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¿Qué hacer con un cerebro al que no le funciona muy bien la producción de bienestar?

Nunca dejan de sorprenderme las personas alegres. Siempre me han extrañado los optimistas y he admirado secretamente a quienes enfrentan los retos sin titubear, casi disfrutando los nervios. Como Tomi, que a los 17 años le dio una maldita leucemia y dijo que no tenía tiempo para la depresión, porque le tocaba curarse. Yo en ese caso tal vez hubiera pensado que me tocaba morir. Y conozco a otras personas cuya prolongada primera reacción hubiera sido lamentarse y preguntarse por qué a mí. Pero esas personas que encuentran curioso el psicoanálisis porque nunca serán pacientes; aquellos especímenes que te dicen con una mano en la cintura que en esta vida uno puede hacer lo que quiera, sin perder tiempo en crisis existenciales, ni cuestionarse si acaso vale la pena, ¿cómo se mantienen tan lejos de la tristeza?

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Esta semana se publicó un descubrimiento al que la prensa llamó “La fuente de la depresión en el cerebro”, -como si fuera cuestión de cerrarle el grifo-.

Ante (inserte aquí su adversidad) nuestros cerebros reaccionan activando una red de conexiones neuronales cuyo resultado es una sensación de recompensa o de castigo. Si se activa el área medial de la corteza orbitofrontal nos sentimos bien. Si se activa el área lateral, misma sección, nos sentimos mal con nosotros mismos.

Los cerebros depresivos tienen conexiones débiles entre el área medial, la del bienestar, y el archivo de recuerdos en el hipocampo. La depresión, entonces, también depende de la relación entre el sistema de recompensas y el sistema de recuerdos. Si estos dos sistemas no se conectan fácilmente y con frecuencia las personas se sienten tristes y no pueden acceder a los recuerdos alegres.

 

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Hace unos años, el artista urbano Dan Bergeron  rentó un espectacular en una calle de Toronto para anunciar un falso servicio de lobotomía. El anuncio indicaba a los interesados llamar a un número de teléfono. A más de cincuenta años de que prohibieron esta psicocirugía (la destrucción de las vías nerviosas o la extirpación), fue alarmante la cantidad de personas que llamaron, derrotadas, hartas de luchar contra su estado emocional, y dejaron un mensaje esperando resolver su depresión.

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Querida ciencia: si tenemos un ¿defecto? de fabricación, un cerebro al que no le funciona muy bien la producción de bienestar, ¿cómo podemos intervenir, sin mutilar el córtex orbitofrontal, en el mecanismo neuronal?

¿Cómo relacionar nuestra experiencia a los 15 mil tipos de conexiones para 85 billones de neuronas que tenemos? ¿De qué manera la conciencia puede modificar los patrones de conexiones neuronales y modificar el entramado que repite la producción de bienestar o malestar? ¿Es posible controlar, hasta cierto grado, el cableado cerebral?

En Hypernormalisation, el último documental de Adam Curtis, una persona dice que tomar antidepresivos se siente como si le hubiesen diagnosticado miopía y ahora con lentes por fin puede ver la realidad tal como es.

¿Son los antidepresivos la respuesta de la ciencia?

Parece que tener la muerte enfrente ahorra un montón de años de terapia y de tratamiento con antidepresivos, para desalojar esas zonas, tan cómodas, de pronto adictivas, de tristeza paralizante. Al cabo de unos años, Tomi terminó de curarse con la médula que Lucía, su hermana, le traspasó. Ahora ambos son incansables promotores de la donación de médula y él es, además, activista político y hace labor social en su natal Buenos Aires. La ya no tan maldita leucemia les dio la oportunidad de aprender de un chingadazo a no lamentarse más. Parece, después de Tomi, que la depresión es un first world problem, una estrategia, tal vez, que satisface la necesidad de conectar con nosotros mismos.

 

 

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