académicos o poéticos. Sin embargo, su obra no goza de un reconocimiento masivo. “Para mí no puede ser más claro que un asunto de clase, y cómo la persona opta por presentarse. Y él se presentó como un outlaw”, opina Maritza Stanchich, profesora de inglés en la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras. 

A una década de morir, acogido en los espacios más vanguardistas o incómodo aún para otros, su obra sacude. En 2012, algunos de estos sacudidos celebraron una de esas “misas” que continúa inspirando su legado en el club sanjuanero La Respuesta. Aquella noche su amigo Joserramón ‘Che’ Melendes entregó solemne unos escritos dedicados a Pietri como el poema 3 de marso del 2004. “Se dise fásil ‘se murió mi pana’;/ aser el imbentario de las cosas/ qe no comulgaremos, es un poco más arduo”.

Un cáncer de estómago fue puente para su muerte en una ambulancia aérea camino a Nueva York tras un tratamiento holístico en el Hospital Oasis de Esperanza en Tijuana. Murió con su cabeza en la falda de su hermano y Papoleto a sus pies. Su amigo poeta cree que cuando su sombra cae, se parece a la de Pietri. “‘So’ muchas veces miro mi sombra, creo que estoy con Pedro”. Pietri no se quería morir. No le daba la bienvenida a ese asunto que era clave en su temática. “Killed in VietNam fighting for el wrong side. Helped America lose it’s primer war! Came back to life en el ‘Puerto Rican Obituary’, el first and último poema I wrote after refusing to stay dead and muerto, also”, escribió sobre sí mismo en una edición revisada del ‘Puerto Rican Obituary’ (Isla Negra Editores, 2000). Quizás la sombra que ve Papoleto es realmente Pietri como otra confirmación de que cada vez que lo leen él está presente.

Patron Saint of Lost Typewriters and Spanglish Metaphor Consultant in the Hereafter ADÁL, 2006

 

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