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Joachim Löw, el hombre que arruinó la fiesta de Chile y México

El gen ganador de los alemanes –ya saben, “el fútbol es un deporte en el que juegan once contra once y siempre gana Alemania”, como dijo en su momento Gary Lineker- se mostró en todo su esplendor durante el primer fin de semana del mes de julio. Si el sábado la selección sub-21 se proclamaba campeona de Europa ante España rompiendo todos los pronósticos, el domingo era la “B” la que se hacía con la Copa Confederaciones dando también la sorpresa contra Chile, un equipo temible lleno de jugadores experimentados.

Ni siquiera la maldición histórica de esta competición –nadie que la haya ganado ha conseguido hacerse con el Mundial del año siguiente- sació la sed de victoria de los alemanes. Tampoco el hecho de que Joachim Löw, su seleccionador, eligiera un grupo de segundo nivel, sin ninguna de sus estrellas salvo, quizá, el magnífico Julian Draxler. Fiel a su estilo de juego ofensivo y presión constante, con algunos matices provocados por la necesidad, como la búsqueda del contraataque, Alemania empezó a fuego lento en la fase de grupos, aceleró en un formidable partido de semifinales ante la selección mexicana y se sobrepuso al asedio de Chile en la final.

¿Fue un justo campeón? Es complicado decirlo. Probablemente, la selección chilena de Juan Antonio Pizzi habría merecido más el triunfo, tanto por su trayectoria durante el torneo como por su actuación en la final. También es verdad que Chile se ha acostumbrado tanto a caminar por el alambre que tarde o temprano tenía que caerse: llegó a la final de la Confederaciones después de ganar por penaltis las dos últimas ediciones de la Copa América y de derrotar en semifinales a Portugal siguiendo la misma suerte. Sus problemas con el gol esta vez le costaron demasiado caro.

En cualquier caso, volvamos al ganador y, a falta de una gran estrella, centrémonos en el proyecto: lo que ha hecho que Alemania vuelva a ser tan temible como lo fuera en los setenta, los ochenta o los noventa del pasado siglo. Ese proyecto lleva un nombre y un apellido: Joachim Löw, quien cogiera al grupo hace ya una década para completar la apuesta por los jóvenes iniciada por Jürgen Klinsmann en el Mundial de 2006. Löw, a diferencia del propio Klinsmann, tenía una idea de fútbol hasta cierto punto contracultural: le gustaba dominar desde la pelota y no desde el físico y llenó el equipo de gente de calidad, sorprendente, hábil, del estilo de Toni Kroos, Philip Lahm, Mesut Özil, Marco Reus o Mario Götze, cuyo gol en la prórroga ante Argentina en 2014 le valió a su selección el primer campeonato del mundo en veinticuatro años.

Cuando hay un método y hay una continuidad, el nombre de los jugadores no es tan importante. Es el caso de Alemania y es justo recordar que este proyecto victorioso se curtió en la derrota, en la lucha a brazo partido con la selección española. Los españoles, un espejo en el que Löw siempre se ha mirado, infringieron a los germanos dos durísimas derrotas en dos partidos decisivos: la final de la Eurocopa de 2008 y la semifinal del Mundial de 2010. Ni esas dos decepciones ni la inesperada eliminación ante Italia en el torneo europeo de 2012 menoscabaron la fe de la federación alemana en su técnico y su proyecto. El resultado: un deslumbrante 1-7 a Brasil en su casa y el posterior campeonato del mundo.

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Alemania siempre ha sabido lo que hacía, solo que esta vez no lo hace desde la fuerza sino desde la colocación y la inteligencia. Apoyada en dos magníficos porteros –Neuer en el pasado y Ter Stegen en el presente-, la Mannschaft ha olvidado la épica de otros años para centrarse en el disfrute. Frente al rostro crispado de mexicanos y chilenos en las rondas finales, se advertía la juventud gozosa, casi arrogante, de los jugadores alemanes, expertos también, pese a sus pocos años, en lo que llaman “el otro fútbol”: parar el juego cuando es necesario, exagerar las caídas, buscar la trifulca en su propio beneficio…

El triunfo de Alemania mantiene además el interrogante que pesa sobre el fútbol americano, un fútbol que desde 2002 se alimenta exclusivamente de las Copas Confederaciones que ha ido ganando Brasil (2005, 2009 y 2013). Los combinados europeos han ganado los tres últimos campeonatos del mundo y afrontan el siguiente en territorio propio –Rusia- sin que se adivine más amenaza que la que puedan presentar los propios brasileños. Con Argentina luchando aún por la clasificación, Chile con problemas serios ante el gol, Colombia con su historial de fracasos en las fases finales y México dependiendo en exceso de jugadores demasiado irregulares como Carlos Vela o  “Chicharito” Hernández, solo el grupo encabezado por Neymar parece dispuesto a plantar batalla el año que viene.

Para la cita, Alemania recuperará a todas sus estrellas: los citados Neuer, Özil, Reus o Götze, pero también Hummels, Kroos, Weigl o Müller. Junto a ellos, es muy probable que permanezcan en la selección jóvenes talentos como el polivalente Kimmich, el goleador Werner, el voluntarioso Mustafi o el incisivo Hector. El relevo parece asegurado y la cosa va más allá de tal o cual campeonato. Puede que “la maldición de la Copa Confederaciones” afecte también a Alemania en 2018, pero esta es una selección construida cara al futuro, con la intención de competir en todo contexto. Mientras Löw siga en la banda con sus camisas sudadas y su elegante intensidad, el equipo estará en buenas manos. 

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